Diana Baillères
“Pian pianito”, decía mi madre, los temas de la agenda social referente a las mujeres se van resolviendo, aunque para algunas de ellas parece que todas las libertades de que hoy gozan, se les han dado por arte de magia; tanto que no entienden por qué la SCJN ha votado a favor de la despenalización del aborto. Parece que no saben leer más allá del texto frente a sus ojos. También algunos hombres creen tener derecho a debatir sobre la decisión de una mujer a disponer de su cuerpo. Ellos aún no entienden que cuando es no: ¡es no! Sobre todo, si viene de una mujer.
Hasta hace unos cuantos años las oficinas del Ministerio Público comenzaron a contar con cuerpos especializados en atención a mujeres víctimas de violencia en todos sus niveles. Aún así, en algunas comparecencias frente a la autoridad aparece por ahí algún funcionario o funcionaria que no acaba de comprender o aprehender que los casos de violencia contra las mujeres, por la misma naturaleza a que la sociedad ha condenado a las mujeres: debilidad física, bajo nivel de instrucción persistente en muchas comunidades, ignorancia y sometimiento cultural a una supuesta superioridad del género masculino; actúan en estos casos con arrogancia, falta de tacto y sensibilidad. He escuchado de boca de muchas personas aducir que a las mujeres les gusta que las golpeen y las maltraten: “es que son masoquistas” suele ser el argumento. Ni siquiera saben cómo funciona una relación sadomasoquista. Se sorprenderían si lo supieran por el diagnóstico de un especialista en psiquiatría o psicología. Las relaciones de violencia intrafamiliar nunca tienen el ingrediente del placer. Déjense de pensar que una golpiza bajo los efectos de las drogas incluido el alcohol en este grupo, y por “quítame estas pajas”, es el preludio del placer sexual que se encuentra en el sadomasoquismo.
Los criterios para juzgar la libertad, la toma de decisiones, la autonomía e independencia de las mujeres en cualquier aspecto de la vida social o personal suscitan casi siempre divisiones y confrontaciones aún en el mismo grupo de mujeres y de cualquier nivel educativo o social. Así, ahora ante la decisión de los diez magistrados a favor de la despenalización del aborto, surgen voces que difícilmente entenderían un embarazo no deseado por abuso sexual, incesto, violación o necesidad terapéutica y descubre el velo hipócrita de las conciencias que dicen y vociferan públicamente, defender la vida de las criaturas nonatas, como quienes se apostaron a las puertas de la SCJN y gritan a voz en cuello el sinsentido de su discurso; muestran una lectura equívoca de la acción y decisión de la máxima autoridad jurídica; no piensan que con o sin autorización legal, las mujeres han practicado toda clase de actos y manipulaciones para evitar un embarazo que en muchas experiencias han terminado en una mortalidad que puede y debe evitarse.
La Suprema Corte no legaliza o promueve el aborto; despenaliza las decisiones de mujeres y médicos que practiquen un legrado dentro de las doce semanas, contra cualquier acción judicial y que, juiciosamente hace casi un milenio, San Agustín lo aceptaba; en el mismo tenor la medicina genética ha descubierto que la actividad cerebral no ha comenzado en ese plazo.
Vale la pena poner en claro que un legrado como se llama al aborto médicamente, no es un método preventivo del embarazo; en los hechos es una práctica muy agresiva para el cuerpo, tanto así que debe controlarse y evitarse después del tiempo estipulado por la práctica médica que sustenta científicamente ese límite. El legrado, por sus características somete al útero a un estado de improbable estabilidad para sostener a término un feto. Por ello: NO es un método anticonceptivo. En el anecdotario de una vida azarosa como la de Marilyn Monroe está su imposibilidad para ser madre, dado que se había sometido a catorce legrados antes de su matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller, con quien habría deseado tener descendencia; su caso es un ejemplo, que a la distancia de los años puede mirarse sin estigmatización porque entonces no existían tantos métodos de prevención, como en estos días.
A una inteligencia media le es fácil entender que lo que la SCJN está protegiendo es, en primer término, la vida de las mujeres que han muerto víctimas de malas prácticas de espantacigüeñas que se han amparado en la clandestinidad de ese mercado negro instalado en consultorios y clínicas de mala muerte. A la par del avance de la medicina, no es posible que continúen muriendo las mujeres que deciden interrumpir un embarazo no deseado.
En segundo término, la SCJN ha externado abiertamente beneficiar con esta despenalización a las mujeres que se encuentran en prisión por este causal. No sólo habrían sido víctimas de una injusticia por falta de jurisprudencia, sino también del estigma social y el olvido familiar que es mayor castigo para muchas de las reas.
La clandestinidad en que ha operado el aborto en México no permite conocer a ciencia cierta la estadística de muertes anuales que se cuenta en varios miles, como la esterilidad que provoca en el mejor de los casos; del mismo modo, niñas y adolescentes que han sido víctimas de violaciones no han podido acceder a una atención médica adecuada para la interrupción de las consecuencias de delito semejante; han transcurrido décadas desprotegidas ante estas circunstancias.
Para muchas asociaciones civiles, contrarias a la decisión de la SCJN, la medida significa el declive de su razón de ser, razones por las que han recibido aportes millonarios deducibles de impuestos que han desaparecido misteriosamente en manos de quienes se identifican como defensores de una moral que, por su hedor a hipocresía, nuestra nariz no soportaría aproximarse y que su ignorancia sobre el desarrollo de un embrión a feto es manifiesta.
Asistimos a un momento que quedará en la historia de México, de la cordura que priva en el Derecho Positivo que protege la vida. Somos testigos de cómo se rasga las vestiduras, una porción de la sociedad que está de acuerdo con quien se hace transformaciones en el cuerpo, de todas las formas y estilos existentes en la actualidad como cirugía plástica, implantes, tatuajes, piercings, etcétera, aun a riesgo de la vida, cuando se trata de gente de la farándula o si tuviera el capital suficiente trataría de verse transformada estéticamente.
Aceptemos que cuando se trata de los derechos de los mujeres, siempre hay quien argumenta que se nos concede demasiado cuando en la realidad, es bien poco, pues no hemos obtenido ni siquiera la aprobación, en muchos casos, de nuestras congéneres; falta mucha sororidad entre mujeres, solidaridad y empatía de los hombres en el entendido que sólo las mujeres tienen el derecho a decidir sobre su cuerpo.
Comienza aquí, una nueva era que implica: acceso generalizado en medios, a mayor información sobre la anticoncepción, sobre las consecuencias y secuelas físicas del aborto que deben conocer en primera instancias las mujeres, adolescentes y niñas, con la asesoría de médicos y médicas. Padres y madres de jovencitas que muestran responsabilidad sobre el tema, deberían buscar y encontrar la asesoría médica y psicológica, sobre anticoncepción e interrupción del embarazo, temas cada uno, diferentes e importantes para la salud y toma de decisiones inteligentes de las mujeres. Anticipo que todavía hay mucho que decir y hacer respecto al tema; lo que es inmarcesible es la respuesta decidida de la SCJN y de la sociedad en favor de los derechos de las mujeres.