Con el mayor sigilo posible el mensajero cruzó la plaza ensombrecida por la noche y deslizó por la puerta principal una carta. Un grueso legajo en varios folios, lacrado con el sello imperial de la Casa de Borbón.
Cuando a la mañana siguiente los guardias del Palacio Nacional le dieron cuenta de su hallazgo a la superioridad, la ayudantía y la secretaría particular del Señor presidente, llamaron a grafólogos de confianza a quienes les pidieron autentificar el infolio porque en el preámbulo de la dicha misiva o carta se advierte la inutilidad de una respuesta directa, porque esta no sería contestada.
Por razones de imagen política el Rey de España (Jefe del Estado), había respondido por fin a los reclamos republicanos del México del siglo XXI, en cuanto a las graves conductas practicadas en estas tierras (no en este país), por los españoles (de otra España; no de esta de hoy), hace cinco siglos.
He tenido a bien responder a vuestra excelencia obligado por los deberes de la cortesía y el buen trato; pero de ninguna manera aceptaré convertir estas epístolas ultramarinas –las suyas y la mía–, en materia de querella, disputa; intercambio, polémica o cualquier cosa parecida.
La carta, cuyo contenido no ha sido alcanzado por los ojos de este escribidor de manera completa, dice en sus aspectos medulares: el Reino de España, consciente de los agravios de los pobladores americanos del siglo XVI, sufridos por peninsulares de ese mismo tiempo, quienes se excedieron en el uso de la fuerza y atropellaron la inocencia primitiva de los dulces moradores de las naciones comprendidas hoy desde México hasta las profundidades australes, con todo y el imperio Inca y los residuos de la alta cultura maya, ofrece someter a la justicia a los autores de tantos excesos, en los cuales hubo horrendas matanzas de hombres y mujeres.
“Yo le prometo poner al bellaco de Hernando Cortés, también conocido como Hernán Cortés, bajo el peso de la justicia, asunto cuyo logro se alcanzará una vez y cuando o hayamos prendido, pues para ellos hemos girado instrucciones a la Guardia Civil y también solicitamos de la Interpol una ficha roja.
En el caso de Cristóbal Colón no ha sido posible girar la ya mencionada ficha internacional de búsqueda y apremio porque no se conoce a cabalidad dónde nació ese tunante cuyas aventuras náuticas le abrieron paso a la colonización más despiadada y al expolio más terrible conocido por la historia.
Pero tenga usted la seguridad de un juicio severo y serio, apegado a las leyes y tratados internacionales.
Solo quiero pedirle un momento de colaboración: en el caso de no poder localizar al fugitivo (en cinco siglos, usted sabe, se borran muchos rastros): ¿podría usted ordenarle a su subsecretario Alejandro Encinas la colaboración de una de las muchas comisiones de la verdad y organismos para localización de desaparecidos actualmente en actividad en su país.
Como sea, excelencia, si ya están buscando 50 o 60 mil desaparecidos y buscan la justicia en Tlatelolco y los años de Guerra Sucia, no podrían de pasadita localizar a Hernán Cortes, a Pedro de Alvarado, a Cristóbal de Olid, Diego de Ordaz y demás bellacos y felones y llevarlos a los tribunales.
Quizá Don Alejandro Gertz Manero nos podría también ayudar a todos. De usted, afectuoso.
Y se ve un garabato indescriptible sobre un pergamino extrañamente envejecido con la luz del sol.
MILAGRO
–¿Cómo se hace para recibir un municipio con mil millones de pesos en deuda y entregarlo, cinco años después con un pasivo total de 500 millones de pesos? Eso es decir la mitad.
Pues se hace con magia.
¿Y cómo se llama ese mago?
Enrique Rivas Cuellar, alcalde de Nuevo Laredo, Tamaulipas.
Él niega poseer las artes de Blakamán o David Copperfield. Vaya, ni siquiera es Chen Kai. Su fórmula es sencilla: no contrates más deuda, paga con prudencia y no metas la mano en la caja.
¿Así de fácil? Así de fácil.