Diana Bailléres
El 13 de agosto de 1521 es una fecha que se encontraba en el horizonte de mis reflexiones desde hace más de un año y hoy no puedo escribir mucho más de lo que el tiempo ajetreado entre pandemia y academia me permiten. De cualquier manera, los protagonistas de aquel evento siguen presentes, aun en mis sueños insomnes. Pienso muchas ocasiones en cómo debió ser todo aquello. Todo se queda como en todos: en la imaginación. Las historias que todos los historiadores cuentan sobre el sitio de Tenochtitlan son diferentes. Cada quien tiene una percepción distinta, una versión disímbola, conveniente a la historia oficial. A veces, quisiera recurrir a los sueños que me revelen más sobre ese tiempo. Un tiempo tan confuso, como confuso puede ser el triunfo como la derrota, confuso como el hambre, la sed y todo lo que las necesidades provocan en una población atormentada por la supervivencia. Toda ciudad sitiada lo padece, lo sabe. Tenochtitlan, Cuautla, cercada por los realistas, Querétaro, asediada por los liberales, la destrucción de las Siete Ciudades, sitio con el que culminó la Conquista de Chile, Leningrado, en el que se cuenta como una leyenda, la gente se comió el papel tapiz de las paredes. Del sitio de nuestra ciudad capital también nació la leyenda de la Llorona, la mujer que salió a recorrer los pueblo llorando por sus hijos.
La versión oficial hizo mella a mi generación. Las palabras, verdad o mentira del joven tlatoani, sobrino de Cuitláhuac, defensor de la ciudad de México-Tenochtitlan se nos grabaron a sangre y fuego. En verdad siento la emoción de Cuauhtémoc pidiendo la muerte por mano de su torturador. Así nos transmitieron la historia a mediados del siglo pasado los gobiernos posrevolucionarios, los libros de texto que trataban de recuperar un nacionalismo que estaría más bien de paso, pues hacia la segunda mitad del siglo, el imperialismo in extenso de los norteamericanos ya estaría arrebatándonos parte de la identidad nacional, haciendo que el inglés fuera una lengua obligatoria en toda la educación mundial. Quedarían atrás y muy lejos aquellos héroes y villanos de la Conquista. Nadie comprendería durante mucho tiempo la Resistencia encabezada por el valeroso tlatoani Cuauhtémoc. Durante décadas, el conocimiento sobre su papel histórico se velaría como se desaparece a los vencidos. Todos los procesos de conquista tienen similitudes y unos son peores que otros. Es difícil aceptar para los mexicanos que el encuentro con el enemigo se le haya facilitado tanto, como para quedarse con todo. Yo tampoco lo entiendo por momentos. Pero los azares de la historia así determinaron la permanencia de los españoles durante los siguientes tres siglos y más.
Los mexicas fueron un pueblo que sobrevivió las dificultades que le impuso su peregrinación desde Aztlán hasta el gran lago de Texcoco. A su arribo, las mejores tierras estaban ocupadas por los pueblos, tlatelolca, tepaneca, texcocano y xochimilca, por lo que, inteligentemente hicieron alianzas provechosas para ellos que carecían de linajes. Aquellos pueblos que ya tenían tiempo establecidos, les despreciaron a primera vista. Jamás imaginaron el dominio que aquel grupo de chichimecas, llegado del Norte, llegaría a tener sobre el Valle de México. Poco a poco, fueron ganando espacio al lago, porque a falta de tierras crearon las chinampas para cultivar sus alimentos mas allá del maíz por el cual sentían veneración.
En apenas un siglo y medio, la sociedad mexica logró levantar una bella ciudad en medio del lago, en el que ingeniosamente construyeron puentes levadizos, canales por los que transitaban en canoas, un sistema sanitario que irrigaba cada casa manteniendo una limpieza prácticamente desconocida para los europeos. Su organización religioso-militar era rigurosamente controlada por leyes que condenaban la prostitución, prohibían la embriaguez, controlaban rigurosamente las bebidas como el pulque restringiendo su consumo a las fiestas, las cuales eran frecuentes en el calendario. Desde entonces los mexicanos hicieron de las fiestas algo casi cotidiano.
Todas las características de esta sociedad fueron desde su llegada, observadas y administradas por el conquistador para su beneficio. La misma amabilidad o blandura de Moctezuma puso a Cortés en la ruta de una conquista que no estaba en sus planes al salir de Cuba; el proyecto fue incubándose al paso de aquellos días y meses en el palacio de Axayácatl, al paso de ir conociendo al líder mexica, como a un amigo, aprender su idioma, tanto que Marina ya no le fue tan necesaria y pudo prescindir de su lengua en poco tiempo.
El sitio de Tenochtitlan fue la medida. Después de la experiencia de la noche del 30 de junio un año antes, Cortés tomó decisiones y cortó las provisiones de la ciudad con el único objetivo de rendirla a su poder que le discutían, escatimaban y envidiaban sus propios compatriotas. Si retornaba por donde había llegado le esperaba la horca. Dos meses y días le bastaron para hacerla suya. Ese tiempo tiene todavía un sabor amargo para las culturas originarias. La entrega de la ciudad auguró el nacimiento de la ciudad de México. Cortés la bautizó con ese nombre, con el que la conocemos hoy y no ha podido cambiar.
A quinientos años, el doloroso asedio a la capital mexica es análogo a lo que hoy hace el Covid-19 con nosotros. Todos hemos perdido a alguien o algo en estos largos meses de pandemia. Un dolor interno o visible recorre nuestros cuerpos o nuestro corazón. Así, también dolorosamente, de aquel sitio a la ciudad más importante del imperio mesoamericano nació el ser que somos. Cortés no lo vio pero lo midió; sabía lo importante que era la oportunidad de someter a este pueblo que aún era completamente desconocido para ellos. En su cabeza, en su razón y su sentimiento la ciudad de México se le entregó y por eso quiso ser enterrado aquí. No pudo retornar a tiempo para morir pero sí para disponer que sus restos descansaran en la tierra que lo enamoró como nadie y como nada.
De manera semejante, el sitio de este enemigo invisible hará nacer una nueva cultura como lo hizo la ambición de Hernán Cortés hace cinco siglos. El dolor, la confusión y las pérdidas de vidas y materiales no nos permiten en este momento percibir el augurio de que lo que no te mata te engorda.
La Conquista, Caída o Entrega de la Ciudad de Tenochtitlan es símbolo del nacimiento de una cultura, de una sociedad que ganó más que perder. Estamos aquí, con toda la riqueza cultural que nos envidian otros; México no puede caer hoy en manos de quienes le hacen más daño que los conquistadores de hace quinientos años, como el irresponsable manejo de la pandemia, la violencia generalizada, la inseguridad, los feminicidios, los asesinatos de periodistas, el amago a la libre expresión y el descrédito de autoridades, magistrados y legisladores. La batalla continúa.