El fútbol, a veces, se empeña en regalarnos noches que trascienden lo meramente deportivo. La victoria del Barcelona en el coloso de Paseo de La Castellana, en el estadio Santiago Bernabéu fue una de esas. La pelota, esa esfera que encierra sueños y pasiones, rodó alegremente, impulsada por los pies menudos y corazones exultantes de los niños de la Masía que se apropiaron del templo merengue y cual kindergarten, lo transformaron en su gigantesco y alegre patio de juegos.
Niños con nombres que hasta hace poco eran desconocidos para el gran público, niños con nombres que suenan a futuro, a promesa, a ilusión, se pasearon por el césped madridista con la soltura de quien juega en su propia casa, La Masia, esa cantera que tanto ha dado al fútbol mundial, volvió a demostrar su inagotable caudal de talento. Lamine Yamal, con su desparpajo adolescente, Cubarsí y Casadó, con la inocencia de quienes descubren un mundo nuevo, y Pedri y Gavi, veteranos precoces, almas antiguas en cuerpos jóvenes, pintaron el marcador con colores azulgranas acompañados de Lewandowski, con su experiencia y olfato goleador, y de Rapinha, el brasileño que ha superado todas las expectativas en esta temporada, con ellos, han completado la fotografía de un triunfo contundente e indiscutible.
Hansi Flick, con su discreción y su pragmatismo, ha insuflado un nuevo aire al Barcelona. Un equipo con aire alemán, pero con chiquillos de la Masia que juegan bien, muy bien a la pelota. El “tiki-taka”, esa esencia que ha identificado al club, se ha fusionado con la intensidad y la precisión germánica. El resultado es un equipo que combina la belleza del juego con una efectividad implacable.
Por supuesto, aún queda mucho camino por recorrer. La temporada es larga y la competencia es feroz. Pero por ahora, podemos permitirnos el lujo de soñar. De alegrarse de este equipo joven y ambicioso, de estos niños que juegan al fútbol como si fuera recreo del primer día de clases. No sabemos si este proyecto alcanzará la gloria de un campeonato, pero lo que es indudable es que estamos asistiendo al nacimiento de algo grande. Un equipo joven, atrevido, que juega con una alegría contagiosa. Un equipo que nos hace soñar.
Por ahora, toca disfrutar. Disfrutar de estos niños que corren tras la pelota como si no hubiera un mañana. Disfrutar de su talento, de su pasión, de su valentía. Disfrutar de un fútbol que nos devuelve la ilusión. Hansi nos ha llevado del “tiki-taka” al “flicki-flacka” y parece que el Barça ha encontrado una nueva identidad sin perder su esencia. Y eso es lo que más nos gusta y nos divierte. Porque el fútbol, al final, es eso: un juego. Y estos jóvenes nos han recordado que lo más importante es divertirse.
Como decía Antoine de Saint-Exupéry en El Principito: “Todos los grandes hombres han sido niños alguna vez. (Pero pocos de ellos lo recuerdan)”. En el césped del Bernabéu, el Barcelona nos recordó que el fútbol es, ante todo, un juego de niños. Y que los niños, cuando juegan, son capaces de crear magia. Hoy, el futuro parece brillante.