Yanireth Israde
Además de terruño, la casa que habitaron José Emilio y Cristina Pacheco en la Colonia Condesa, colmada de libros en cada habitación, era un refugio, y su sitio, decía el poeta, más amado en el mundo.
Cada vez que el escritor, reacio a los reflectores, ajeno a la fama, volvía al domicilio y traspasaba el umbral entre árboles, afirmaba: “Aquí pertenezco, esto es lo mío, es mi lugar en la tierra”.
A 10 años de la muerte del Premio Cervantes 2009, que se cumplen este viernes, y a un mes del fallecimiento de la periodista, su compañera leal, la hija de ambos, la también autora Laura Emilia Pacheco, anuncia en entrevista la disposición de la familia para mantener unidas la casa y la biblioteca y darle un destino cultural.
“La casa es la biblioteca, porque realmente los únicos espacios libres de libros, valga la pena decirlo, son la cocina y el baño; todo lo demás está lleno de libros y, en cuanto se desocupaba un espacio, como cuando yo o mi hermana (Cecilia) nos fuimos de la casa, inmediatamente los libros entraban a ocupar el espacio.
“Mi mamá también era muy apegada a su casa. Era un espacio que los dos protegían muchísimo, y que ahora mi hermana y yo queremos proteger”, señala Laura Emilia, aún dolida por el reciente fallecimiento de su madre, el mes pasado.
“El tema de los libros”, añade, “es difícil, porque es una biblioteca muy grande, muy literaria, y vivimos en tiempos que no son precisamente muy aptos para la conservación de la cultura. Entonces, realmente no sé qué vamos a hacer, pero sí te puedo decir que lo que queremos hacer es, en la medida de lo posible, conservar la casa y la biblioteca, o darle un fin en que no se separen”, añade quien preparó la antología El infinito naufragio y A mares llueve sobre el mar, un acercamiento íntimo a su padre.
En la casa de la calle de Reynosa, número 63, el autor de Morirás lejos escribía, hasta muy entrada en la noche, con su pluma fuente Esterbrook para no molestar a los vecinos con las teclas de su máquina Remington color acero, como lo hacía en el día, ha contado Laura Emilia.
A la pregunta de si el inmueble podría en algún momento abrir al público, responde: “No sé cómo se hace eso. Ésta es una nueva etapa en nuestra vida. A mí lo que más me gustaría, y sí lo hablé con mi mamá, es que la casa fuera una especie de centro para la poesía y el periodismo, pensando en la labor de ellos dos.
“Si dejamos la casa así nada más, las inmobiliarias van a llegar, la van a tirar como han hecho con todas las casas que están a su alrededor y van a erigir unos edificios espantosos de seis pisos, y los libros se van a vender por kilo cuando nosotras no estemos. Entonces sí, es una situación que queremos atender con la mayor puntualidad, y sobre todo con el mayor cariño posible. Conservarla también de alguna manera es conservar la memoria de ambos”.
Correspondencias correspondidas
La vida y la obra del autor de No me preguntes cómo pasa el tiempo permanece ligada las colonias Roma y Condesa, residencia y trasfondo de uno de sus títulos más célebres, la novela Las batallas en el desierto.
“Soy para bien y para mal un producto de esta ciudad. Todo lo que he hecho y lo que he dejado de hacer es consecuencia de ello. México fue mi cuna, es mi casa y será mi sepulcro”, dijo Pacheco en 2009 al recibir la Medalla 1808, en reconocimiento de sus contribuciones a la capital del País.
Además de su obra publicada, que abarcó poesía, teatro, novela, cuento, periodismo, ensayo y guión de cine, Pacheco escribió un diario que abarcó múltiples volúmenes.
“Mi papá llevaba un diario muy puntual desde muy joven (de los 17 a los 74 años). Son muchos volúmenes en una caligrafía muy particular, no fácil de leer. Y mi mamá no llevaba un diario como tal, no, pero sí se escribían mucho y ella siempre, estoy segura, y puedo decirlo poniendo mi mano al fuego, que todo lo que escribía lo escribía para él”, afirma Laura Emilia.
Mientras prosigue con la difusión de la obra de su padre, la autora de El último mundo se propone también recuperar la labor literaria de su madre, a la que describe como vertiginosa e inasible, fantástica en consecuencia y dotada de un gran sentido del humor.
“Una de mis labores inmediatas será recuperar su labor literaria, porque creo que padeció mucho a la sombra de su trabajo periodístico, pero tiene una obra muy sólida y quiero recuperarla totalmente, tratar de reimprimir o reeditar algunos de sus libros y hacer este año una antología”.
Juntos estarán Cristina y José Emilio en los proyectos que emprenda, como una manera de honrar la historia de sus padres, anticipa.
“Se ha hecho una especie de historia de los volcanes”, dice en referencia a la leyenda del Popocatépetl e Iztaccíhuatl, unidos eternamente por los dioses.
“Al menos para mí y para mi hermana, es imposible pensar en el uno sin pensar en el otro. Era una relación tan compenetrada y conversaban tanto, que realmente no concibo el uno sin el otro”.
El archivo de Princeton
La Universidad de Princeton adquirió en 2018 el acervo de José Emilio Pacheco, que consiste en cuadernos manuscritos, notas varias y otra información relacionada con su proceso creativo, además de sus diarios y agendas, borradores, extractos, adiciones y versiones finales de su poesía, cuentos, guiones, ensayos, artículos y traducciones.
Contiene además correspondencia con varios colegas, editores, familiares y amigos, entre ellos Octavio Paz, Juan Vicente Melo, Carlos Fuentes, José Miguel Oviedo, Sergio Galindo, Félix Grande, Guillermo Cabrera Infante, Homero Aridjis, Carlos Monsiváis, Rosario Castellanos, José Bianco y Vicente Rojo.
Este archivo incluye también publicaciones periódicas, recortes de periódicos, folletos, fotografías, documentos biográficos, certificados y materiales relacionados con premios otorgados al poeta.
La mayor parte de la colección está abierta a la investigación, aunque los materiales de la serie “Diarios y revistas” están restringidos por un periodo de 5 años, hasta abril de este 2024; esto a petición de Cristina Pacheco, de acuerdo con información de Princeton.