El aroma a libro viejo, el crujir de la tiza sobre el pizarrón, la mirada expectante de los alumnos… Desde que tengo memoria, estos recuerdos han formado parte de mi vida. No es de extrañar, pues vengo de una familia de maestros. Mi padre, con su voz grave y paciencia infinita, y mi madre, con su sonrisa cálida y pasión por el conocimiento, me inculcaron desde pequeño el amor por la enseñanza. Ser maestro no es solo una profesión, es una vocación. Es la capacidad de inspirar, de guiar, de encender la chispa de la curiosidad en las mentes jóvenes. Es ser un faro en la oscuridad, un puente hacia un futuro mejor. Yo mismo he tenido la oportunidad de ser maestro en alguna universidad y las satisfacciones han sido enormes. Ser maestro es tejer con hilo fino, es tener la capacidad de poder enseñar no solo lo que señala un programa de estudios o lo que el alumno quiere, sino de enseñar lo que él alumno necesita.
En mi hogar, la pedagogía y el deporte siempre han estado estrechamente ligados. Mis padres, además de profesores fueron buenos deportistas, mi madre una voleibolista excepcional y mi padre, con una habilidad extraordinaria para muchos deportes, fueron (mi madre aun lo es), unos apasionados especialmente del fútbol. Recuerdo las tardes en las que mi mamá me llevaba a sus entrenamientos de vóley y los domingos en los que mi padre me llevaba a la cancha, a esos campos llaneros donde los sueños corren más rápido que el balón. Ahí, de manera tacita fue donde me enseñaron no solo las reglas del juego, sino también valores como la disciplina, el trabajo en equipo, el respeto y la deportividad. Que grandes maestros tuve. Gracias a Dios, gracias a la vida.
En el fútbol, como en el aula, la figura del maestro juega un papel fundamental. Un entrenador, al igual que un profesor, es un mentor que guía a sus pupilos hacia la excelencia, enseñado, repito, no lo que el alumno quiere, sino lo que necesita y no me refiero únicamente tácticas y técnicas, sino también a lecciones de vida. Johan Cruyff, Pep Guardiola, figuras legendarias del fútbol, son ejemplos claros de cómo la pasión por el deporte puede transformarse en una exitosa carrera como entrenador, dejando una huella imborrable en las nuevas generaciones. Crearon escuela y sus equipos incluso heredaron su apellido.
Pero no solo en el terreno de juego y con trofeos encontramos maestros del fútbol. Las letras y el futbol pueden funcionar como bases de enseñanza a ida y vuelta. Jorge Valdano, exfutbolista y escritor argentino, nos regala una profunda reflexión sobre este deporte en su libro “El fútbol: El juego infinito”. En él, Valdano va más allá de la táctica y la técnica, explorando la dimensión social, cultural y filosófica del fútbol. Un maestro del balón trasladando su conocimiento a las letras.
De igual manera, Juan Villoro, escritor mexicano, nos acerca al mundo del fútbol a través de su obra “Balón dividido”. En este libro, Villoro combina su pasión por la literatura con su amor por el fútbol, creando una obra que nos invita a reflexionar sobre la vida, el amor y la pasión. Un maestro de la literatura contemporánea trasladando su conocimiento y pasión al balón.
Como dijo alguna vez el poeta español Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Y yo me atrevo a agregar: “La educación es un balón cargado de sueños”. En las manos de un maestro, tanto en el aula como en la cancha, ese balón y esos sueños pueden transformarse en la realidad de un futuro mejor.
Hoy 15 de mayo, ¡Feliz Día del Maestro! A todos aquellos que, con pasión y entrega, dedican su vida a iluminar el camino de las nuevas generaciones con el corazón, tanto en el aula, como con el balón.
Escribeme por X y platiquemos.
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