“No hay vacuna ni medicina” fue la frase que estremeció a la humanidad conforme se iba extendiendo por el mundo el virus altamente contagioso y mortal. Trece meses después de que llegara para quedarse, los habitantes de la ciudad de Querétaro, los de sesenta y más, están siendo vacunados. El lapso de espera tan, tan largo, no fue suficiente para que las personas y dependencias responsables de la aplicación tuviesen una estrategia adecuada para la vacunación masiva.
Al declarar la cuarentena, las autoridades sanitarias advirtieron que los ancianos o adultos mayores, serían los más vulnerables al contagio y a la muerte por estar afectados con otras enfermedades lógicas de la edad, se les pidió quedarse encerrados en su casa, no recibir visitas, no visitar, no ir a hospitales a menos que fuese caso urgente; a los hijos y nietos se les pidió ver de lejos a sus padres y abuelos. La mayoría de quienes su situación económica se los permitió cumplieron al pie de la letra las indicaciones. La depresión por la soledad y la incertidumbre agravó en muchos sus enfermedades y fallecieron, a otros, que se guardaban como “niño dios” entre algodones y bajo capelo, se les coló el virus y también murieron. Los sobrevivientes al espanto de ver, durante meses ya, que diariamente fallecen decenas de personas, entre ellas amigos y familiares, de ser atacado por noticias amarillas y rojas y padecer el cansancio de la espera, todavía tienen que vencer un gran obstáculo llamado burocracia, antes de descubrirse el brazo y recibir la vacuna.
Cambiar la palabra de anciano por la de adulto mayor o tercera edad, no elimina las dolencias de cada uno de los que buscan recibir la vacuna y que aquí en Querétaro han padecido las de Caín. A la desinformación sobre condiciones para acceder a la vacuna, se suma la elección de lugares, los más lejanos, terregosos, expuestos al sol y aironazos de estos días, propios de carreras y venta de autos, charreadas, exposición de ganado, todo, menos de atención a ancianos, si, esos a los que se les pidió no salir y llevan un año encerrados, decaídos, enfermos, muy lejos de parecerse a las estampas de mercadotecnia en las que los muestran trotando con ropa deportiva, paseando por los bosques gozando de la merecida pensión; la realidad es que quienes hoy buscan la vacuna como salvavidas en el océano, padecen en general: presión alta o baja, problemas cardiacos y circulatorios, diabetes, algún tipo de reumatismo, osteoporosis; muchos padecen algún tipo de cáncer, el de piel por ejemplo cuyo enemigo es el sol, otros tienen problemas de incontinencia o han sufrido cirugías, y algunos solo pueden salir con oxígeno, silla de ruedas, bastón, andadera o muletas o simplemente a rastras porque tienen problemas de Alzheimer o demencia senil. No todos tienen hijos, nietos o amigos que les transmitan la información a veces desbocada y otras tartamuda que fluye por las redes sociales, es más, algunos tienen tal problema de audición que no se les puede avisar por teléfono, otros ni siquiera lo tienen.
Mala, muy mala ha sido la estrategia de vacunación a los de sesenta y más en la ciudad de Querétaro, los han mandado a buscar la vacuna como si fuese limosna, cuando es un bien público y un derecho. Ojalá que a los desorganizadores de tal evento les quede claro para la vacunación de refuerzo, que el anciano sólo aspira a un jaloncito más de vida, que su visión de futuro no rebasa dos o tres o diez años, los que sean, pero vivirlos con dignidad AL TIEMPO.