Ramón Márquez C.
I de tres partes
Miércoles 16 de octubre de 1968.- Los Juegos de la XI Olimpiada tienen cuatro días de vida. Estuvieron a punto de no nacer: hoy hace dos semanas estalló la furiosa determinación de desastre del gobierno. En en la Plaza de las Tres Culturas sacrificó las vidas de más de 300 jóvenes estudiantes que, entre otras cosas, protestaban por la brutalidad policial, la opresión gubernamental y la asignación de grandes fondos para los JO mientras los programas sociales carecían de recursos. Dura muestra de hasta dónde estaban dispuestas a llegar las autoridades mexicanas para mantener el orden. Como lo hicieron tres meses antes, cuando detuvieron y expulsaron del país a cinco miembros del Black Panther Party, grupo político radical afro-estadounidense… En este año de compulsión mundial, el pasado 4 de abril fue asesinado el reverendo Martin Luter King, lo que encolerizó a la comunidad negra… Agobiado por todo esto, y en reunión emergente, el Comité Olímpico Internacional pensó en cancelar el evento. Muy tarde: muchas delegaciones se encontraban ya en México… Los juegos, decíamos, comenzaron hace cuatro días –con graves insultos al presidente Díaz Ordaz, entre los que predominó uno terrible: “¡asesino!”- y se registran seis records mundiales y otros tantos olímpicos. Hoy, en la bella prueba de los 200 metros, puede ser impuesto uno más: frente a frente estarán los dos mejores del mundo -ambos de piel oscura, ambos estadounidenses: John Carlos y Tommie Smith. En el autobús hacia la Villa Olímpica dice Carlos: “Haré algo en el podio para que quienes ostentan el poder en nuestro país vean que están equivocados. Necesito que estés conmigo”. “Lo estoy”, dice Tommie.
17:20 horas. Carlos arranca perfectamente y sale de la primera curva con ventaja de metro y medio. Tommie le da alcance en la parte media de la carrera. Corren codo a codo, metro a metro. Pero el ritmo resulta brutal para Carlos, quien inevitablemente se rezaga. Asume Smith el liderato y a 10 metros de la línea final eleva los brazos en señal de victoria. El australiano Peter Norman emerge de la oscuridad del sexto lugar, y se apodera de la medalla de plata -20-6-. Carlos es relegado al bronce-20.10-. Smith cronometra 19.83: marca olímpica. Los medallistas son guiados a través de un laberinto de túneles de piedra bajo el estadio hasta llegar a los vestidores.
En ese calabozo dije a Carlos: Tuvimos que pasar años de miedo, de sufrimiento, hasta llegar aquí. Esto haremos: caminaremos descalzos, pero con calcetines negros, lo que representará la pobreza de nuestra raza. Mi bufanda negra y tu collar de abalorios honrarán a nuestros hermanos linchados, o colgados, o asesinados de cualquiera otra forma, sin que nadie rezara por ellos. Elevaremos los puños enguantados como muestra de la unidad, el orgullo y el poder negros. Las chamarras, arremangadas y abiertas, representarán nuestras raíces de clase trabajadora, y en la plataforma colocaremos, cada uno, un zapato Puma, como agradecimiento a quienes tanto hicieron por nosotros.
Tommie Smith
Norman es invitado a participar. Acepta el australiano, crítico de la “política blanca” en su país. Como muestra de solidaridad usará, como John y Tommie una insignia del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos –OHPR, por sus siglas en inglés-. Y cuando Carlos comenta que olvidó sus guantes en la Villa Olímpica, Norman sugiere que compartan los de Smith. Tommie en el puño derecho; John en el izquierdo…
Ya. Regresan a la pista. Azorado, en extraño silencio, el público les ve caminar hacia el podio. Además de lo descrito, Tommie porta en la mano izquierda una caja de olivo olímpica. Cerca del fondo de la caja hay una placa de metal que dice: “Kotinos”, rama de olivo silvestre, del Sagrado Altis/de Olimpia, glorioso premio antiguos ganadores Olímpicos/Presentado por el Comité Olímpico Helénico… La rama de olivo, en los juegos de la antigüedad, equivalía a las medallas actuales. John y Tommie colocan sus zapatos en el primer escalón. Bajo los primeros compases del himno estadounidense es izada la bandera de las barras y las estrellas cuando, de repente…
Smith inclina la cabeza como si rezara y levanta su puño enguantado. Se le une John Carlos. Su puño izquierdo también es disparado hacia el cielo. Ni más ni menos que el saludo Black Power. El cuadro es fascinante y sombrío. La mayoría de los 80 mil espectadores está perpleja. Algunos aplauden; muchos más abuchean, silban; no entienden el mensaje… Pero lo hoy visto será la quinta esencia de una imagen de protesta deportiva, y una de las más famosas en la historia olímpica
El estadio se volvió inquietantemente silencioso. Hay algo horrible en escuchar el estruendoso silencio de 80 mil personas. Como estar en el ojo de un huracán. Algunos espectadores nos abuchearon. Otros gritaron nuestro himno, en claro desafío, hasta que parecía no un himno nacional, sino un bárbaro llamado a las armas. Vi en ellos los colmillos y los ojos amarillos de las bestias salvajes. Homo sapiens con el odio en el rostro.
John Carlos
Puedes llamarlo manifestación, protesta, revolución. No. Fue un grito de libertad
Tommie Smith
De inmediato, los atletas son llevados a sus vestidores. La conferencia de prensa es atropellada. Dice Smith: “si yo gano, la América blanca dirá que Estados Unidos ganó el oro, no que fue un negro quien la conquistó. Si hago algo malo, dirá que soy solo un negro. Estamos cansados. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra comprenderá lo que hicimos esta noche”. Horas más tarde, otro reportero interrumpe el descanso de Smith. Se siente perturbado por la forma prominente en la que él y Carlos mostraron sus zapatos Puma durante la histórica demostración. La respuesta le deja helado. Es demasiado escabrosa…