Una de las palabras más terribles que en el mundo pueden pronunciarse es “holodomor”. Se trata de una voz ucraniana que podría significar sólo hambruna, pero desde que el escritor Oleksa Musienko la utilizó por primera vez en 1988, describe ante todo un crimen: matar de hambre. Es decir, no la hambruna como una circunstancia que para un pueblo puede ser resultado de una mala cosecha, un fenómeno meteorológico o ignorancia agrícola o de otro tipo. No, sino la hambruna como una decisión criminal tomada para justamente hacer perecer por inanición a las personas.
El Holodomor comenzó como en Ucrania en 1932, como resultado del más salvaje proyecto echado andar por los comunistas rusos: la colectivización forzada. Se esperaba que con la gran producción agrícola y su exportación se podría financiar la industrialización y cumplir con los famosos planes quinquenales, que casi siempre terminaban sobreponiendo las ilusiones y deseos de Stalin a la realidad.
Como siempre, el totalitarismo en primer lugar se inventó un enemigo: el kulak (qué significa tacaño), un campesino próspero que para esa época –luego del terror rural del comunismo de guerra que ya se había emprendido en años anteriores– no era más que un campesino que apenas poseía algo más que el resto, incluso apenas unas gallinas o un par de cerdos, pero que fueron acusados de ser los explotadores y contrarrevolucionarios que obstaculizaban el progreso del campo.
Desde los inicios del poder soviético, Ucrania se resistió al proyecto comunista e intentó conseguir su independencia, que fue aplastada a sangre y fuego por los bolcheviques. Luego de eso, desucranizar social y culturalmente a esta nación fue un imperativo para Lenin y más tarde para Stalin.
Así pues, en los años 30 el “padrecito” Stalin tenía, como dice el escritor Martin Amis en su obra Koba el Temible, “dos motivos para atacar a los campesinos ucranianos: eran campesinos y eran ucranianos. La URSS siguió exportando grano y siguió acumulándolo. La requisa alimentaria prosiguió hasta marzo de 1933, epicentro del período del hambre”.
Cientos de miles, los que pudieron, huyeron hacia las ciudades. Pero el Partido Comunista, convencido de que este éxodo estaba organizado por los enemigos de la Revolución, por agentes polacos y los aliados del imperialismo, ordenó su expulsión y persecución.
En su extraordinario libro Todo fluye, Vassili Grossman cuenta que “los padres ya estaban encarcelados y a comienzos de 1930 se llevaron también a las familias […] Les amenazaban con fusiles, como si estuvieran poseídos, y llamaban «bastardos de kulaki» a los niños pequeños, y gritaban: «¡Chupasangres!» Y los «chupasangres» estaban tan aterrorizados que no les quedaba una gota de sangre en las venas. Estaban blancos como el papel”.
Reprimidos, encarcelados y fusilados por miles, los campesinos fueron obligados a entregar al Estado hasta el último grano de sus cosechas. Ucrania, conocida como “el granero del mundo” sufrió entonces por decisión de Stalin una hambruna que se cobraría la vida de por lo menos cinco millones de ucranianos según los informes más serios.
Grossman escribió que “las madres miraban a sus hijos y gritaban de miedo. Gritaban como si se les hubiera colado una serpiente en la casa. Y esta serpiente era el hambre, la inanición, la muerte”. Las imágenes de miles de niños en los huesos y los dramáticos casos de antropofagia documentan uno de los mayores horrores del siglo XX junto con el Holocausto judío.
El pasado sábado se conmemoró esta hambruna provocada para castigar a un pueblo que siempre ha luchado por su libertad. En esta ocasión, la fecha coincidió con la iniciativa del presidente Donald Trump para poner fin a la guerra entre Ucrania y Rusia. Como se sabe, hace ya casi cuatro años Vladimir Putin, digno heredero de Stalin y del totalitarismo soviético, ordenó la invasión de Ucrania; desde entonces, Amnistía Internacional y los medios de comunicación internacionales más importantes han documentado violaciones sistemáticas de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario por parte del ejército ruso.
El plan de paz de Trump incluye ceder importantes territorios al invasor. Europa y Ucrania no fueron tomadas en cuenta, y sólo Rusia parece contenta con sus términos. Hace 92 años Ucrania vivió la pesadilla del Holodomor y ahora vive la de la guerra. Ojalá que ahora no le toque vivir también una paz injusta.
@ArielGonzlez FB: Ariel González Jiménez







