En el vaivén de la vida, donde el tiempo se desliza como arena entre los dedos, nos encontramos algunos de los aficionados de antaño, convertidos de repente y a bote pronto en adultos cautivos de la rutina laboral. La Eurocopa ha inundado las pantallas con sus vibrantes partidos, y la sombra de la Copa América se cierne próxima, prometiendo un nuevo banquete futbolístico. Sin embargo, la adultez, con sus maduros encantos, también trae consigo la inevitable pérdida de tiempo libre y en medio de estas celebraciones globales del deporte rey, se esconde una melancolía propia de aquellos que ya no podemos saborear cada jugada con la despreocupación de la juventud y de la flexibilidad de horario.
El fútbol debe ser felicidad y disfrute. Y es precisamente ese disfrute, esa inmersión total en el espectáculo de las piernas que corren y los balones que vuelan, lo que se ve cada vez más difuso con la llegada de las responsabilidades adultas. Ya no son las tardes enteras frente al televisor, sin más preocupación que el silbato inicial y final del partido. Ahora, el tiempo libre se fragmenta en pedazos que hay que repartir entre el trabajo, la familia, las obligaciones y, si queda algo, el ocio. La Eurocopa y la Copa América se convierten en eventos que hay que seguir a hurtadillas, robando minutos a las obligaciones, consultando resultados en el celular con disimulo, o resignándose a ver los cada vez más frecuentes insulsos resúmenes al final del día cuando la llama de la pasión ya se ha enfriado; resúmenes que lejos de ser las poesías audiovisuales de antaño, se han convertido en una amalgama de polémicas vulgares y ráfagas de imágenes que apenas nos permiten saborear la belleza del juego.
Es como si un velo de rutina se hubiera extendido sobre nuestros ojos, impidiéndonos apreciar la belleza del juego con la misma intensidad del pasado. La emoción del gol, el rugido de la multitud, la tensión de los últimos minutos, todo parece amortiguado por la distancia que impone la adultez. Que triste, el “hacer” se impone sobre el “ser”, relegando a un segundo plano las pasiones que nos llenan el alma.
Sin embargo, no todo está perdido. Todavía quedan resquicios de tiempo, momentos que podemos y sobre todo: debemos, robarle al ajetreo diario para reencontrarnos con la pasión futbolística. Un partido los jueves con amigos, una escapada a un bar para ver un encuentro crucial, o simplemente unos minutos robados a la soledad para disfrutar, en la medida de lo posible, un partido con la misma intensidad de un niño frente a su regalo de cumpleaños.
Porque el fútbol, como la vida, no se trata solo de ganar o perder. Se trata de sentir, de vibrar, de dejarse llevar por la magia del momento. Y aunque el tiempo insista en robarnos horas, siempre habrá un espacio, un pequeño rincón en el corazón, donde podamos guardar la llama viva de la pasión por este bello deporte. Que la Eurocopa y la Copa América sean un recordatorio de aquello que fuimos, de la alegría incondicional que el fútbol supo regalarnos, y un desafío para encontrar nuevas formas de seguir disfrutando de este festín, incluso en la danza frenética de la vida adulta.
Hermosos torneos que nos recuerdan que, a pesar de las obligaciones y las prisas, el fútbol sigue siendo un lenguaje universal, capaz de unirnos y transportarnos a un mundo de emociones puras y de belleza inigualable. Aprovechemos entonces, en la medida de lo posible, estos dos torneos como un bálsamo para el alma, como una oda a la nostalgia y como un recordatorio de que, a pesar de los pesares, el fútbol sigue siendo una de las expresiones más sublimes del espíritu humano. Qué bonito.
Aprovecho este espacio para invitarte el próximo sábado 22 de junio a las 15:00 hrs en el CEART, Querétaro, a la presentación de mi libro “Juego Profundo” en un marco inmejorable: la FILMAQ2024. Estaré con la voz del futbol queretano, Sergio Bailleres, platicando de futbol y letras. Confió en verlos ahí.
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