Ariel González
Burlando todos los obstáculos legales en su contra y desafiando a sus no pocos adversarios, Donald Trump es ya el favorito para ganar la candidatura republicano a la presidencia de EU. Si había una estrategia de los demócratas y, concretamente, del Presidente Joe Biden para contenerlo y descarrilar sus aspiraciones, evidentemente esta ha fracasado.
Todos los procesos judiciales en su contra han sido aprovechados por el expresidente para victimizarse y presentarse como un perseguido por el sistema. Enfrentar 91 cargos, que van desde la violación a una mujer hasta haber conspirado e incitado a la toma del Capitolio para intentar revertir ilegalmente su derrota electoral de 2020, pasando por diversos fraudes fiscales y numerosas estafas, no parecen haberlo afectado mayormente.
Es cierto que no ha obtenido los triunfos arrolladores que algunas encuestas preveían, pero sus recientes victorias son una contundente muestra de que tiene ya casi la candidatura en el bolsillo. En Iowa –donde obtuvo más votos que todos sus contrincantes juntos– ha dejado fuera de la competencia al gobernador de Florida, Ron DeSantis; y días más tarde, en las primarias de New Hampshire, ha derrotado a Nikki Haley, exembajadora de EU ante la ONU.
Trump entiende que el principal combustible para movilizar adhesiones en torno de su candidatura es su rabioso discurso antiinmigrantes y la permanente denuncia del “caos” en la frontera con México. Y este tema, como se sabe, constituye una de las preocupaciones más importantes del electorado estadunidense. También los demócratas muestran su preocupación a este respecto y han venido impulsando una serie de visitas y encuentros con las autoridades mexicanas para detener el creciente flujo migratorio y establecer nuevos controles que eviten la entrada de estupefacientes, pero todo indica que el tiempo se le ha venido encima a la administración Biden y que ya no podrá mostrar a sus electores ningún resultado espectacular en esta materia.
Aun así, es previsible que la presión hacia el gobierno mexicano vaya en aumento antes del proceso electoral del 2 de junio en México y, desde luego, de cara a las elecciones del 5 de noviembre en EU. No tanto por la preocupación del gobierno de Biden por el futuro de la democracia en México –bastante débil si nos atenemos a los hechos–, sino para tratar de demostrar a sus ciudadanos que la frontera entre los dos países no está fuera de control en el tema migratorio y tampoco en el tráfico de drogas.
Pero los hechos y su percepción van en contra de los demócratas. La masa de migrantes que este año tiene planeado llegar a Estados Unidos está atenta también a las victorias recientes de Trump; su conclusión natural es que hay que cruzar antes de que este personaje, que ha amenazado incluso con cerrar la frontera, llegue de nuevo a la Presidencia. Paradójicamente, el aspirante republicano mira esto con gran simpatía porque lo va a poder explotar electoralmente en los meses que vienen; y también verá con muy buenos ojos la ineficacia y corrupción de las autoridades mexicanas que tampoco contribuirán a que la administración Biden alcance sus objetivos en el tema.
Trump tiene otra ventaja: su amistad con el presidente López Obrador. Además de las muchas cosas que los identifican –particularmente su desafección por las reglas democráticas–, hay que recordar que AMLO fue uno de los últimos mandatarios (junto con Jair Bolsonaro y Vladimir Putin) en reconocer la victoria de Joe Biden, un noble gesto diplomático hacia Trump que acompañaría de algún modo la irrupción de sus huestes en el Capitolio, el 6 de enero de 2021, para interrumpir justamente la sesión conjunta del poder legislativo que buscaba contar el voto del Colegio Electoral y certificar la victoria del candidato demócrata.
Ahora, en previsión de que pueda producirse alguna “intervención” en el proceso electoral de Estado que planea, AMLO tiene la oportunidad de mantener a raya al gobierno de Biden con el tema migratorio. Sin embargo, es un arma de dos filos, porque si bien Trump estará contento con su negligencia para atender el problema migratorio, también puede impacientar a los demócratas que, en su desesperación electoral, podrían confrontar de varias formas al gobierno mexicano, algo que tampoco le vendría bien a la candidata oficial, Claudia Sheinbaum.
Jugar con “abrir y cerrar el flujo migratorio” –una idea que han sustentado importantes analistas como Arturo Sarukhán, exembajador de México en EU– puede resultar bastante arriesgado para López Obrador, pero conociendo su estilo no sería difícil que estuviera tratando de intercambiar con el gobierno de Biden un paquete de impunidad y laissez faire, laissez passer (“dejar hacer, dejar pasar”) ante el proceso electoral del 2 de junio, a cambio de “la mejor” actuación de las autoridades mexicanas para contener el masivo flujo migratorio hacia EU.
Pero la pregunta es si esto realmente es factible. ¿No es demasiado tarde para ambas partes? La participación del crimen organizado en esos flujos migratorios y la conocida incapacidad (o complicidad) de las autoridades mexicanas para enfrentarlo, complica aún más las cosas. Así que será difícil que podamos ver buenos resultados en breve, aunque esa fuera la intención del gobierno de Morena.
*De reojo*
Por cierto, habrá que observar con mucha atención la gira que esta semana llevará a cabo Xóchitl Gálvez por Estados Unidos. El discurso que lleva (previsiblemente que en México priva la inseguridad, no se respetan los contrapesos ni las instituciones autónomas y que se prepara una elección de Estado), seguramente causará mucha irritación en Palacio Nacional.
@ArielGonzlez
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