En la actualidad, el cambio climático no sólo observa impactos ambientales y en los bienes y servicios, sino también, de acuerdo con estudios recientes, tiene efectos en la salud mental. A partir de estos estudios se empiezan a develar correlaciones estrechas entre diversos factores socioambientales y manifestaciones de desajustes en la esfera emocional, particularmente, depresión y ansiedad.
Así es que, como consecuencia de las alteraciones climáticas, se presentan escenarios relevantes, que provocan una serie de eventos nocivos, como lo es la depresión económica, que se acompaña de restricciones financieras y deterioro de las condiciones de empleo. Y de forma particular, cuando se está ante la presencia de una condición de sequía, entonces suceden sobre todo, en el corto plazo, ciertas alteraciones de la vida cotidiana y la disponibilidad de satisfactores.
En particular, la baja en disponibilidad o escasez de alimentos genera una cierta desarticulación familiar que afecta la actividad escolar y frecuentemente incrementa la carga de trabajo cotidiano. Se dice que, por lo regular, estos escenarios se acompañan de pérdidas de elementos de protección como las redes sociales y muchas veces, cuando el cambio climático es muy marcado, las familias se ven obligadas a emigrar, lo que a su vez impactará ampliamente en las condiciones de alteración mental previas.
Algunos autores como Javier Velázquez Moctezuma y Norma Lilia Anaya Vázquez (2023) señalan que, “La salud de la población da ya muestras fehacientes de que se afecta de muy diversas maneras por los estragos que sobre el clima se producen, debido al efecto de emisiones nocivas que no disminuyen a pesar de las muchas advertencias”. (Velázquez, Impactos potenciales de la sequía en la salud mental, 2023)
Pero lo interesante de este asunto es que los cambios climatológicos extremos que hoy experimentamos tienen un severo impacto en toda la estructura socioeconómica y esto impacta la salud de la población.
Factores como la disminución de insumos, de alimentos; la falta de comunicación y el aislamiento; la pérdida de vegetación; la contaminación del agua y el aire, entre otros, provocan en los seres humanos desequilibrios de su vida cotidiana, creando así un grado de estrés emocional que fácilmente evoluciona hacia cuadros más complicados y difíciles de resolver.
De esta manera hoy se estudia lo que se conoce como El trastorno límite de la personalidad (TLP) que es una afección mental por la cual una persona tiene patrones prolongados de emociones turbulentas o inestables. Estas experiencias interiores a menudo los llevan a tener acciones impulsivas y relaciones caóticas con otras personas.
Otros síntomas de TLP incluyen:
Miedo intenso de ser abandonado
Intolerancia a la soledad
Sentimientos de vacío y aburrimiento
Manifestaciones de ira inapropiada
Impulsividad, como con el consumo de sustancias o las relaciones sexuales
Actos de autolesión, como hacerse cortes en las muñecas o tomar sobredosis
De ahí las complicaciones que pueden incluir:
Depresión
Ansiedad
Drogadicción
Problemas con el trabajo, la familia y las relaciones sociales
“Al menos 322 millones de personas en el mundo sufren depresión, un 18% más que hace una década, y otros 264 millones padecen trastornos de ansiedad, un incremento del 15% respecto a hace diez años, según los últimos datos revelados hoy por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En Latinoamérica, Brasil es el país que más casos de depresión sufre: un 5,8% y México junto con Nicaragua y Venezuela con 4,2%. En Querétaro, de acuerdo al Secretario de Salud, se reciben entre 10 y 15 personas por mes que requieren atención psiquiátrica, y en México se estima que un 30% de la población padece algún trastorno mental.”(A. Angulo, Justicia Socioambiental y el Derecho a la Ciudad, 2018).
Según Jens Pruessner, investigador en el Instituto Universitario de Salud Mental Douglas de Montreal en Canadá: vivir en una urbe aumenta en un 21% la probabilidad de sufrir un trastorno de ansiedad. Desde hace años se sabe que también incrementa el riesgo de padecer depresión o esquizofrenia . El estrés parece ser el gran responsable de que la salud mental de las personas que residen en una ciudad sea, en general, algo peor que la de las personas que habitan en zonas rurales.
Las ciudades donde vivimos, sus calles, edificios y servicios tienen mucho que ver con nuestra salud. La contaminación del aire que respiramos, el exceso de ruido ambiental, la contaminación lumínica, la falta de zonas verdes cercanas y otros factores más nos afectan física y psicológicamente. (Angulo, 2018)
Como una medida, se requiere de más zonas verdes y que, sobre todo, que los ciudadanos puedan acudir a ellas, disfrutar la naturaleza, hacer deporte y compartir tiempo de ocio con otras personas. Según un grupo de investigadores de la Universidad de Exeter (Reino Unido), los espacios verdes ayudan a rebajar el nivel de estrés que conlleva vivir en una urbe. Los expertos han observado que las personas que viven cerca de espacios con vegetación ven reducidos sus síntomas depresivos en un 41,5 por ciento.
De esta forma cuando hablamos del derecho a un Medio Ambiente Sano y el Derecho a la Ciudad, entonces también hay que considerar la salud mental de los ciudadanos, porque ello se traduce en una calidad de vida digna. Por tanto, la ciudad no es únicamente casas, avenidas e industrias, es algo más que eso, partiendo de que las ciudades son habitables y su recurso más importante son los seres humanos, pero ellos requieren de determinadas condiciones, entre ellas, su relación fundamental con la naturaleza.
A través del análisis de datos, expertos en arquitectura y planificación junto con médicos, sociólogos y otros estudiosos buscan las claves para crear un entorno urbano que responda a las necesidades de las personas y fomente hábitos saludables. Se trata, según los expertos de varias universidades, de conseguir calles que no solo sean eficientes, sino que también sean sensibles al estado de ánimo de las personas y su entorno.
Los que planifican las ciudades pueden conducir nuestra salud mental, señala Mc Cay (psiquiatra y profesora de la Universidad de Georgtown), para quien la transitabilidad y la biofilia son dos ejes que ayudan a crear ciudadanos felices, sociables, que viven en contacto con la naturaleza y que se sienten seguros.
Finalmente señalaré algo muy reciente plasmado en varios análisis, que se refiere al llamado “Solastalgia” o mejor conocido como el Síndrome de “Transtorno de Déficit de Naturaleza”, considerada una de las enfermedades “psicoterráticas y somaterráticas”, según las bautizó el filósofo australiano Glenn Albrecht. Pero fue Richard Louv, un periodista y autor estadounidense, quien acuñó el Trastorno por Déficit de Naturaleza. El planteamiento parte de la premisa de que como seres biológicos, estamos fisiológicamente adaptados para estar en relación o contacto con la naturaleza, en donde ejercemos una serie de actividades, pero al desligarnos sucede un trastorno mental y por ello, se debe pensar en cómo los espacios verdes juegan un rol determinado, de ahí que el paisaje es, obviamente, un referente que rompe con el estilo de “vida de un ladrillo” y cuya interacción con la naturaleza o espacio verde tiene un cierto potencial.
¿Qué es mejor, un hospital para atender estos trastornos de depresión y angustia o planificar la ciudad para prevenirlos?
LA CURA ESTÁ EN MEJORAR NUESTRO HÁBITAT