A veces asusta la facilidad nacional para tragarse cualquier engaño gozoso y no sólo deglutirlo; participar de él como si se comprendiera –y hasta se asumiera, cosa remota–, el significado profundo de los tiempos perdidos antes de la influencia anglosajona.
La raíz folcórica de la conmemoración del día de Muertos (no celebración; folcore como conjunto de expresiones identitarias; no como alborozo pintoresco de turistas pasmados) ha perdido su significado y se ha convertido en una tradición tan joven como para no merecer aún tan acumulativo mérito y falsa porque proviene, en el mejor de los casos, del estupor extranjero frente a rituales ya perdidos, frente a cuya inmanencia los mexicanos de antaño guardaban distancia espiritual y símbólica. Altamente simbólica.
En los días pasados vimos espectáculos grotescos y explicaciones y alabanzas inmerecidas para los desfiles falsificados cuyo pretexto es el día de los difuntos.
La chusma motocilista combina dos extranjerías: el disfraz de zombies, monstruos o simplemente personajes carnavalescos y el culto al biciclo estruendoso, en nocturnas y recurrentes “rodadas” (hasta las sillas de ruedas, ruedan). Esas pachangas estrepitosas no tienen relación alguna ni con las tradiciones, ni con los símbolos del inframundo, raíz de las conmemoraciones de noviembre.
“…Es la fiesta de la bajada de Mictlantecuhtli o Camaxtli o culebra de las nubes (…) propiamente –dice Sejourne en la interpretación de los calendarios mexicas– se ha de decir la caída de los demonios que dicen que eran estrellas y así ahora hay estrellas en el cielo que se dicen del nombre que ellos tenían… Yacatecuhtli, Tlahuizalpantecuhtli, Ceyacatl, Quetzalcóatl, Yacopancalqui, Mixcóatl, Contemococtli. Como dioses llamábanse de este nombre antes que cayesen del cielo, y estos ahora se llaman Tzitzimitli, como quien dice cosa monstruosa o temerosa…”
Pero toda esta cosmogonía y su evolución (o adaptación) en el complejo mecanismo del sincretismo mexicano –mexica, principalmente y católico por imposición– contiene elementos cuya particularidad nunca nos ha asombrado porque los mexicanos no miramos a la muerte con la extrañeza extranjera aunque –paradójicamente–, su mala traducción nos venga de fuera.
Un ejemplo de esto es la novela de Malcolm Lowry, “Bajo el volcán”, cuya trama se inicia en una fecha de muertos en Cuernavaca.
“…Tal vez sea este peculiar ejercicio de palimpsesto sublime y aun solemne (Julián Herbert) lo que hace tan auténtica la pátina de mexicanidad –entendida ésta como metonimia cultural y paradigma infernal, no en un sentido nacionalista– implementada por Lowry. A diferencia de D. H. Lawrence, quien confunde a los aztecas con una mascarada veneciana; o Graham Greene, cuyo catolicismo (“El poder y la gloria”) no logra diferenciar una política oficial de una idiosincrasia; o el de William Burroughs, quien nunca pretendió (nunca pudo, diría yo), ser algo más que un turista despistado y punk-avant-la-lettre…”
Pero más allá de la herencia de Lowry o de B. Traven y su insólito comercio con la muerte (Macario), los extranjeros –y muchos mexicanos–, jamás han comprendido el sentido real de este sincretismo, como también ocurre a últimas fechas, con otra tradición igualmente falsificada: la tauromaquia.
Los merolicos de la radio y la TV se deshacen en la “TRADICIÓN”, cuando desgañitan el desfile de alebrijes; monigotes, o calaveras alegóricas y carnavalescas, sin percatarse de la juventud y motivo de esa falacia colectiva: una película de James Bond escrita (2015) por John Logan, Robert Wade, Neal Purvis y Jez Butterworth.
En los pasados días, ya lo vimos, se mezclaron una vez más la fiesta de los gringos y su Halloween con la escasa reminiscencia de los cultos funerarios mexicanos. No mexicas únicamente; tampoco hispanos a pesar de los “Fieles difuntos”.
Así pues, la fecha mortuoria permitió y disfrutó la aceptación irreflexiva y superficial de lo “tradicional” sin reparar en su significado ni analizar siquiera superficialmente, su origen y distancia.
En este sentido sustituimos a los remotos “habitantes” del Mictlán con Daniel Craig.