La primera obligación de quien airado y combativo toma la tribuna de la Cámara de Diputaditos (o cualquier otro escenario político en disputa), e insta a su grupo a formar una muralla humana para impedir atropellos legislativos y llevar adelante una reivindicación general; en el nombre casi siempre la democracia, es pensar –mientras asciende las escaleras–, la hora cuando se va a bajar.
No hay tomas de tribuna eternas. En el mejor de los casos el grupo dominante sesiona en otra parte, y como no se puede estar en dos lugares simultáneamente –ni siquiera partiendo el piquete de amotinados–, las cosas toman siempre el curso determinado por el grupo más poderoso y numeroso.
Cómo dijo el licenciado Heráclito: nadie toma dos veces la misma tribuna.
Y así lo vimos ayer en la Cámara de Diputados.
Si la razón para ocupar el espacio e impedir la sesión normal era el Fondo de Salud para el Bienestar (ante la imposibilidad de inventar uno para el malestar), los siervos de la nación morena decidieron retirar la reserva con la cual la Secretaría de Salud distraería a su dominio los 100 mil millones de pesos.
Ese fue el atole. El dedo será la inminente iniciativa anunciada por Mario Delgado para reformar la ley de salud, de modo tal y le sea posible al gobierno gastarse ese dineral en vacunas contra el Covid, lo cual es un propósito magnánimo y benéfico, excepto un pequeño detalle: no existen las tales vacunas.
Pero últimamente en México (y en otras partes del mundo, posiblemente), la realidad quiere competir con la posibilidad. El hecho es muy simple: en menos de un año el coronavirus mal entendido y peor atendido, ha matado en este país más de 80 mil personas y ha herido de muerte a la crónicamente débil y enfermiza economía cuyas taras se deben ( no vaya usted a creer otra cosa), a la mefítica herencia del pavoroso neoliberalismo.
Pero como dijo el doctor López “Gatinflas”: los difuntos, difuntos están y ante esa rígida y fría evidencia, no queda sino alzar los hombros y felicitarse por no haber llegado a un escenario catastrófico. La catástrofe hubieran sido 60 mil; no 80 mil o más. Siempre es bueno con probar la excelencia de nuestros funcionarios capaces de superar siempre sus propias metas.
Pero Mario Delgado, a quien pronto una encuesta mañosa y preparada lo sacará de San Lázaro para decirle a Morena: levántate y anda, les tenía una guardadita a los opositores. Se ganan ésta por unos cuantos días, pero no contaban con la astucia del chapulín moradito, quien les anuncia una iniciativa para conseguir lo mismo ahora desaprobado.
Por eso las carambolas se hacen con las tres bandas. No importa cuales. La iniciativa será presentada la próxima semana—dijo MD en una conferencia de prensa ayer—y estará lista y planchadita inmediatamente. Así pues, si algo no resulta con la extinción del Fideicomiso, se hace otra ley para lograr el fin anhelado.
Lo único importante, y para eso se legisla, es para dotar de dinero a la presidencia de la República cuya necesidad de fondos para la dispersión electoral es infinita. De todos modos Juan te Llamas.
Últimamente la salud ha sido el gran pretexto hasta para darle golpes a la salud mientras se le hunden los colmillos al oro. Todo se hace según esto por la salud. Y la salud no mejora, excepto la financiera de la 4-T, quien hoy no parece un elefante reumático, sino una señora rolliza con sobrepeso.
El Seguro Popular, fondeado con los millones ahora casi confiscados por el gobierno, disque para los mismos fines (entonces ¿cual era el caso de desaparecerlo, cambiarle de nombre y repetir hasta sus errores?) desapareció para dale lugar al Instituto para el Bienestar (mientras se piensa cómo hacer el del malestar, insisto).
Pero eso es sencillo: los fondos para atender muchas enfermedades se quieren ahora canalizar para atender una sola, lo cual tiene todo el semblante de un engaño mayúsculo, lo cual no tiene nada de extraordinario. Este pueblo sabio y bueno, ha gozado durante 500 años con la habilidad de quienes lo han engañado desde el reino, el virreinato, la iglesia, la Independencia, la Reforma, la Revolución; el largo periodo priista, la alternancia y ahora la tetramorfosis.
Todo mundo le ha visto la cara al pueblo y el pueblo siempre premia a quien mejor lo engaña. Primero el voto, luego el devoto.