No. Y tampoco volumen.
La respuesta de Enrique de la Madrid fue seca, sin alarde, como quien entiende que el miedo no se elimina: se aprende a convivir con él. En tiempos donde la política se disfraza de valentía o se esconde en discursos vacíos, escuchar esa frase fue como abrir una ventana a la sinceridad.
No fue una entrevista. Fue una conversación con peso, una disección del país que hemos dejado pudrir mientras aprendíamos a normalizar el miedo.
Gracias al decano de periodismo nacional queretano, don Sergio Venegas y al ex gobernador Mariano Palacios Alcocer, por la invitación a incomodar la mesa con preguntas necesarias, de esas que huelen a violencia, sangre y huachicol, pero que también abren espacio a la reflexión y al valor de decir lo que muchos prefieren callar.
De la Madrid habló sin pretensión. No como exsecretario ni como aspirante, sino como un mexicano que ha caminado por el lodo y sabe leer entre los silencios. Recordó Sinaloa, ese territorio donde la violencia dejó de ser noticia para convertirse en costumbre.
—Allá me decían: “no se meten conmigo”.
Esa frase —pequeña, resignada, brutal— resume el fracaso moral de un país que convirtió la impunidad en hábito y la ilegalidad en refugio.
Hay gobernadores que enfrentan al narco, otros que se hacen los locos, algunos que hacen negocios… y otros que los ponen.
La descripción no busca escándalo, sino precisión. Es un diagnóstico quirúrgico del sistema: una política local capturada, un Estado fragmentado, una ciudadanía anestesiada.
El país que se acostumbró al crimen
“Si solo dedicamos recursos públicos a perseguir narcos sin pagar mejor a las policías, todo esto será puro show.”
La frase suena sencilla, pero encierra el dilema de fondo. Ningún país puede sostener seguridad si no tiene Estado; y ningún Estado puede sobrevivir si su policía gana menos que un obrero.
Querétaro presume tranquilidad, pero bajo esa calma también se mueven las mismas sombras morenistas: el dinero que llega sin origen, las farmacias que brotan en cada esquina, las gasolineras que florecen como hongos después de la lluvia.
Lo que parece progreso puede ser otra forma de lavado.
El narco ya no necesita disparar. Compra respetabilidad.
Invierte en ladrillos, en franquicias, en farmacias con bata blanca y alma negra. En Tamaulipas, los herederos del huachicol mutaron en empresarios del medicamento. El crimen se hizo sociedad anónima.
De la Madrid lo reconoció: “Eso no huele bien.”
Y no lo dice como sospecha, sino como certeza.
El país entero lleva demasiado tiempo respirando ese olor.
Omar García Harfuch: confianza con reservas
Hablamos también de Omar García Harfuch, el hombre al que hoy se le entrega la llave de la seguridad nacional.
¿Confías en él?, pregunté.
“Sí. Confío en él.”
Pero no como fe, sino como método.
De la Madrid ve en Harfuch un perfil que escasea: disciplina, inteligencia, orden. Un policía con sentido de Estado. En la Ciudad de México aplicó una estrategia menos ruidosa y más quirúrgica: atacar a los generadores de violencia, fortalecer a la policía y coordinar inteligencia con justicia. Resultados, no discursos.
Pero fue claro: “Un hombre no basta para rediseñar un país.”
Si no se reconstruye la base municipal, si no se dignifica al policía, si el Ministerio Público sigue durmiendo los expedientes y el juez se vende al mejor postor, Harfuch se pasará la vida persiguiendo delincuentes sin cambiar las reglas del juego.
Sin crecimiento económico no hay seguridad duradera.
Sin empleo no hay alternativa al crimen.
Sin impuestos no hay policías.
Sin justicia no hay país.
Menos elecciones, más acciones
Cuando la charla terminó, bajamos el tono.
—¿Y tú crees que ya se vayan? —le solté.—No —respondió—. Pero al menos que crezcan los contrapesos.
Y ahí, sin aspavientos, soltó su tesis más incómoda:
“No los vamos a sacar a golpes ni a gritos, sino construyendo algo mejor con lo mejor de ellos.”
No se trata de borrar, sino de recomponer. De rescatar lo que sirve y desechar lo que pudre.
“Menos elecciones y más acciones.” Una frase que debería estar en la puerta de cada Congreso, para recordar que el país no se salva con campañas, sino con coherencia.
Defender a Querétaro desde abajo
La defensa de Querétaro no se libra en el escritorio.
Está en sus municipios, en sus policías, en sus colonias.
La verdadera guerra es contra la indiferencia.
Porque cuando el crimen se vuelve paisaje, el Estado ya perdió.
Si Querétaro quiere seguir siendo excepción, tendrá que blindar su institucionalidad desde lo local: cuentas claras, policías cercanas, comunicación honesta y ciudadanía que no se acostumbre a vivir con miedo.
Sin miedo, sin fantasías
De la Madrid no vende optimismo. Vende realidad.
Y la realidad es que el miedo no desaparece con discursos: se combate con resultados.
Con patrullas que llegan, ministerios públicos que responden, jueces que sentencian y dinero sucio que no encuentra refugio.
Confiar en Harfuch es razonable, pero solo si el país decide acompañarlo.
El Estado coordina, las comunidades resisten.
Y es ahí donde se define el futuro: entre quienes se resignan y quienes deciden reconstruir.
México no necesita más héroes, necesita instituciones.
No más discursos, sino justicia
No más costumbre, sino coraje.
Porque el miedo no se grita… se enfrenta.
Y este país, si aún quiere salvarse, debe empezar por dejar de temerle a la verdad.
A chambear.
@GildoGarzaMx








