Posiblemente el peor efecto de la contaminación política generada y derramada desde el Palacio Nacional por la omnipresencia del discurso presidencial sin cortapisas ni límites, sea la cobardía interesada de las otras fuerzas políticas. Y llamarlas fuerza es un eufemismo generoso. Son débiles, astutos, ramplones, simples, chatos y extraviados.
Pero ninguno de ellos (y me refiero a la alianza PRI, PAN, PRD y al MC), ignora la realidad: la base social, política y territorial de Morena es suficiente para alcanzar la victoria electoral 2024, pero el problema no es ganar el Ejecutivo, cosa casi segura; el reto es sobrevivir incrustados en un régimen monolítico, pétreo, inamovible con alcance de mil años, como prometió alguien en el siglo pasado.
Y mientras eso ocurre y todo mundo juega con pelotas en el malabarismo de las declaraciones más ñoñas de los últimos años, la potencia presidencial los deforma y conforma. Lo ocurrido en Nuevo León es una muestra triste de la incapacidad de las llamadas oposiciones.
Movimiento Ciudadano, con una cantaleta contra la política de antes, hace maniobras de antaño: su papel aparentemente opositor supera tristemente las lamentables exhibiciones del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana o el Popular Socialista de Lombardo: aunque ninguno de estos tiró por la borda un gobierno importante, como el de Nuevo León, para someter al gobernante a la pantomima de una participación evidentemente fracasada desde el comienzo.
Aquí, ante el panorama degradado de la vida pública contemporánea vale la pena plantear una idea: ¿cómo ha sido posible la declinante cultura neoleonesa? ¿Cómo han podido los ciudadanos de ese estado olvidar su peso histórico y caer en la banalidad folclórica de “El bronco” o la puerilidad exitosa y fosforescente de Samuel y su pareja? Imperdonable.
Y ahora, sin la intervención de ninguna fuerza social, el gobernador acata instrucciones del Palacio Nacional y solicita una licencia por seis meses, cuya temporalidad demuestra la poca viabilidad de sus aspiraciones electorales. Una vergüenza, no para él, quien –a fin de cuentas– es un vivales, sino para los ciudadanos de ese Estado. Pasaron de Alfonso Reyes al Tik-Tok.
El nuevo Nuevo León, no tiene garras.
Pero el deterioro es generalizado. Hasta en las instituciones complementarias de secretarías – como la patraña de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (adscrita a la Secretaría de Gobernación) –, o de los órganos alguna vez autónomos como la CNDH, se advierte la pudrición.
En la primera se nombra a Teresa Reyes, en lugar de Karela Qiuintana. Ninguna de las dos, como la comisión misma, servirá para algo como no sea presentar una decorosa pantalla, indecorosamente falsificada con la manipulación de cifras y datos.
Por eso se fue una y llegó la otra. Una por rechazarlo; la segunda por prometerlo. Puro maquillaje para empatar la realidad al imperio de los “otros datos”.
Al fin Reyes ya es experta en asuntos inútiles, como el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (a quienes se debió haber educado en tiempos pretéritos y oportunos). Pronto habrá kinder para la tercera edad.
Y si todo este espectáculo no fuera suficiente, en la desviada Comisión Nacional de los Derechos Humanos, los integrantes del Consejo Consultivo se dan cuenta (cinco años después), de su propia inutilidad y deciden completar la deserción. Se marchan indignados por la actitud de Rosario Piedra (acrónimo de pierda), como si no conocieran desde hace tiempo, las razones y finalidad del nombramiento de tan limitada persona en la perversión del órgano constitucional, transformado en órgano presidencial.
Ya antes otros consejeros se habían dado cuenta. En el año 2020, Angélica Cuéllar Vázquez, María Ampudia González; María Olga Noriega Sáenz, y Mariclaire Acosta Urquidi, fundadora de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, advirtieron antes de aventar la puerta, sobre los riesgos de la dependiente ineptitud en la “edad de piedra”.