No sería justo dejar pasar como si nada el 50 aniversario de la muerte de Thornton Wilder, uno de los escritores del siglo XX que tuvo altura intelectual y artística para pertenecer a ese exquisito clan de grandes plumas que nos legaron formidables historias de emperadores romanos.
Sin entrar aquí a discernir con profundidad las afinidades y diferencias con Margarite Yourcenar (Memorias de Adriano), Robert Graves (Yo, Claudio) o incluso Bertolt Brecht (Los negocios del señor Julio César), entre otros, es evidente que Wilder demostró en Los idus de marzo el bagaje necesario para recrear los últimos días de Cayo Julio César con toda esa densa nube de conspiraciones, lealtades, ambiciones, venganzas y traiciones que desembocarían en su asesinato.
La obra, publicada en 1948, cuando Wilder él ya era un escritor bastante reconocido, plantea, principalmente desde la ficción, cómo transcurrieron las jornadas previas al magnicidio que cambiaría radicalmente la historia de Roma. Nuestro autor se vale del género epistolar y, desde luego, del inmenso filón de la novela histórica, pero privilegia la imaginación y hurga en el perfil psicológico de sus personajes.
El propio Wilder se encarga en las líneas que sirven de preámbulo a deslindar su trabajo de toda pretensión de rigor histórico y apunta lo siguiente:
“La principal libertad que el autor se permite es la de trasladar un acontecimiento que tuvo lugar el año 62 antes de la Era cristiana –la profanación de los Misterios de la Bona Dea por Clodia Pulquer y su hermano– a la celebración de los mismos ritos diecisiete años más tarde, el
11 de diciembre del año 45 antes de Cristo”.
“En el año 45, ya muchos de mis personajes sin duda habrían muerto hacía tiempo: Clodio, asesinado por unos matones en un camino rural; Catulo, aunque sólo tenemos la palabra de san Jerónimo para pensar que murió a
la edad de treinta años; Catón el joven, unos pocos meses antes en aquel mismo año, en África, resistiendo al poder absoluto de César; la tía de César, viuda del gran Mario, había muerto antes del año 62. Por otra parte, en el año
45, la segunda mujer de César, Pompeya, había sido reemplazada por la tercera, Calpurnia”.
Por otro lado, también nos informa que “cierto número de los elementos de esta obra, entre los que pueden parecer inventados por mí, son en realidad históricos: Cleopatra llegó a Roma el año 46, César la instaló en su villa, al otro lado del río; permaneció allí hasta que él fue asesinado, y entonces huyó, volviendo a su país”.
Wilder venía de una familia acomodada y culta; entre sus hermanos no faltan los novelistas profesores y poetas. Participó en las dos guerras mundiales y cultivó la amistad de innumerables escritores como Hemingway, Fitzgerald o Gertrude Stein, quien terminó teniendo una gran influencia –prácticamente a nivel de mentora– en su obra. Por otra parte, el mismo ejerció el magisterio con un orgullo tal que lo presentaba como su actividad profesional más relevante.
Fuera de Estados Unidos, Wilder debería gozar de una mayor fama, puesto que, por ejemplo, su obra La casamantera abrió paso a un musical que se sigue presentando en todas partes con enorme éxito: Hello, Dolly! (Amén de la conocida pieza del mismo nombre, con voz y trompeta del gran Louis Armstrong). Otras novelas y obras de teatro suyas han sido igualmente llevadas al cine con algún éxito, como Theophilus North, su última obra, que fue retomada en el cine como Mr North; o bien El puente de San Luis Rey, que incluso en dos ocasiones fue llevada a la pantalla grande (1944 y 2004, esta última con la participación de Robert de Niro). Esta obra relata la caída del puente de San Luis en el Perú de la Colonia. (Por cierto, en México, en 1909, también un puente nombrado San Luisito, en Monterrey, se vino abajo trágicamente con unas fuertes lluvias que cayeron).
A su prestigio también debería contribuir el hecho de que recibió tres veces el premio Pulitzer, pero no por Los idus de marzo, que paradójicamente es su obra más recordada hoy. Sus lecturas de la historia del imperio romano son más que evidentes, lo mismo que sus estudios arqueológicos llevados a cabo en la misma ciudad. Con gran claridad, dijo que su obra era una “reconstrucción hipotética, debido a la desigualdad de las fuentes de información”, pero –y ese es el verdadero poder de la literatura– eso no le resta valor a su César, que como personaje puede ser tan creíble como aquel otro que realmente cayó apuñalado en el senado romano en el año 44 a.C. víctima de una conspiración.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez





