Cuesta trabajo creerlo, pero hay todavía algo más siniestro que los hallazgos del rancho de Teuchitlán: el negacionismo oficial. La presidenta “científica” espera, ahora sí, “evidencia científica”, algo que no se le ocurrió pedir ni siquiera en el tema del maíz transgénico, donde su perspectiva ideológica aportó todas las “pruebas”.
Primero dijo, fastidiada, que había que evitar especulaciones basadas en fotografías y testimonios (que a ella por lo visto no la perturbaron) y que ya no se molestara al prócer de Macuspana: “Oootra vez ya, ayer creo, que vi que ‘narco presidente AMLO’, ya déjenlo en paz, todo otra vez contra el presidente López Obrador, cuando además ahí quien tenía resguardado el predio pues era la Fiscalía estatal, pero más allá de eso, espérense a la información”.
Su respuesta me hace recordar que su defendido, ella y su partido, explotaron durante todo el sexenio de Peña Nieto la tragedia de los 43 de Ayotzinapa, misma que no tardaron ni un instante en calificar como crimen de Estado. ¿Por qué los horrores del rancho de Teuchitlán no son un crimen de Estado? La presidenta, por supuesto, dirá que no, porque Jalisco lo gobierna otro partido y el rancho estaba resguardado por la Fiscalía estatal, un argumento que ella y sus correligionarios nunca hubieran aceptado para el caso de Ayotzinapa. Y ya puestos a recordar, el estado de Guerrero entonces era gobernado por el PRD, matriz de Morena, y el principal sospechoso de la desaparición de los estudiantes normalistas era José Luis Abarca Velázquez, alcalde de Iguala, quien era apadrinado por López Obrador, y desde luego eso les impidió juzgar el asunto como responsabilidad del Estado.
Si el negacionismo ha tratado de imponerse frente a todo tipo de tragedias, incluidas aquellas que son reconocidas universalmente –piénsese en el Holocausto judío, por ejemplo– con más fuerza lo hace en casos como el de Teuchitlán, que se intenta sea percibido en el mejor de los casos como “menor” o tal vez como un “hecho aislado”.
Al dar esa pauta, la Presidenta Sheinbaum automáticamente se ha visto respaldada por sus huestes mediáticas y políticas que han venido señalando que el caso es “raro”, “endeble”, lleno de “supuestos” e “inconsistencias”. No se les cruza jamás por la cabeza el comparativo con Ayotzinapa, un caso que la justicia morenista al no poder resolverlo (prometió incluso encontrar a los 43), acabó presentando las mismas conclusiones de la verdad histórica a las que había llegado su chivo expiatorio favorito, el exfiscal de la República, Jesús Murillo Karam.
La línea dictada desde la Presidencia, no por cansina y muy desgastada, deja de ser el caballito de batalla de sus comunicadores más leales: ¿por qué los opositores, que ahora critican lo que sucede en su gobierno, han olvidado casos como el de Genaro García Luna, la guerra contra el narcotráfico y el papel del expresidente Felipe Calderón en este periodo violento en la historia del país?
Entiendo que se trata de una lógica argumental que le encanta a sus fanáticos, pero dudo mucho que los familiares de las víctimas se den por satisfechos pensando en el pasado; sin embargo, en ese comparativo este y el anterior gobierno salen muy mal parados toda vez que los homicidios y desapariciones han aumentado notablemente con respecto a aquel “periodo violento” que siempre sacan a colación.
Siguiendo la instrucción presidencial, Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, encarna el negacionismo más ramplón: “Hay 200 zapatos ahí, sí, sí. Pero, ¿quién dice que los zapatos son de personas desaparecidas? Todo es especulación”. Su inferencia es muy obvia: se trata de “una campañita típica de la derecha”.
Y ya que se la definió como campaña, la señora Presidenta, de gira por la tierra de su mentor y predecesor, le puso el adjetivo que hacía falta: “Ya ven, los adversarios, quieren seguir con su campaña sucia, su campaña negra, pero si no sirvió antes, pues menos va a servir ahora, porque el pueblo de México está consciente, muy empoderado”. ¿Es una campaña negra exigir que se investiguen las atrocidades descubiertas en Teuchitlán, pedir justicia para las víctimas?
Cayendo en la cuenta de que tal vez se había excedido en su discurso dominguero de Macuspana, Tabasco (desde donde no dejó de enviar saludos a su venerado líder moral), ayer lunes el tono presidencial había bajado un poco para repetir el machote que desde los gobiernos “neoliberales” se ocupa para casos como estos: “se solicitó la investigación de la Fiscalía General de la República, para garantizar una investigación profunda…”, “no habrá impunidad…”, con una novedad que me ha impresionado particularmente (viniendo de un gobierno cuya narrativa esencialmente está cimentada en mentiras): “nunca ocultaremos nada, la verdad debe prevalecer siempre. En mi gobierno no habrá construcción oscura de verdades históricas…no se tolerará la construcción de verdades a medias o falsedades, siempre estaremos con la verdad y con la justicia”.
Después de esta fabulosa promesa, la señora Presidenta no titubeó al decir: “nunca vamos a confrontar a una madre cuyo hijo, hija, hermano o un familiar desapareció”. Ese propósito podríamos darlo por hecho, por la sencilla razón de que ni siquiera las recibe; pero la verdad es que eso no le impide confrontar a las madres buscadoras presentándolas en su discurso diario como parte de “una campaña negra” y ensayando con ellas el negacionismo más siniestro.
@ArielGonzles
FB: Ariel González Jiménez