Hace tres años, la COPARMEX se pronunció por aumentar en la CDMX el “home office” u oficina en casa, como opción para disminuir la contaminación ambiental. Por entonces varias empresas comenzaban a practicar esta modalidad, convencidos de aumentar la productividad del trabajador y disminuir costos al patrón. La pandemia del 20-21 dejó atrás el experimento convirtiendo en un hecho desalojar las oficinas para que el empleado labore desde su casa.
Este sueño guajiro de tv gringa, donde el profesionista trabaja en su estudio bien iluminado, clima artificial, librero empotrado, pantalla led; pasando del escritorio al sillón reclinable y de la cafetera al servibar, perdiendo la mirada de vez en cuando en un amplio jardín, en México se volvió pesadilla cuando se llegó al “home office” a fuerza, y a fuerza se instalaron a realizar el teletrabajo en su casa, principalmente quienes se desempeñan como oficinistas y maestros.
Muy lejos de los estereotipos de revista, la mayoría trabaja a la mexicana en su pequeña casa, departamento o duplex tipo palomar, resultado de voraces constructores que, ante la crisis sanitaria la casa chica se volvió aún más y casi codo a codo trabajan, en muchos casos la pareja, cada uno en su computadora, uno frente a la ventana y otro frente a la estufa mientras los niños siguen la clase en línea, uno en cada habitación, entre la cama, el closet, el burro de planchar, San Juditas y la bicicleta que no puede ir afuera porque se la roban.
Hace tres años el 48% de los trabajadores estaban dispuestos a laborar a distancia, y el 42% creía que hacerlo en casa sería más productivo que en oficina; hoy la improvisación de esta modalidad ha traído algunas consecuencias negativas que ya había detectado la Organización Internacional del Trabajo: laborando de manera remota se ocupa al empleado más horas que el horario laboral impone y se llega a revolver la vida personal con el empleo hasta llegar a borrar los límites entre la vida en familia y el trabajo; y cómo no si el jefe, aislado o no, da instrucciones o convoca a reunión virtual cuando se le prende el foco, se desinflamó las ojeras o cuando quiere poner a prueba al empleado a ver si está atento a eso de las doce de la noche. Otras consecuencias sufridas son: aumentar el nivel de estrés, problemas de sueño; la cercanía con el refrigerador y la cocina que ocasiona que quien trabaja en casa suba de peso. La familia siente que el trabajador acapara mucho espacio, llega a infravalorar su esfuerzo y el trabajador se siente aislado del proceso laboral.
En las grandes ciudades ahorrase el traslado de la casa al trabajo una, dos o tres horas es la mayor ventaja que tiene quien trabaja en casa, además de ahorrarse comer en la calle, sin embargo, los patrones pandémicos no acaban de valorar que el que trabaja en casa tiene más gastos por ejemplo el pago de servicios telefónicos, de internet, de luz, obviamente mientras él se ahorra todo eso y más, como vigilancia, agua, servicios de limpieza y mantenimiento y hasta artículos y gastos de oficina. Empleados sufridos del “home office”, ellas y ellos, también padecen saturación de trabajo, falta de capacitación en cuestiones tecnológicas y abuso de reuniones a través de múltiples plataformas digitales para organizar juntas o programas de trabajo, además del trabajo mismo.
Aunque las medidas de restricción sanitaria amainaran o terminaran, el “home office”, simplemente por las ventajas que ofrece al patrón, llegó para quedarse. Previéndolo, el pasado mes de diciembre el pleno del Senado aprobó reformar la Ley Federal del Trabajo obligando a los patrones del teletrabajador a asumir el pago de servicios de telecomunicación y la parte proporcional de la electricidad consumida, a realizar un contrato que obligue a entregarle insumos, equipo de trabajo y mecanismos de contacto. El teletrabajador tiene derecho a la desconexión, a capacitación para adaptarse a esta modalidad, a recibir el mismo trato que se da al trabajador presencial, su salario no deberá ser inferior que al de éstos, y las cámaras de video y micrófonos se utilizarán de forma extraordinaria para vigilar su trabajo.
La reforma a la ley no prevé que el medio ambiente en que labora el teletrabajador suele ser tan desfavorable que afecta su salud y relaciones familiares que hoy, debido al hacinamiento y el roce constante deviene en violencia familiar, en rupturas matrimoniales, en adolescentes pensando en el suicidio o embotando el cerebro con aventuras internáuticas. Lo veremos AL TIEMPO.