Me dijeron de todo, desde egoísta, amargado, misántropo, solipsista. Acá entre nos tuve que regresar al diccionario para recordar que solipsista es el que piensa que solamente él existe. Me acusaron de hasta irle a las Chivas del Guadalajara, lo que ya cala. La razón de la lluvia de ofensas es que no mencioné al amor como el mejor medio para salir del tedio. Me preguntaban airados ¿Cómo es posible que desconozca la fuerza más positiva, el sentimiento más milagroso? Confiese sus resentimientos para no ser como Usted. ¡Sopas!
Respondo al fusilamiento, no como dice mi amigo Catón, de mis dos o tres lectores, para nada, el de mis cientos y miles de acusadores… Por más románticos que seamos el amor nace con una atracción erótica, con la urgencia de los instintos, pero gravita hacia el futuro y cuando se tiñe de espiritualidad se convierte en amor. El deseo es esperanza y anticipación; es promesa de placidez y dolor de no alcanzarla. El deseo es salir al encuentro de algo más allá de lo que somos que nos promete felicidad, placer e integridad. El deseo incluye esperanza y frustración, pues implica un lapso de espera. No es fortuito que las palabras deseo y desesperación se parezcan tanto. El deseo marca el ritmo del amor, en la juventud avasalla el anhelo físico, ya satisfecho deriva en ternura, cuando por la edad los instintos poco a poco se apagan, es la ternura la que le abre las puertas al deseo.
Despertar el deseo es encontrar en los sentidos todas las posibilidades de placer que elucubre nuestra imaginación. Por supuesto, en la belleza del cuerpo pero también en sus misterios y abismos. Y, en el caso de que el erotismo llegue al sexo, gracias a la reflexión, el cuerpo adquiere un sentido más humano; más allá de los límites de lo físico; el sexo deja de ser un simple tic prolongado.
El deseo físicamente es hinchazón, brillantez, luz, palpitación, temblor, humedad. El placer es expandirse, prolongarse, vaciarse. Espiritualmente es ansiedad y urgencia; el deseo es estímulo y excitación, pero también sacrificio y tiempo tenso de expectativa.
Una sensación tan completa exige que el deseo no admita coerción de ninguna especie. Ana Clavel desmonta la falsa ilusión del egoísmo erótico: “Es costumbre malsana de que el deseo de uno es suficiente para avasallar al otro. Si hasta entre los leones y las hienas es voluntad y el instinto de dos”.
El tedio nos quita toda capacidad de emprender y el más mínimo obstáculo se observa como algo irremontable. Desear es crear un mundo, un mundo encantado, y en compañía. El tedio es vacío y el deseo y el amor necesitan un montón de asideros para despertar y desarrollarse en plenitud. Por ello simplemente propuse contra el tedio la necesidad de una ilusión, un sencillo anhelo que nos prepare para ese movimiento de cuerpo y alma tan sacudidor como es el amor. Ahora bien, si en medio del tedio y todo su valemadrismo, usted puede enamorarse, disculpas por mi escepticismo y lo felicito. Bien decían los griegos: “El corazón de Venus es para los ánimos valerosos”. En el tedio yo no lo tengo.