La batería de encuestas mensuales de la aprobación presidencial de Andrés Manuel López Obrador arrancó este miércoles con el estudio de El Financiero, que suele ser el primero en difundir sus resultados, con un dato sorprendente: el apoyo a su gestión cayó de 67 a 60%, un descalabro de siete puntos en un solo mes que si se midiera en términos electorales, equivaldría a que unos tres millones y medio de votos se le esfumaron. La encuesta telefónica fue realizada entre el 28 y el 30 de enero, por lo que no alcanzó a permear la percepción sobre dos asuntos que pudieran haber impactado aún más la desaprobación: la revelación de la propiedad en donde vivía su hijo José Ramón en Houston, y la contracción de la economía.
Corrupción y recesión, dos imágenes que no necesariamente representan de forma objetiva estas dos variables que impactan en la opinión pública, pero que sí la alteran, al modular sus percepciones. La revelación sobre la residencia de su primogénito en Houston, fue atajada inmediatamente por López Obrador, su equipo y sus ejércitos digitales, mediante la descalificación del mensajero. La mayoría de los medios no entraron al tema en los primeros días, concentrándose la conversación en las redes, donde se escenificó una guerra digital. En su columna en El Universal del martes, Javier Tejado reveló que entre el jueves 27 y el mediodía del lunes, el universo de personas alcanzadas por esa información fue de 49 millones, con un 90% de opinión negativa contra el presidente.
Ese golpe mediático y político ha comenzado como una bola de nieve, porque siguió creciendo, y esta semana ya era un tema debatido ampliamente en la prensa escrita y electrónica, donde volaron argumentos objetivos y subjetivos. El tema creció por los excesos retóricos del presidente, frente a los señalamientos de las contradicciones entre su narrativa y el comportamiento de su hijo. José Ramón y su esposa pueden vivir como les pegue en gana si tienen el dinero para hacerlo, y si lo que han hecho no compromete juicios ni decisiones del gobierno, pero el presidente se volvió vulnerable porque precisamente ese tipo de vida en hijos de poderosos ha sigo sistemáticamente estigmatizada como un comportamiento que sugiere privilegios y corrupción.
Después de ese primer escalón de debate, estamos en los prolegómenos de una discusión de fondo y objetiva, que tiene que ver con el conflicto de interés. ¿El haber vivido en una residencia que era propiedad del ejecutivo de una petrolera que un mes antes había firmado un contrato multimillonario con Pemex fue algo circunstancial, o entra en el terreno del influyentismo que tanto cuestiona el presidente? La percepción de corrupción en la casa de Houston no alcanzó a permear en la opinión pública para verla mejor reflejada en la encuesta de El Financiero, por lo que habrá que esperar estudios posteriores para conocer qué tanto impacta en la aprobación de López Obrador o si se mantiene su teflón sin abolladuras u hoyos.
La percepción del combate a la corrupción se ha mantenido estable desde julio del año pasado, aunque poco más del 50% considera que es insuficiente. Pero lo que sorprende en esta última encuesta es la caída siete puntos en un mes en la percepción de honestidad de López Obrador, al desplomarse de 64 a 57%. Qué es lo que vio la opinión pública que lo evaluó de esa manera, no lo aclara suficientemente el estudio (se requeriría otro especial sobre este punto), pero definitivamente los mexicanos están empezando a ver que quizás López Obrador no era como pensaban, porque su liderazgo también tuvo una caída de ocho puntos, de 61% en diciembre, a 53% en enero.
La encuesta salió antes de que se diera a conocer la contracción de la economía por segundo mes consecutivo, pero aún así los datos no son positivos para el presidente. En un mes la percepción de su manejo cayó de 49 a 37%, y la desaprobación de cómo está haciendo las cosas subió de 38 a 45%, que son brincos muy grandes pero, sobre todo, una tendencia que tuvo como quiebre noviembre pasado. Una hipótesis es que la gente ya sintió en el bolsillo los efectos de la contracción, que se contrapondrán con las mentiras de que creceremos este año en 5% y los datos amañados del gobierno que plantean como “crecimiento” los “rebotes” del PIB o de la generación de empleo. Al final, lo que cuenta a nivel de calle es que con lo que ganan hoy, compran menos que hace tres años.
Hay datos que son muy consistentes, pero sorprendentes por el tamaño de la caída, como el desempeño del gobierno en el manejo de la seguridad, donde si bien se notaba un crecimiento en la desaprobación, no se había registrado un salto tan grande. Entre diciembre y enero, la aprobación cayó de 40 a 29%, y la desaprobación subió de 51 a 58%. Se puede argumentar sobre el agotamiento de expectativas en otros temas, sobre todo en la vacunación, que había sido lo mejor evaluado en anteriores encuestas.
La ilusión de las vacunas en otoño y principios de invierno del año pasado, llevó a un nivel de aprobación de 74 y 76%, pero en enero, ya con todos los procesos de vacunación y sus refuerzos en curso, la aprobación cayó siete puntos, colocando la percepción a los niveles pre-vacunación. ¿Qué provocó esta caída? ¿La negativa a vacunar menores? ¿Las demandas contra el subsecretario de Salud? ¿El incremento de contagios? No está claro, salvo el deterioro en la percepción de este mes.
La fotografía de la encuesta arroja diferentes resultados a los que estábamos viendo, donde los negativos en casi todos los campos de su gestión no habían impactado la imagen de López Obrador. Habrá que esperar futuras encuestas para saber si es un bache o un punto de inflexión. Pero en cualquier caso, lo que le sacó la encuesta es una tarjeta amarilla.
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