- A propósito de un libro, al final del camino
- Entrevistas de María Félix a López Dóriga
- Aquella cena de 5 horas con Fidel Castro
- Zedillo, El Águila, y los dueños de Reforma
El libro.
Al final del camino, uno es lo que ha vivido. Eso me he repetido en los últimos días, frente al desafío, de recuperar trabajos, testimonios y recuerdos para un recuento no de memorias, sino de historias de otros, de aquellos que tuve el privilegio de entrevistar, conocer y disfrutar o sufrir.
La idea está ahí desde hace muchos años.
Y ya iba a cumplir el sueño en 2010 este su amigo de siempre, a los 40 de haber iniciado en los medios de comunicación de Querétaro (la XEJX, Noticias y El Diario) cuando se le presentó la tarea mayor de hacer un periódico. Este que tiene Ud. en sus manos.
Pero ¿y el libro?
Eso me pregunté hace ya una década, cuando el cronista del Estado, el inolvidable Andrés Garrido del Toral, me entregó los dos espléndidos tomos de una obra sobre los personajes de Querétaro, descritos por importantes escritores y este periodista. Con toda la mar detrás, diría Patxi Andión.
Y echando la vista atrás, fue hace más de 40 años, por allá del 82, cuando hicimos una primera revisión de personalidades en el periódico Noticias, junto con Carlos Jiménez Esquivel y los ya fallecidos Salvador Rico y Manuel Guevara Castro.
Más de 150 queretanos imprescindibles. Desde el mítico fundador de la UAQ, Fernando Díaz Ramírez, hasta la partera de la aldea y el bolero del jardín, en un Querétaro más íntimo que éste.
No estaba planeado así. De hecho no estaba planeado de ninguna manera. Fueron saliendo uno tras otro. La gente sugería. Los entrevistados polemizaban. Y el director no quería que la serie terminara. Nosotros tampoco.
El periódico se vendía como pan caliente.
Y bueno, volviendo al tema. ¿Qué vas a poner en tu libraco?
Eso me pregunto.
¿Contarás que conociste y entrevistaste a la inconmensurable María Félix en 1984, siendo jefe de información de El Sol de México, pero que nunca se publicó porque Mariano Palacios, tu amigo de todo tiempo, hoy retirado (dice) de la política, te regresó a Querétaro para ser jefe de prensa de su campaña a gobernador y, luego de su sexenio, abandonando temporalmente el periodismo escrito? ¿Vas a confesarlo?
Y es que, no están ustedes para saberlo pero yo sí para contarlo, pero una mañana de aquellas, de mucha suerte, vibró por el teléfono del periódico del ya desaparecido Mario Vázquez Raña la voz ronca, in-con-fun-di-ble, de la diva mayor del cine mexicano -¡Doña Diabla!- para reclamar una foto de la sección de espectáculos que en nada le favorecía.
-MARÍA FÉLIX, ESTÁ MOLESTA-
1984.
-Habla María –soltó desde su pedestal- y quiero decirle que estoy muy molesta. ¡Yo no soy ese esqueleto que publicaron!
Y no. La imagen era de una anciana en los puros huesos.
Señora, Ud. es la mujer más bella de México, alcancé a comentar.
-No lo diría nadie que vea ese retrato que sacan ustedes. Me ha llamado mucha gente.
Discúlpenos. Lo comentaré con Mario Riaño, nuestro editor de la sección. Y si me lo permite yo le haría una entrevista con las fotografías que Ud. elija.
-Yo no necesito entrevistas, ni nada.
Dénos la oportunidad de corregir la falta, señora, rogué. Una larga pausa, desde el otro lado del teléfono, hizo la esperanza.
-Bueeeno. Vamos a hacer un pacto, concedió. Venga a mi casa para que le presente a un gran pintor francés, Antoine Tzapoff. Entrevístelo a él, que es un desconocido aquí. Y si me gusta, si me gusta, ¡sólo entonces!, le daré la entrevista.
La cita en Hegel se cumplió un par de días después y se publicó muy destacada.
Le gustó, pero ahora exigía que se le cubriera la apertura de una exposición de Antoine –que ya se sabe fue su última pareja- en la Casa Morada, de la Avenida de los Insurgentes.
Elena, le pedí a la gran reportera Elena Gallegos –más tarde coordinadora de información de La Jornada- haz esa cobertura. La Galle, como le llama Joaquín López Dóriga, acudió a la cita.
María Felix arribó al antro con Tzapoff de un lado y Carlos Monsiváis del otro. Jacobo Zabludovsky, testigo de calidad.
-¿Y a su edad, señora, le preguntó un provocador, qué significa el sexo?
-¡La oportunidad de responder preguntas estúpidas!
Gallegos escribió una magnífica crónica y yo me gané la entrevista.
¿Qué me va a preguntar, pues? Inquirió María Bonita. No me vaya a salir con que cuál es mi signo del zodiaco o que cuántos hombres he tenido. De Negrete a Agustín (Lara).
No, de ninguna manera. Le preguntaré cómo ve a su país (era presidente Miguel de la Madrid).
-Que cómo lo veo. ¡Tronado! ¿Y de la ciudad? Nomás dese una vuelta por el Zócalo. Es un zoco. Sucio e inmundo. Da pena. Por eso prefiero irme a París.
Hablamos tres veces.
Señora, tiene Ud. un autorretrato de Diego Rivera, le dije maravillado en su casa, junto a unos biombos con flamingos en medio de la jungla.
-Diego fue mi fan. Yo le decía El Sapo, por feo. Él me pintó de cuerpo completo (la estrella en un vestido blanco y descalza), pero a uno de mis maridos no le gustaba y me deshice del cuadro.
(Ahora sabemos que el cuadro pasó a manos de Juan Gabriel e inexplicablemente se quedó con él un ex gobernador de Chihuahua, hoy prófugo).
Y, claro, las paredes estaban tomadas por las pinturas del novio, Antoine, finamente enmarcadas en oro. Ella como piel roja, montando un rinoceronte. Ella con pinturas de guerra en su rostro joven. Ella.
La entrevista terminaría a principios de 1985, cuando La Doña regresara de París, en donde tenía otra residencia y hasta una cuadra de caballos.
De eso, creo, podría contar en el libro.
-AÑOS CON ZEDILLO-
El Águila.
Y claro de los zapatistas, cuando el posteriormente vocero del Presidente Enrique Peña Nieto, mi amigo David López, me hizo favor de nombrarme asesor de la delegación gubernamental para el diálogo con el EZLN, encabezada por Marco Antonio Bernal, a mediados de los años 90.
Y luego el tiempo con el Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, con quien recorrí veinte veces la República y con el que viajé a Japón, Estados Unidos y Paraguay, entre otros países.
Quizá contaría que, en esa reunión del Grupo de Río, Joaquín López Dóriga, Elena Gallegos y otros periodistas quisieron conocer Ypacaraí, el del “Lago Azul”, motivados por aquella canción interpretada por Los Cuatro Hermanos Silva. Viajaron todo el día por caminos polvorientos, desde Asunción, y se encontraron un paraje inmundo, contaminado. El mundo cambió. También Ypacaraí.
Rescataría tal vez una reunión con los dueños del Reforma, en una suite del Quinta Real de Monterrey, con los hermanos Junco, los dueños, Ramón Alberto Garza y Martha Treviño, la directora del poderoso Norte.
¿Te acuerdas Lázaro Ríos?
-Y usted quién es, identifíquese, le exigió a Martha Trevino “El Águila”, como le llamaba mi querido jefe Carlos Almada, el vocero.
El titular de las instituciones republicanas no había leído las tarjetas que le preparamos sobre todos y cada uno de los 12 personajes ahí reunidos, el consejo editorial de la empresa periodística más importante de México.
-No se vale, me reclamó Martha al salir. Soy la única mujer en la reunión y obviamente soy ¡la directora!
Y sí.
Luego nos fuimos a cenar al “Tenedor”, un exclusivo restaurante regio, con la condición de que ella –así lo exigía su empresa- pagara.
No en mi presencia, repliqué.
Necia, llevó al subdirector para que se encargara de la cuenta. Y olvidamos el incidente presidencial.
O, qué tal, traer de vuelta aquella larga cena con Fidel Castro, ícono del siglo XX y el XXI, una noche de 1998 en La Habana vieja.
-CENA CON FIDEL CASTRO-
Hasta donde la memoria alcanza.
“Se reunirá con el comandante durante su estancia en Cuba” le anunciaron al líder del PRI y de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (Copppal), Mariano Palacios Alcocer. Quiere cenar con usted y sus acompañantes. Una hora antes se le indicará el lugar. Cuestiones de seguridad del hombre que ha sobrevivido al mayor número de atentados.
La cita se cumplió entre la noche del jueves 1 de octubre y la madrugada del día 2 de 1998. Hace 25 años, bien presente tengo yo.
De pronto apareció Fidel Castro vestido de Fidel Castro. Todo de verde. De quepí. El emblemático uniforme de batalla –como recién estrenado- con las estrellas, los olivos y la historia sobre sus hombros.
Estábamos, ahí mismo, frente al último guerrillero del mundo (de rostro descubierto). Leyenda y realidad. El comandante, presidente (entonces) de Cuba, del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros. Fundador y primer secretario del Partido Comunista. Estaba entonces en plenitud física, mental y política. Mucho antes de que Hugo Chávez lo enfundara en esos horrorosos pants multicolores.
Fueron cinco horas, cinco horas interminables, memorables, de oírlo, sin ser cubano, y de cenar con él, como pocos mortales podrían hacerlo.
Habló de México, de su amigo García Márquez que lo consultaba sobre armas para sus libros y de los intelectuales mexicanos que ya se quejaban de los balseros y, ¡sorpresa!, de Vicente Fox, que todavía no llegaba al poder federal, de Diego Fernández de Cevallos y de Carlos Medina Plascencia, panistas todos.Y, ojo, también del ahora, me cuentan, muy enfermo Cuauhtémoc Cárdenas.
Pregunta entonces el jefe cubano sobre las inexistentes elecciones primarias de México y advierte: La obligación de los partidos es conservar el poder.
Tenía razón Fidel Castro.Tanto que mañana sábado estará en Querétaro quien busca retenerlo para Morena, Claudia Sheinbaum, la candidata de Andrés Manuel López Obrador, el noveno presidente que hemos conocido y registrado…desde Luis Echeverría en 1970. ¡Ufff!
Eso y más recordaba tras más de 50 años de andar el periodismo, porque, como decía Jean Paul (Johann Paul Friedrich Richter), “La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”.
O mejor, en palabras del gran poeta Jorge Luis Borges:“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.”
Y sí. Este reportero está juntando los suyos y armando el rompecabezas de medio siglo en el periodismo.Ya va siendo hora. Antes de que nos den…
¡Jaque Mate!