El pasado 23 de julio los criminales del cartel “Jalisco, Nueva Generación”, divulgaron en las impunes redes sociales un video mensaje en el cual anuncian el fin de los días de José Antonio Yépes, “El marro”. No quedaba claro si se referían a su necesariamente finita caminata por el mundo, o nada más al fin de su hegemonía al frente del grupo delictivo de “Santa Rosa de Lima”.
No pasaron ni diez días cuando el supremo gobierno confirmaba, quizá sin relación alguna, el vaticinio de los carteleros jaliscienses, quienes habían proclamado su poderío en un video de exhibición de su potencia paramilitar, poco después del frustrado intento de asesinar al secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfusch quien hasta la fecha se mantiene en tratamiento de rehabilitación por la secuela de las lesiones recibidas en el criminal atentado.
José Antonio Yepes tuvo oportunidad de experimentar en carne propia la falacia de aquella blandengue frase de campaña electoral en cuanto a los abrazos y los balazos.
Hoy está, afortunadamente, recluido en el Penal de Almoloya del cual no se fugará excepto si contratara a los ingenieros en excavación de “El Chapo”, quien –dicho sea de paso–, jamás se evadirá del calabozo gringo en cuya lóbrega estrechez lo tienen apandado.
“Marrazos, no balazos”, podría decir la nueva propaganda en la indeclinable labor de pacificar el estado de Guanajuato cuyo gobernador, de egipciaco nombre, ha sido devuelto al carril de la obediencia al gobierno federal, después de haberse puesto muy “gallito” en contra del verdadero gallo en este palenque, al cual ni con todas las intenciones del mundo pudieron desplumar durante veinte años los conservadores y los reaccionarios.
Menos ahora cuando el declinante ex gobernador de ese estado y ex presidente de la República, Don Vicente Fox ha pasado de los desafueros a las desafinaciones en su improvisada y grotesca nueva ocupación de cantor de “Mañanitas” por encargo y tostoneo de gorgoritos seniles por “lo que sea su voluntad”.
Pero la captura del “Marro” es en verdad un éxito para el gobierno federal. Si tras ella se producen otros brotes de violencia ocasionados por la disputa en el control pandillero, no debe ser esta repercusión motivo para dejar de perseguir a los malosos, mafiosos y mañosos. De estos y de quienes asomen la cabeza.
El privilegio estatal, del monopolio de la violencia legítima no puede quedar en una simple teoría. La exclusividad en el uso de la fuerza legal –y responsabilidad primordial– conlleva la necesidad de aplicarla sean cuales sean los costos. El fracaso de la guerra de Calderón no fue declararla; fue perderla.
En el momento de su captura; dicen las crónicas, “El marro” tenía a una persona secuestrada y guardaba un arsenal. Como en otros casos llama la atención la nula resistencia ofrecida.
Cualquiera supondría otra conducta en el dueño de un depósito de armas, cuya carrera delictiva se ha caracterizado por el desmedido uso de las armas de todo calibre. La eficacia del ataque de las fuerzas legales lo dejó sin oportunidad de responder o simplemente se trata de otro caso de cobardía extrema.
Los bravucones y delincuentes siempre dicen lo mismo, a mi no me agarran vivo, primero me llevo algunos por delante.
Pues en el caso del “Marro” ni por delante ni por detrás, porque se entregó con cara de sorpresa, abandonado por quienes dentro del propio sistema lo habían protegido tanto tiempo en el sublime arte del “pitazo”.
Aquí no hubo “pitazo”; hubo marrazo y en buena hora ha sido de ese modo.
En Guanajuato hubo más de mil doscientos asesinatos en los pasados seis meses. Toda una cifra de horror en un estado cuya violencia significa la mitad de los hechos sangrientos en todo el país.
Si esta captura, seguida del exprimidor de información al cual deberán someter al capo –más allá de los métodos empleados con los de “cuello blanco”– permite la recuperación de la paz, es algo digno de aplauso.
La piedra en el zapato con cuya persistencia “Don Marro” le anunció su continuidad al gobierno, ha dejado de ser ahora un problema. El siguiente paso es terminar con todo el pedregal de los “limeños”.
FIRMA
Una vez fuera del hospital y vigilado por un brazalete electrónico, Emilio Lozoya no se va molestar ni siquiera en ir a firmar al juzgado mientras termina su proceso.
Privilegio, se llama eso. Aquí y en Turquía