En la lucha por cambiar el torrente de opinión pública contra el amurallamiento de Palacio Nacional, el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró que no era miedo lo que tenía, sino que esas dobles vallas alrededor de su casa y oficina, eran para cuidar el edificio colonial y ¡proteger a las personas que van a manifestarse este lunes! contra la violencia de género. ¿De qué las podrían proteger? ¿De los gritos misóginos que salen todas las mañanas del Salón de la Tesorería? El vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, añadió: “Es un muro de paz para garantizar la libertad”. ¿La libertad que le estrellan un muro de metal de dos metros de altura?
El impudor político elevado a discurso oficial, que equivaldría, conceptualmente hablando, a que la Unión Soviética le hubiera dicho eso a los alemanes cuando levantaron el muro el Muro de Berlín, o Donald Trump hubiera justificado de esa forma el muro en la frontera con México. La casa del pueblo convertida en fortaleza ante la protesta de mujeres contra lo que los oídos sordos de López Obrador lo vuelven incapaz de entender que la violencia de género es un cáncer social y que su misoginia e incapacidad para comprenderlo es indignante.
Lleva un año el presidente luchando contra la realidad, estigmatizado no a un movimiento solo, sino a muchas mujeres que sin compartir métodos, están completamente fusionadas en la demanda central de justicia e igualdad. López Obrador tiene como única respuesta a las críticas de misógino que haya incorporado un alto número de mujeres a su gabinete. No tiene nada más.
Descalificar los movimientos feministas aduciendo que son conservadores y responden a los intereses de sus enemigos, afirmar que se han reducido los feminicidios y recortar todos los presupuestos de protección contra la violencia de género, fueron agravios que incendiaron miles de almas. Respaldar a un candidato a gobernador con múltiples acusaciones de acoso sexual y violación, coronó un año que lo marcará para siempre, donde cayó derrotado moralmente por las mujeres.
Lo que sí ve López Obrador es la indignación colectiva a la que no pudo responder políticamente como jefe de Estado, sino enfrentó desde hace más de un año con insultos a una causa legítima e inaplazable, sin empatía alguna por los crímenes que se cometen contra ellas. Sus declaraciones del fin de semana para justificar la fortaleza en la que se convirtió Palacio Nacional, siguieron desnudando su insensibilidad. “No se puede estar afectando la cantera, las piedras de estos edificios que tienen siglos”, explicó la protección de Palacio Nacional. “Entonces es mejor protegerlo”.
A muchos nos costó trabajo entender el porqué la violencia era una característica de las marchas feministas, pero finalmente quedó claro. Para escucharse su voz, en una sociedad profundamente machista, había que obligar a voltear a verlas. Una vez que eso sucedió, la frase que amartilló la conciencia fue inapelable: vale más una vida que una pinta en un monumento. Para López Obrador, hay que proteger los edificios y monumentos históricos porque deshacer las pintas “cuesta trabajo”. Con esas afirmaciones, ¿cómo no van a estar indignadas las mujeres, indignados todos por ese tipo de declaraciones?
Son frases tan inverosímiles, que cuesta trabajo que sean, pese a su machismo, consideraciones reales. Viendo como ha funcionado su equipo de propaganda, no sería extraño que el análisis fue buscar desviar el centro de la conversación, pensando que una declaración tan frívola y poco inteligente, podría cambiar el curso del debate. Pero esta reflexión es hecha con exceso de sobreestimación de un presidente que ha hecho todo para que se piense lo contrario y que, en efecto, piensa que una piedra vale más que la vida de una mujer. Sobre todo, porque nunca tuvo antes la sensibilidad para cuidar esa cantera que hoy defiende. Al contrario, cuando levantaban vallas otros gobiernos y buscaban impedir el daño a monumentos, decía que era el autoritarismo de quienes gobernaban de espaldas al pueblo.
Hoy, en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, varias decenas de colectivos feministas han llamado este lunes a una manifestación presencial, la primera de envergadura desde hace un año, cuando la pandemia del coronavirus frenó la creciente ola de indignación por la violencia de género. Tuvo tiempo López Obrador para tomar acciones que atajaran el problema de fondo y las desperdició. No fue por incapacidad, sino porque no le importan las mujeres, ni lo que suceda con ellas. Pero reacciona ante la respuesta encerrándose en Palacio Nacional a metal y fuerza. El presidente sí tiene miedo, no físico, sino moral y político. Tiene miedo al repudio, al desprecio, a los gritos de rechazo.
Como repuesta a un año sistemático de agravios, la marcha se ha venido organizando en las redes sociales, el campo de batalla que creía era de su propiedad, en Twitter, Facebook, Tik-Tok, Instagram y WhatsApp, donde se ha dado una intensa actividad de reforzamiento de la causa, de concientización y discusión abierta. Las mujeres mexicanas están empoderadas, pero no por acciones políticas del gobierno, sino porque su lucha legítima por justicia y sus métodos en las calles rompieron las cortinas de la incomprensión. Es esta la verdadera transformación de fondo que se está viviendo en México, frente a los discursos huecos y banales de quienes nos gobiernan.
Nota: En la columna “El baúl de Emma Coronel” publicada el 24 de febrero, se recoge la información del agente especial del FBI, Eric S. McGuire, que declaró que un testigo informó que le habían pagado dos millones de dólares al funcionario que “supervisaba las prisiones”, para que trasladaran a Joaquín El Chapo Guzmán al penal del Altiplano, donde sería más fácil preparar otra fuga. Esa acción era imposible de concretarse como lo planteó McGuire, y se reprodujo en este espacio incorrectamente. Esa decisión sólo podía recaer en un Juez de Ejecución, en el ámbito del Poder Judicial, y no del Ejecutivo.
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