Ariel González
Dice un refrán que un zapatero no puede ver a otro zapatero. El dicho alude a que en casi todos los oficios la competencia genera todo tipo de rivalidades, reales o imaginarias, entre quienes los desempeñan. Sin embargo, al menos en el terreno político parece haber una excepción: un demagogo no sólo puede ver bien a otro demagogo, si no incluso elogiarlo, admirarlo y hasta apoyarse en él.
Así pues, no es raro que un demagogo populista y autoritario como Donald Trump se identifique de forma natural con los de su especie. Es algo que el periodista y asesor en temas de seguridad, Jim Sciutto, ha documentado perfectamente en su libro “The Return of Great Powers” (2024), donde recoge diversos testimonios de asesores del ex mandatario norteamericano sobre la debilidad que este tiene por algunos personajes con lo que comparte una visión antidemocrática, iliberal o profundamente autoritaria cuando no dictatorial.
De acuerdo con esos testimonios Trump ha dicho, por ejemplo, que “no hay nadie mejor, más inteligente…que Viktor Orbán. Él es el jefe y es un gran líder, un líder fantástico. En Europa y en todo el mundo lo respetan”. De Vladimir Putin comentó a sus cercanos que era “una buena persona” y que “si no tuviéramos la OTAN, entonces Putin no estaría haciendo estas cosas”. Otro que resulta en su perspectiva ser “un buen tipo” es Kim Jong Un, el tirano coreano. Del líder chino (en un foro organizado por Fox News) dijo: “Piensa en el presidente Xi: elenco central, tipo brillante. Cuando digo que es brillante, todo el mundo dice: « Oh, eso es terrible». Dirige a mil 400 millones de personas con mano de hierro: inteligente, brillante, todo perfecto. No hay nadie en Hollywood como este tipo”.
Sciutto conversó con John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional, quien le comentó que Trump “se considera un tipo grande” y, por lo mismo, “le gusta tratar con otros grandes, y los grandes como Erdogan en Turquía pueden encarcelar a la gente y no hay que pedir permiso a nadie. A él le gusta eso”.
Como se ve, el punto de contacto con todos los autócratas por los que Trump manifiesta simpatía tiene que ver con su desprecio por las instituciones democráticas, los contrapesos entre los poderes y la ley. Cualquier mandatario tiene más oportunidad de ser amigo de Trump si comparte su fobia a la vida democrática y sus filias autoritarias.
Trump y López Obrador remedan esta historia que hemos visto en otras latitudes y momentos: se congratulan de conocerse, se identifican en sus maneras y estilos de gobernar, se adulan con ese adjetivo que en boca de ellos se empequeñece (“amigo”), y siempre terminan ocultando sus divergencias o sobreponiéndose a ellas, especialmente cuando uno (Trump) está seguro que el otro (AMLO) dirige un gobierno pelele con el que le ha bastado chasquear los dedos para obtener cuanto desea (“nos dieron todo lo que yo quería. Obtuve todo de México”).
Y aunque según López Obrador el expresidente de EU, su amigo, “es un hombre fuerte y visionario”, podemos decir que para fortuna de México la mayor parte de su gobierno transcurrió teniendo a Joe Biden como su homólogo. En consecuencia, nunca sabremos con certeza cómo habrían sido los últimos cuatro años si Trump hubiera ganado la presidencia en 2020. ¿Habría terminado la amistad que ha supuesto todo este tiempo el presidente mexicano para dar paso a la furia de todos los planes esbozados por quien es nuevamente candidato republicano a la presdiencia de EU? Es muy probable, a pesar de la simpatía que se tienen, que las exigencias de Trump y su agresivo programa antiinmigrantes, lo mismo que la mano dura que ha venido prometiendo a sus electores para combatir la llegada de fentanilo a su país, hubieran acabado a estas alturas con todos los gestos amistosos.
Ahora la que va a conocer en qué se puede traducir la presunta “amistad” que han cultivado Donald Trump y López Obrador es la sucesora de este, Claudia Sheinbaum, quien tiene ya muy clara la actitud hostil hacia México de quien pretende regresar a la Casa Blanca. Por supuesto, queda la (remota) posibilidad de que el deseo del candidato republicano se vea frustrado, pero todo indica que Sheinbaum va a tener que lidiar no sólo con “el lenguaje soez del expresidente Trump”, sino con las rabiosas promesas de quien será su vicepresidente, James David Vance, más un conjunto de presiones –bastante exacerbadas– de muchos grupos de ultraderecha.
Llegado ese momento, la próxima presidenta de México no va a ser beneficiaria de la habitual afinidad de Trump con los gobernantes populistas. Es decir, no le va a valer la simpatía que de seguro Trump tiene con la desaparición del Poder Judicial autónomo y con el debilitamiento extremo de los partidos de oposición en México. Tampoco el recuerdo de la “amistad” con López Obrador (quien tal vez quiera aparecer, con ese pretexto, como “mediador”), y menos aún el regreso del embajador Christopher Landau o la llegada de alguien como él que se la pase degustando la comida mexicana.
En ese punto no habrá razones personales, ni siquiera la consabida misoginia del republicano, sino tan solo su violenta determinación para sentar las bases de una nueva relación bilateral donde acaso las convenciones y reglas internacionales, los derechos humanos, acuerdos como el T-MEC o incluso nuestra soberanía, no serán un obstáculo mayor, particularmente en materia de migración y combate al narcotráfico, sus principales obsesiones y oferta política.
Y tal vez en el futuro Sheinbaum y nosotros digamos: menos mal que este “hombre fuerte y visionario” era “amigo” de López Obrador, que si no…
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez