Mauricio Suárez
Entre sus muchos defectos, Sergio era en realidad un hombre de grandes cualidades. Necio, terco y obstinado. Mordaz, directo y sin filtros. Claro, conciso y confrontador. Preciso, sagaz y burlón. Valiente, noble y letrado. Él era todo eso y más, pero ante todo, Sergio era un gran conversador.
Uno de los dones que lo caracterizaron como un ser humano excepcional era el saber escuchar. Cuando él te ponía atención, sus ojos saltones se volvían penetrantes; cuando detectaba un argumento que le parecía pertinente, sus orejas parecían aún más grandes. Su memoria excepcional lo sacaba a flote junto al dato, la idea o el matiz necesario para fijar su postura ante un hecho en particular.
Al día siguiente, en 15 días o un año después, cuando el dato, la anécdota o la información era relevante, rascaba en su archivo a profundidad y lanzaba ese tiro certero, potente y de precisión que iba dirigido a los cimientos de quienes le despertaban el sarcasmo único que lo hacía tan divertido.
El Armero era intolerante ante la estupidez humana y no sólo lo pensaba, lo decía, lo vociferaba, le indignaba y a pesar de todo y de todos, lo publicaba bajo su firma, en su columna. En su periodico. En su comunidad.
Podríamos hacer una lista del sinfín de temas que lo metieron en problemas por defender la justicia y la dignidad humana, pero también de todos los reportes que le dieron las primeras planas en los diarios más importantes a nivel mundial, pero sucede que no tenemos tanto espacio para la vanagloria de un tercero.
Sergio Arturo Venegas Ramirez es el arquetipo del periodista que grandes maestros de este oficio describieron aun sin conocerlo. Manuel Buendía, por ejemplo, hablaba del problema de personalidad de quien corre en sentido contrario a la multitud, sólo para saber que pasa y llevarse la exclusiva; Kapuscinski, decía que las malas personas no pueden ser buenos periodistas y Javier Dario Restrepo hablaba de cómo el único amo del periodista debe ser su lector. El Armero encuadró en todos ellos a cabalidad.
Para quienes sí lo conocieron. Sergio debería ser un referente de lo que significa la gratitud. Como aprendiz, fue el cimentador de sólidas carreras de grandes personajes del periodismo nacional. Como maestro, fue guía, consejero y colaborador de personas que hoy ostentan lugares de privilegio en los medios corporativos de trascendencia nacional.
Sergio fue un hombre amplio y generoso que abrió espacios y oportunidades a todos aquellos que no sólo teníamos el deseo de cumplir un sueño profesional, sino también la necesidad de llevar pan a la mesa cuando el hambre y la incertidumbre pateaba estrepitosamente en nuestra puerta.
Cuando era necesario, en medio de chilaquiles, huevo y café sin azúcar, se reconocía a sí mismo como víctima de un temperamento que rápidamente era dominado por la nobleza. En los momentos más aciagos con serenidad y templanza caminó con la frente en alto y sin titubear.
Algo que le provocaba mucha gracia era escuchar el panegírico posterior al fallecimiento de alguien prominente pero por lo regular intrascendente. Decía no comprender cómo la muerte transformaba a las personas en algo que por lo regular no solían ser.
Pero sí Sergio, lamento decirte que tu si eras todo eso y más. Lo digo como tu confidente, amigo y hermano. Como tu colega, compañero y admirador. Lo digo como juez y parte.
Lo digo como un ser humano que se declara incapaz de escribir un panegírico más.
