Jesús de Nazareth(I)
Muchos eruditos han escrito acerca de Jesús de Nazareth, a quien la mayor parte de los cristianos y no cristianos tienen como el fundador del Cristianismo, una religión que durante muchos siglos ha sido y será, de gran relevancia para la historia de la humanidad. Tan importante ha sido el aporte de este hombre que incluso en el occidente se cuenta el tiempo haciendo referencia a él, pues se dice 100, 200 ó 300 años antes de Cristo, tal es, pues, su relevancia histórica.
Ahora bien, para escribir algo acerca de tan interesante personaje se debe estar muy preparado, formado e informado, o por lo menos declarar de entrada, de qué manera y desde qué limitantes teóricos se pretende abordar semejante tópico. Por esto debo decir que no soy experto del tema, sino que en definitiva soy a lo mucho lector de expertos, y que desde esta limitación escribiré algunas ideas que muchos de ellos han planteado. Lo haré tomando como referencia histórica la parte de La Biblia llamada “Nuevo Testamento”, primordialmente los cuatro Evangelios canónicos, Los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de Pablo. Al mismo tiempo, lo haré utilizando la simple deducción lógica que se puede construir a partir de la lectura de algo escrito, tomando por auténtica la referencia bibliográfica.
Pero tampoco se puede escribir sobre algo tan importante sin antes aclarar a qué tipo de persona nos estamos refiriendo, por eso es preciso realizar una distinción clara y distinta sobre el Jesús que vamos a abordar en estos breves textos.
En primer lugar es menester realizar una distinción entre lo que es la creencia y lo que es la sapiencia, sobre ello es necesario decir que la creencia tiene lugar en el ámbito de lo personal, de la fe particular de cada persona, la cual es indudablemente inatacable, irrefutable e irrestrictamente inalienable; es decir, la creencia personal no puede ni debe ser sujeto de conjetura, de aclaración o de contradicción, pues toda persona tiene el sagrado derecho de creer en lo que ella misma considere pertinente y por lo tanto, ninguna creencia puede someterse a consideración de nadie.
De esta manera, si una persona cree que Jesús nació de una madre que para tenerlo no tuvo necesidad de mantener una relación sexual con varón alguno, nadie tiene derecho a conjeturar semejante creencia, es lo que la persona cree y punto, esto no admite juicio alguno. Ocurre lo mismo si alguien cree que Jesús murió y luego resucitó, o que camino sobre el agua como si ésta fuese una superficie sólida y concreta sin hundirse en ella, esto, repito, no debe someterse a conjetura o a análisis de nadie, ya que estas ideas pertenecen al ámbito de la creencia, no al de la ciencia o sapiencia.
Por todo ello, cuando una persona dice antes de empezar cualquier diálogo o charla con otra “yo creo que…”, desde el instante en que dice la palabra “creo” ha puesto una coraza infalible a su declaración, pues nadie, si es un poco conocedor y respetuoso, debe atreverse a conjeturarlo. En cambio, si alguien al iniciar un diálogo o discusión dice “yo entiendo” o “yo opino”, o “yo sé”, o “yo conozco”, o por lo menos “me parece que..”, entonces sus dichos y afirmaciones pueden ser sometidos a análisis, conjetura, consideración o juicio del interlocutor, pues estas palabras abren la posibilidad de la sapiencia y dejan atrás el ámbito de la creencia.
En síntesis, es muy diferente que alguien diga “yo creo que Jesús, llamado El Cristo, fue engendrado por el espíritu santo sin que mediara entre su madre y hombre alguno relación sexual”, a que diga: “yo pienso que Jesús, llamado El Cristo fue engendrado por el espíritu santo sin que mediara entre su madre y hombre alguno relación sexual”, pues esto último está realizando una afirmación que toca el ámbito de lo científico, de lo histórico; es decir, en la primera afirmación está planteando algo que vale exclusivamente para la persona que lo cree, pero en la segunda, está afirmando algo que propone debe valer para todo el mundo, como si aquello que hace referencia fuese un hecho histórico, algo que realmente sucedió, y cuando esto se hace, no sólo se puede investigar, analizar si lo dicho es posible, sino que es un deber y una obligación hacerlo.
Es así que al hablar de Jesús de Nazareth, se debe ser sumamente cuidadoso, pues es verdad que de lo anteriormente expuesto se infiere que este relevante personaje se puede abordar por lo menos desde dos diferentes lugares: o bien como el Jesús histórico y real, humano y concreto, que pertenece al ámbito de la ciencia histórica; o bien como el Jesús idealizado, mítico, mágico y sobre todo, divinizado.
El primer tipo de Jesús, el histórico, hace referencia a un hombre natural, que vivió como cualquier otro realizando todas sus necesidades naturales más básicas, como por ejemplo comer, beber, dormir, orinar, defecar, llorar, temer, caminar, morir, etcétera. Pero el segundo, el divinizado, es un hombre que caminó sobre el agua, que curó enfermos, que resucitó muertos y resucitó él mismo, que realizó milagros y tantos otros actos portentosos. En el presente texto para nada se abordará al Jesús divinizado, ya que éste no puede ser sujeto de conocimiento o análisis, toda vez que este Jesús pertenece por completo al ámbito de la creencia irrefutable, así que las ideas que este breve documento expondrá harán referencia exclusivamente al Jesús de carne y hueso, al Jesús concreto y humano, al Jesús viviente y sensible, al Jesús histórico (continuará).