El presidencialismo imperante desde el primer tercio del siglo XX nos ha impuesto una visión estereotipada del ejercicio del poder presidencial, especialmente tratándose de la transmisión de poderes sexenal. Se espera que el presidente entrante marque su distancia respecto a su predecesor y aplique el principio de que el poder no se comparte.
Puede ser que esta vez suceda algo diferente. Por primera vez desde la alternancia, la sucesión se da a favor de un proyecto cuyo autor tiene un concepto patrimonial y difícilmente se alejará de la paternidad y conducción del mismo.
Ha sido explícito en sus señales, un abrazo y un beso a la presidenta electa, más la invitación a hacer un recorrido juntos por algunos estados lleva un doble propósito; mostrar que quien la hizo presidenta fue él y que es a él a quien quieren. La electa no dio muestras de incomodidad, ni con el afectuoso y desproporcionado apapacho, ni con la gira, tan solo un tímido reflejo al no aceptar volar juntos, creo más por seguridad que por deseo de no hacerlo. Sería inimaginable el caos, si en un accidente perecieran ambos presidentes.
Otra señal es el empecinamiento porque la reforma al poder judicial salga en el mes de septiembre. No hay ningún motivo para la prisa, salvo la culminación de la venganza presidencial contra el poder judicial que obstaculizó, con la ley en la mano, sus decisiones autoritarias para que las obras emblemáticas se hicieran sin respeto a normatividad alguna. La electa no solo asiente sobre el propósito sino que lo hace suyo, ya sea por concesión o por convicción, como quiere que se crea.
Ante esto no queda duda de que quien manda es el actual presidente, sin embargo la duda persiste para después de octubre. Hay quienes afirman que una vez en el poder, la electa impondrá su sello y gobernará diferente, pero personalmente difiero.
Quienes esperan que, el ejercicio patrimonialista del poder la llevará a romper radicalmente con su antecesor, pueden estar cometiendo el error de dar lo supuesto por averiguado al pensar que en la transición habrá el rompimiento que fuera común en administraciones anteriores.
Nada hay que lo suponga más que los antecedentes y el criterio generalizado de marcar la autoridad e independencia del entrante, pero no hay una lógica que lo recomiende o lo indique. Cuál sería la lógica que aconsejara a la presidenta entrante el marcar diferencia y romper con la administración saliente, si son sus políticas y acciones las que le dan el soporte social, particularmente cuando se sabe que la votación que le ganó la presidencia responde a eso y no a su carisma o propuesta particular, que no la hubo.
Carente de base social propia, tendría que legitimarse por la apropiación de programas que ya tienen un sello personalizado, o como lo hiciera AMLO, transformarlos, maquillarlos para que se vuelvan suyos y eso lleva tiempo. Lo que se vislumbra en el horizonte cercano, es que no habrá el rompimiento que los opositores quisieran en el traspaso presidencial. No un maximato como tal, y sí, la operación de un consorcio entre el propietario de la base social y quien detenta el mando; un connubio conveniente para el proyecto que nadie ni nada los obliga a cambiar.
No es previsible una actitud hostil del presidente saliente si la sucesora no se aparta del proyecto, de lo contrario siempre tendrá la amenaza de soltar el tigre. Por ello y por la evidente, hasta ahora, identificación de ambos con el proyecto común, resulta difícil pensar en un rompimiento al iniciar el periodo de Claudia Sheinbaum Pardo (CSP).
Para los observadores aún no queda claro cuál pueda ser ese proyecto al que se dice fiel CSP. La apuesta presumible del proyecto jamás expuesto, parece radicar en la ampliación de la base social, e incrementar la rectoría del estado para mantener al poder económico alejado del poder político. Hay coincidencia en el discurso y podrá variar el cómo hacerlo pero no la esencia.
Hasta ahora el método ha sido malo, como lo muestran los malos resultados de la administración. Si el consorcio insiste en dinamitar la estructura de impartición de justicia, en debilitar el equilibrio entre poderes y eliminar las entidades autónomas pueden venir condiciones que obliguen a rectificar
En la política mexicana nada es absoluto y esto podría cambiar después del segundo año, pero no se ve en el futuro inmediato una razón para ello, además del viejo concepto patrimonialista del poder. Más que un rompimiento es previsible un amigable consorcio, concertar ese connubio asomado en el apretado abrazo y beso presidencial, que fue más muestra de dominio que de afecto. El poder de la silla presidencial puede no ser suficiente para desarticular la estructura de poder más sólida que se haya construido desde el corporativismo priista. Ese se disciplinaba, éste lo dudo.