Terminó el único ciclo escolar virtual completo y extendido en todos los estratos del sistema educativo en la historia de México. Hace diez años le hubiese sido imposible resolver la parálisis pandémica al gobierno federal; el internet cubriendo gran parte del territorio lo permitió, igual que lo alentó la estrategia de comunicación de clases virtuales incluso a través de televisión. Para los maestros representó un esfuerzo también sin precedente. La disposición heroica de muchos de ellos para impartir clases en la calle o debajo de un árbol. Muchos más tuvieron que comprar, claro, con su mismo magro salario, computadora, pagar el exceso en el gasto de electricidad, contratar internet o aunque fuese un teléfono “chafita” para impartir y preparar clases, revisar tareas, cuidar a sus propios hijos, pero quizá el mayor reto fue mantener la atención e interés de los alumnos y entusiasmar a los padres de familia para que los secundaran, estos a su vez tuvieron que desplegar toda serie de habilidades para apoyar a sus hijos, habilitar mínimos espacios de privacidad en las de por si reducidas casas, separar el ámbito de los quehaceres domésticos, el de las discusiones familiares, de las carencias y excesos en otro momento ajenas a los chicos.
A los alumnos pequeños y adolescentes esta experiencia les marcará la vida. Seguramente nunca la olvidarán y la mayoría no querrá volver a vivirla, aunque en medio de la tormenta sanitaria, surjan especulaciones apocalípticas, de que la escuela y el trabajo en casa es un ensayo para probar al ser humano en cautiverio, aislado, “desocializado” y por lo mismo, desintegrado.
Ya se sabe que convivir es indispensable para la salud física y emocional. Uno es porque se mira en el otro, los niños del preescolar, por ejemplo, en sus escasos tres, cuatro o cinco años, el dejar de ver a su mejor, el único, el mejor mejor amigo/a de toooooda la vida, es una tragedia silenciosa porque no se les permitió alternativa; trauma casi igual al que impactó a los de educación primaria que se descubren importantes, necesarios, queridos a través de sus primeros amigos de quienes creen no se separarán nuca. Los adolescentes de secundaria, con vida social más activa dentro y fuera de la escuela, también se vieron obligados al encierro, a la soledad de la pantalla, al frío mensaje telefónico y a la sensación de haber perdido año y medio de su vida entre cuatro paredes. El reto de hoy y para los meses que vendrán, es desintoxicar a los chicos de la vida virtual, zafarlos de la ilusión y llevarlos de la mano a la realidad, al encanto de la mirada, de la palabra, del diálogo, del abrazo y la calidez de la solidaridad humana.
Empresarios y comerciantes cuya actividad remunerativa gira en torno a la parafernalia del proceso educativo sufrieron grandes pérdidas y aún tuvieron que cambiar de giro. Uniformes de todo tipo, útiles escolares básicos y electrónicos, libros, transporte, cafeterías y cooperativas escolares, copias, encuadernados, manualidades, jardines de fiestas y lo concerniente a graduaciones, entre decenas de productos y servicios detenidos, estancados y hasta en quiebra.
En el mundo interactuante en que vivimos, cualquier año de estos habrá más alertas sanitarias, contagios, cierre de fronteras y parálisis de actividades otra vez, lo deseable es que el sector educativo y la sociedad en general hayan adquirido experiencia de esta contingencia para resolverla sin aislar a los estudiantes; casi año y medio en su escasa vida es mucha vida. Las consecuencias AL TIEMPO.