Sin gesto y expresión corporal —y una voz de joven y de viejo—, difícilmente alguien podría interpretar La última cinta de Krapp, monólogo de 11 páginas. Sandra Félix dirige a Luis de Tavira en esta obra donde ver la vida pasar a través del recuerdo es entender el silencio y su relación con la pérdida del tiempo. Porque un viejo se asoma a su pasado y anuda la suma de sus errores. Una pieza escrita en 1959, rabiosamente contemporánea.
El teatro que vimos en La Gruta del Helénico es el de la risa como punto de sabiduría. No hay tragedia en vivir, según lo escrito por Beckett. Porque recordar con sorna el paso del ser humano, su ascensión y caída es un placer donde la razón tiene más atributos que la sombra con la que pasan los ausentes de reflexiones, esos que se sitúan en el umbral del desamparo. Tragedia sería no valorar aquello que perdimos. Beckett quiere que asimilemos recordando aquel pasado, con el presente.
Luis de Tavira no solo es el último director vivo de aquella generación que, junto a Héctor Mendoza, Julio Castillo, Juan José Gurrola y Ludwik Margules realizaron los mejores montajes de una época irrepetible, hasta hoy. Tavira es ademásactor en toda la extensión de la palabra, capaz de lograr que el silencio sí sea parte de una puesta escénica. El ruido ese, el silencio que dice más que mil palabras. Beckett lo contempla en sus acotaciones del monólogo, pero pocos actores llegan a esos registros como De Tavira. Maestro de maestros, como dijo Antonio Zúñiga al final de la función.
Escenografía al pie de la letra de Beckett, lo que ideó Philippe Amand: “sobre la mesa, un magnetófono y numerosas cajas de cartón que contienen bobinas con cintas grabadas… bañadas por una luz intensa… Resto de la escena, en oscuridad”. No recuerdo si se había montado esta pieza en México pero sé que asistimos a una obra de arte por el conjunto que el teatro colectivo exige para que suceda. Un hombre común nos brinda una experiencia extraordinaria sobre el oficio de vivir. Tavira, nada común,lo interpreta con la sabiduría del histrión en una representación teatral.
Con T. S. Eliot: “aquí se vuelve real la mezcla imposible de las esferas de la existencia”. Viva el teatro de la verdad.