JUEGO PROFUNDO
En estos tiempos, pocas cosas existen que nos generen sentimientos puros y transparentes; y definitivamente, el futbol y la navidad son unas de ellas. Dejando a un lado el marketing, la navidad es una fecha para compartir, de estar con los tuyos, de reflexionar, de recordar, de amar, de divertirse, de volver a creer, de emocionarse, de vivir… y el futbol… se parece mucho.
Nos gusta el fútbol porque lo entendemos como sinónimo de alegría… y la navidad también. Nos gusta la navidad porque es capaz de unir personas… y el futbol también. Nos gusta el futbol porque es una máquina de generar sentimientos… y la navidad también. El futbol nos gusta porque para la mayoría de nosotros, el balón está asociado a nuestra infancia… y la navidad también. Con facilidad la navidad y una pelota nos llevan a volver a sentirnos como niños; nosotros como adultos, esperamos el partidito con los amigos o el de nuestro equipo favorito el fin de semana con ilusión similar a como ellos, los pequeños, esperan la navidad.
El fútbol y la navidad tienen un gran poder, y es que para bien o para mal, ambos generan sentimientos, emociones y sensaciones únicas en las personas. Mientras que unos pueden adorar el fútbol y la navidad, otros los detestan con todas sus fuerzas. Pero si de algo estoy seguro, es que navidad y el futbol, no dejan indiferente a nadie.
En la historia, juntos, el futbol y la navidad, han tenido episodios entrañables. El balón y la navidad tienen gran fuerza, una fuerza capaz de detener una guerra… bueno, al menos por un momento.
Luis Felipe Silva Schurmann, en su libro: “El futbol y la guerra, Entre balas y balones” (Editorial Planeta, Mexico 2015), narra un episodio singular en la historia: En diciembre de 1914, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, hubo una noche de paz en las trincheras entre alemanes y aliados. Aquel 24 de diciembre, en medio del intenso frío y de las balas, hubo una tensa calma. Y justo, en esa calma que parecia anteceder a la tormenta, los soldados aliados se vieron sorprendidos por otro sonido muy diferente al de las balas y la guerra: el de los villancicos del bando alemán, al que pronto se unieron franceses, británicos y belgas, y que sirvió de catalizador para crear una atmósfera que hizo posible un verdadero cuento navideño: Dos enemigos que dejan de serlo para celebrar la Navidad. Fue un gestó espontáneo cargado de magia y melancolía en medio de la batalla, que sirvió para que, por unas horas, dejaran a un lado el odio, enterrar a sus muertos, recoger a sus heridos, compartir comida, entonar canciones navideñas, intercambiar regalos… y jugar al fútbol.
“Ha pasado algo extraordinario. Esta mañana, un alemán gritó que querían una tregua de un día. Así que, con mucha cautela, uno de nuestros hombres se levantó por encima de la trinchera y vio como un alemán hacía lo mismo” … Así es como empezó la carta que el general británico Walter Congreve envió a su mujer explicando cómo se fraguó la Tregua de Navidad. Dicha tregua sucedió en Bélgica, en Flandes, concretamente en Ypres. “Fueron los alemanes quienes tomaron la iniciativa. Empezaron ellos decorando sus trincheras, cantando villancicos como Stille Nacht (Noche de paz)”, así lo contó el sargento británico Bernard J. Brooks en una de sus cartas: “A última hora de la tarde, los alemanes se volvieron divertidos, cantando y gritando nos dijeron en inglés que, si no disparábamos, ellos tampoco lo harían. Encendieron fuegos fuera de su trinchera, se sentaron alrededor y empezaron a cantar”. Poco a poco el acercamiento fue a más. Diarios personales, así como la carta del general Congreve, constatan que un inglés salió de su trinchera con los brazos en alto. Fue Willy Loasby. Llevaba con él un sombrero lleno de cigarrillos para regalar a los alemanes y estaba desarmado. Ese día no hubo disparos. Mejor dicho, ese día, nadie quería matar a nadie. Durante todo ese tiempo, soldados de ambos bandos intercambiaron saludos y se hicieron regalos: botellas de whisky, tabaco, chocolate… y entonces, sucedió algo espectacular: “Los ingleses sacaron un balón de fútbol de sus trincheras y de inmediato nos pusimos a jugar un partido. Qué maravilloso fue aquello, y a la vez realmente extraño” … describió el teniente alemán Kurt Zehmisch en su diario. Otro teniente alemán, Johaness Niemman, contó que los ingleses y escoceses fueron los primeros en construir su portería, con unos cascos, y que inmediatamente después ellos hicieron lo mismo.
En medio de ese infierno, en medio de ese odio, en esa navidad, los hombres se convirtieron en niños, patearon el balón y sin un juez de por medio, respetaron las reglas del juego. “Mi nombre es Tom Palmer y soy soldado escocés del Imperio británico. Solo tengo una orden: matar alemanes. Y hoy, día de Navidad de 1914, he jugado al fútbol con ellos”, aparece escrito en una de las cartas enviadas a sus familiares. Otro soldado, Bertie Felstead escribió: “Podía haber cincuenta jugadores a cada lado. Yo jugué porque me gustaba el fútbol. No sé cuánto duró. Probablemente, media hora. Nadie contaba los goles”.
Sin recordar exactamente el resultado, todos coinciden que los victoriosos de ese mágico partido navideño, fueron los germanos, pero en realidad, el resultado del partido fue lo de menos, porque la paz, aunque solo por unas horas, fue la auténtica vencedora. Ese día, la navidad y un balón, permitieron que dos bandos en guerra se identificaran y abrazaran como seres humanos.
La navidad tiene su magia. Y el futbol también.
Feliz navidad.
Escribeme por twitter y platiquemos
@escritorsga