Este martes inició el segundo tercio de la administración de Andrés Manuel López Obrador, dejando atrás dos años caracterizados por la polarización de la discusión pública y el transcurrir de la vida política nacional al ritmo y tono que se marca en cada conferencia matutina.
No se puede hablar de meses infructuosos; el dominio que el Presidente ejerce sobre la mayoría legislativa construida por su partido le ha permitido crear y modificar leyes, desaparecer fideicomisos, conquistar organismos autónomos e independientes, modificar la estructura burocrática y están por consolidarse reformas en materia de justicia laboral, de libertad sindical, de incrementos al salario y el régimen de austeridad gubernamental más radical que haya sufrido el gobierno.
En estos dos años, la recaudación fiscal se incrementó, a fuerza de exprimir a los grandes contribuyentes que litigan y escabullen el cumplimiento de obligaciones a través de complejos esquemas de ingeniería fiscal. Loable el esfuerzo de transformación, aun cuando sea infructuoso y un tanto cosmético, pues al énfasis presidencial no le corresponden avances en materia del bienestar, emblema sexenal. Se advierte en ésta dinámica presidencial un caótico ejercicio del poder, un voluntarismo autocrático que sustituye a la planeación, y a la lógica de un futuro cercano diferente a la concepción personal del gobernante.
Han sido dos años de gobierno en los que, en quijotesco afán, se emprendieron lances que se entienden más como justificación de una acción que como propósito y se han convertido en pírricas victorias. Tal vez por el empeño puesto en semejantes batallas contra el pasado, y la resistencia, débil y titubeante del presente, se han generado condiciones adversas para obtener mejores resultados en los dos problemas que más preocupan a la población; la inseguridad y la economía, que hasta ahora van por delante de la pandemia, la cual consideran que habrá de pasar algún día, mientras los otros perduran.
Rumbo al segundo tercio de su administración, el verdadero reto será la recuperación del crecimiento de la economía, hoy con niveles negativos estimados en 9 puntos del PIB; en la contención y disminución de los asesinatos que hoy superan los 67 mil y en la recuperación de espacios ahora dominados por la delincuencia que impunemente secuestra, asesina, cobra derecho de piso y mantiene sojuzgados a productores agrícolas, mineros, pecuarios y empresas diversas. El reto a partir del primero de diciembre es la contención en términos reales de la epidemia y generar condiciones para una recuperación pronta de los sectores afectados por las medidas de control, que a la vista de los resultados son ineficaces e insuficientes. Economía y pandemia irán ligados en este segundo tercio del sexenio y ello obliga a una estrategia global porque a los sectores productivos, a las micro y pequeñas empresas, no los salvará la vacuna.
En este segundo bienio, no bastará con incrementar el salario mínimo para recuperar el poder adquisitivo y rescatar a la población que cayó en pobreza laboral durante la pandemia (8 millones estima CONEVAL), sino que habrá que luchar por 56 millones de mexicanos que se encuentran en esa situación, según la misma fuente.
A partir del 1 de diciembre tendrá que considerarse la conveniencia de seguir apostando por el rescate de PEMEX y la reconformación del monopolio energético del Estado. Los recursos fiscales que PEMEZ y CFE están consumiendo son más necesarios para reconstruir el sistema de salud y cumplir el compromiso de un servicio de calidad universal y gratuito.
El desafío del siguiente bienio exige del gobierno una visión periférica, de largo plazo y en concordancia con el resto de los países con los que se tienen compromisos y sobre todo interrelaciones comerciales estrechas, dejando de lado el pensamiento dogmático e ideologizado que ha guiado las decisiones gubernamentales durante los dos primeros años.
La cuarta transformación se ha equivocado de enemigo, el enemigo es la desigualdad en el acceso a la justicia, en el ingreso salarial, en oportunidades laborales, la pobreza, los malos servicios de salud y educación, la precariedad de la economía y la insultante incapacidad del estado para proporcionar un ambiente seguro para las familias mexicanas. Esos son los adversarios del gobierno no los imaginarios conservadores que buscan retener privilegios.
El gobierno no puede darse el lujo de desperdiciar otros dos años en enfrentamientos bizantinos. La actividad electoral del próximo año es la oportunidad para que el Presidente recupere el sentido de la alta política, que va más allá de las lides electorales. Él ya ganó, ya es gobierno y sus enemigos no están en los partidos sino en las duras condiciones en que se desenvuelven los mexicanos. Son dos años para recuperar la confianza de inversionistas y el empresariado, de transmitir confianza en los mercados extranjeros y sobre todo, de generar condiciones para que los propios mexicanos desarrollen su potencial. Usando las palabras presidenciales: a serenar los ánimos y a ponerse a trabajar, que dirigir un país es más que preocuparse por las críticas de los medios.