El trazo como viaje interior entre luces, sombras y atmósferas sugeridas, el artista queretano Román Miranda nos invita a descubrir el poder del dibujo como un acto de libertad. En esta entrevista íntima, nos habla de su infancia, sus procesos creativos, su amor por la figura humana y su búsqueda constante de verdad más allá del detalle. Una mirada honesta a quien dibuja no solo con grafito o carbón, sino con alma.
Desde muy joven, Román Miranda supo que la imaginación no era solo un juego de infancia, sino una forma de habitar el mundo. “De niño pasaba horas jugando en la calle, inventando aventuras. Siempre fue una cuestión de crear, de imaginar. El dibujo, creo, está en todos nosotros desde pequeños”, comparte el artista, sentado en su taller rodeado de papeles, trazos y atmósferas suspendidas en blanco y negro.
Aunque no recuerda haber dibujado más que otros niños, sí reconoce que, a diferencia de muchos, nunca perdió esa chispa inicial. “Lo que me hace sentir afortunado es que no hubo un momento que me cortara el gusto por dibujar. Todos empezamos dibujando, pero luego nos dicen que un perro no puede tener doce patas, que el cielo no puede ser morado. Y así, de a poco, nos encasillan”.
Su camino hacia el arte no fue inmediato. “Estudié otra carrera, me alejé del dibujo. Siempre estuvo ahí, pero como un hobby. Fue hasta que viví un tiempo en Nueva York con mi tío, Víctor Saldívar, un artista muy clásico, que algo se encendió. Vi su proceso, su taller, y supe que quería dedicarme a esto”.
El arte de Román no se limita a una técnica o corriente. “Trabajo principalmente con grafito y carbón. El grafito me dio control, precisión. Pero el carbón me permitió soltarme, manchar, borrar, reaparecer. Me dejó respirar dentro de la obra, ser más libre”.
Aunque muchos le preguntan si hace pintura o hiperrealismo, él prefiere definirse como figurativo. “La figura humana siempre ha estado presente. Nunca quise llegar al fotorrealismo. Me interesa más la emoción que la técnica. Prefiero insinuar con una mancha que mostrar todo con detalle”.
Su proceso creativo es intuitivo. No parte de bocetos rígidos ni planes cerrados. “A veces anoto ideas, pero lo común es que me plante frente al lienzo o al papel en blanco y empiece a construir. Una imagen, un objeto, un personaje… y de ahí, la obra va creciendo. Me gusta no saber exactamente cómo terminará. Me gusta la sorpresa”.
Sus influencias son palpables, especialmente los grandes maestros del arte clásico como Velázquez, Rembrandt o Caravaggio. “Mi tío siempre hablaba de ellos, y yo crecí admirando sus estudios anatómicos, sus atmósferas, la profundidad que lograban. Todo eso me marcó profundamente”.
También es docente. Da clases de dibujo y grabado desde hace varios años. “Empecé porque me lo pidieron, y terminé disfrutándolo mucho. Hay una retroalimentación valiosa. Aunque cuando estoy preparando una exposición, hago pausas. Necesito enfocarme por completo en crear”.
A finales del año pasado, presentó una de sus exposiciones más importantes. Ahora, en una etapa de exploración, no tiene un proyecto definido, pero mantiene viva su necesidad de crear. “No quiero saber exactamente lo que viene. Me gusta no tener certeza. Lo que sí sé es que seguiré dibujando. Siempre”.
Román Miranda no busca definiciones tajantes. Ni para su obra ni para su camino. “No me interesa estancarme. Prefiero seguir explorando, dejarme sorprender. El arte, como la vida, es eso: un espacio en blanco que se llena poco a poco con lo que somos”.
Y quizás por eso, su obra no solo representa cuerpos o atmósferas. Representa ese instante donde la imaginación vuelve a ser libre. Donde lo que sentimos se convierte en imagen. Y donde, como él mismo lo dice, “una simple mancha puede decir mucho más que mil detalles”.
Técnicas que liberan: entre el grafito y el carbón
Durante años, Román trabajó intensamente con lápices de grafito. “Permiten mayor detalle, más control. Son pulcros, limpios. Pero también limitan el movimiento, todo es más corto, desde la muñeca”. El cambio al carbón lo transformó. “Con el carbón, dibujo desde el brazo. Hay más soltura. Puedes poner, quitar, manchar, borrar. Puedes reaparecer y reinventar la pieza. Es un proceso más libre”.
Este cambio de técnica también transformó su lenguaje visual. “Ya no necesito resolver cada trazo con precisión. A veces, una mancha dice más. Sugiere. Provoca. Da espacio al espectador para imaginar”.
Su taller es un espacio vivo. En él, conviven el trapo, el agua, la mano manchada, la libertad. “En el grafito cuido cada blanco del papel. En el carbón, puedo borrar, mojar, reaparecer. Puedo dialogar con la obra. Eso me transformó”.
El arte como forma de estar en el mundo
Más allá de la técnica o el estilo, Román habla del arte como una manera de estar presente, de hacer sentido del entorno y de sí mismo. “A veces no tengo un proyecto definido. No importa. El arte es mi manera de habitar el mundo. De entenderme. De seguir buscando”.
La docencia ha sido una extensión natural de esa búsqueda. “Me gusta compartir lo que he aprendido. Ver cómo otros se descubren en el trazo, en el grabado, en el error que se vuelve hallazgo. Me gusta esa retroalimentación silenciosa que pasa cuando alguien se conecta con su propio proceso”.
Para él, lo importante es no estancarse. “No quiero encontrar una fórmula que repetir. Quiero seguir caminando. Seguir abriendo espacios en blanco. Y confiar en que, mientras dibuje, estaré vivo”.
Román Miranda no solo dibuja con lápiz o carbón. Dibuja con su intuición. Con su historia. Con sus búsquedas. Cada obra es un acto de libertad. Una invitación a mirar más allá del detalle, hacia ese territorio invisible donde habita lo esencial.
Entre el grafito y el carbón, el artista queretano transforma cada mancha en una exploración de la memoria, el cuerpo y la libertad creativa.