El rock nació como un género musical en los Estados Unidos en medio del ambiente que habían creado los grupos raciales más próximos a los esclavos que habían llegado siglos atrás desde África en cuerdas, atados, vendidos como animales de carga y que, sin saber cómo habían surgido de sus gargantas tonadas tan sentidas primero, como el góspel, un género que nació al ritmo de lo que podían permitirse entre los asientos y las graderías de los templos bautistas del sur, donde se refugiaban cada domingo en el culto de adoración, danza, palmas y esperanza en los evangelios de la liberación; los negros, en sus cantos, en sus palmas, le dieron nombre a todos los ritmos que fueron surgiendo, como el soul, siempre un canto desde el dolor del alma, o desde la falta de libertad, una burla implícita hacia su patrón o hacia el capataz siempre identificados con un “Mama”, un “Daddy”, era apenas un atisbo que les hacía sonreír siempre.
Lo único que podía sonar en las plantaciones de las grandes fincas tabacaleras sureñas, eran los sonidos que producían con sus propios cuerpos; luego sonó el blues; con él, se aproximaron los blancos buscando un sentimiento del que carecían y surgió el jazz y el Rythm and blues. Pero aún faltaba tanto para que se le reconociera como una creación artística. Eran simplemente cantos de una raza sin ningún derecho a expresarse.
Por eso, toda esta historia de los antecedentes del rock se encuentra en un baúl olvidado de la historia del siglo XX, de un pueblo del cual siempre se ha dicho: los gringos no tienen historia; milenaria no, pero yo digo que sí tienen y una historia muy reciente como un pueblo audaz y creativo, nutrido por la infinidad de culturas que se han concitado en su territorio, espacio ganado a sangre y fuego y cargado de violencia, injusticias e incongruencias.
En menos de doscientos años, se apropiaron del mundo, invadieron cuantos pueblos encontraron a su paso, pero también bajo su imperio crearon e inventaron tecnologías de las cuales gozamos todos y han incrementado su capital; su audacia los ha llevado al especio y ha alimentado los sueños de muchos que persiguen sin descanso la ilusión del “sueño americano”, y el olor de los billetes verdes.
Esta cultura triunfante de mitad del siglo XX, al retorno de la Europa liberada del nazifascismo durante la segunda guerra mundial, produjo aquel ritmo que en principio fue una piedra rodante, referida por Bob Dylan en uno de sus primeros poemas. El rock, emergió como una protesta profunda contra las imposiciones del status quo de una época que ha buscado prolongarse a través de una economía que reproduce más violencia que bienes y mano de obra, los que, ahora se ubican concentrados en China, cuyo proceso económico no termina de ser comunista ni completamente capitalista.
Las primeras voces que asomaron por la radio, entonces el medio más popular, provenían de los barrios negros del sur donde hasta los chicos que seguían reclutándose ahora para la guerra en Corea, crearon su propio estilo y uno de ellos, de Memphis, formado en el credo bautista, que cantaba en el templo, llamó la atención por el movimiento de caderas que se volvió legendario por Elvis Presley. Era 1955 y el Jailhouse Rock o Hound Dog se colocaron en el número uno del Hit Parade, aquella lista de éxitos que nació con ellos y publicaban las radiodifusoras en sus puertas, basada en la cantidad de telefonemas y cartas que solicitaban se tocaran durante el día. Aun no existía la payola, aquella práctica de pagar para que una canción se repitiera hasta volverla inolvidable.
Al poco tiempo, sólo el cuarteto de Liverpool lograría empañar los éxitos de Elvis, quien hacía el servicio militar obligatorio y se había retirado temporalmente. Y podríamos decir que, a partir de ellos, la transformación del rock and roll en rock sería definitiva. El boom inglés puso en la palestra a The Rolling Stones, Cream, Jimi Hendricks, Blind Faith, Led Zeppelin, John Mayall y en este lado del Atlántico, explotaban bandas como la de Frank Zappa y sus Mothers of invention, The Doors, Grand Funk Railroad, y las grandes voces herederas benditas del blues como Grace Slick and the family Stone y Janis Joplin and Big Brother Band y una lista interminable de grupos, bandas y solistas entre los que predominó el inglés como lengua oficial del rock a grado tal, que la prevalencia del inglés en el mundo musical de la época permeó a las primeras bandas en México como el Three Souls in my mind, nombre original del Tri de Lora.
La diáspora del rock alcanzó a oriente y occidente, así como, traspasar como nadie podía atreverse, entonces, la línea de la Cortina de Hierro con grupos que componían tímidamente en Alemania Oriental y en algunos países del bloque comunista como Polonia y Checoslovaquia. De aquellas bandas, apenas conocemos algunos referentes y su producción quedó perdida por la clandestinidad en la que se hacían unos cuantos discos que nunca se internacionalizaron como sí lo hicieron el cine polaco y el soviético a través de sus embajadas. Podemos afirmar que el aislamiento al que se condenaron los pueblos del bloque socialista no permitía que los músicos hicieran presentaciones en el extranjero como lo hacían los ejecutantes sinfónicos, por llamarles de algún modo, quienes gozaban de prebendas y privilegios dentro del régimen a las que no podían acceder los rockeros de aquellos años. Aquel performance de John y Yoko desnudos en la cama habría sido impensable, sin embargo, ocurrió y nos marcó para siempre, como nos marcaron las muertes de Janis, Hendricks y Morrison.
La separación de The Beatles marcó un impasse para muchos de nosotros, como si nos hubieran dejado huérfanos. En realidad era así, sin Janis y los Jimis. Algunos nos refugiamos temporalmente en Plastic Ono Band. Pasarían largos años para que recuperáramos aquella devoción, hasta que llegaron King Crimson, Rick Wakeman, Renaissance, Peter Gabriel, Genesis y por obra y gracia del espíritu: Pink Floyd y con este grupo David Gilmour y Roger Waters. Después de ellos vendrían Freddy Mercury, U2 y Bono, los más conocidos y Brian Eno, con una interioridad luminosa. Phil Collins y Depeche Mode amos en la radio y el cassette.
El rock de los años dorados fue para nuestra generación el estandarte de nuestro pensamiento, de nuestra utopía, de un sueño que se realizaba en la incipiente revolución cubana, en la revolución sexual de los hippies en San Francisco, en el fin de la guerra de Vietnam y su silenciada derrota, de nuestra primavera que terminó el día que asesinaron a Sharon Tate, unas adolescentes que aún estaban bajo los efectos de una resaca de LSD. Se acabó y no ha vuelto por más que se quiera, ni retro, ni vintage. No obstante, el rock ha sido el fondo musical de múltiples actos de filantropía y solidaridad con los más olvidados del mundo con lo que le callaron la voz a sus detractores como fueron nuestros padres y nuestros abuelos en los primeros tiempos en que se le satanizó por sus melenas y sus indumentarias amén de sus adicciones.
Habrían de transcurrir algunos años para que el rock en español encontrara un lenguaje propio y su expresión más auténtica, lejos de traducciones ñonas y superfluas, porque no me dijeron ni dicen nada las tonadas de Angélica María, los Teen Tops, los Rebeldes del Rock, mucho menos Ale Guzmán genuina hija del imperio Televisa. Hasta la última década del siglo pasado nombres como La Unión, Enanitos Verdes, Ceratti, Los Fabulosos Cadillacs, La Maldita Vecindad, Tex Tex, Panteón Rococó, La Lupita y muchos más se plantaron frente al monopolio de Fonovisa haciendo sus propias producciones, con nula difusión sobrevivieron en los espacios abiertos de radios públicas, festivales, plazas y barrios.
Aunque su existencia es un referente cultural y de contracultura hasta nuestros tiempos, a menudo se olvida que uno de sus rasgos a más de ser contestatario y rebelde, el rock ha sido un movimiento solidario en infinidad de momentos de nuestra humanidad, que este ritmo, sus redobles, su estridencia, su catarsis, no deja de gritar que estamos vivos y merecemos mejores condiciones sociales, mejores gobiernos, mejores estados, mejores amores, mejores vidas cada uno. Quienes amamos el rock, amamos la vida con todas sus rasgaduras, con toda su energía, tragedia y toda su vitalidad, presentes cada vez que escuchamos, discos, radio y ahora plataformas.