CAMBIO DE RÉGIMEN
En 1990, cuando México inició la negociación del Tratado de Libre Comercio (TLC), nuestro país tuvo que convencer al gobierno y a los sectores productivos de los Estados Unidos que éramos un mercado con gran potencial al que tenían que voltear a ver. Hubo que establecer la valía de nuestro país como un socio confiable.
Veintiséis años después, y con un comercio bilateral que suma más de 614 mil millones de dólares, hoy ningún sector productivo, y ningún gobernante ni partido político, tiene la menor duda del valor de México como un socio necesario. Si alguien no lo reconocía, la falta de coordinación en las primeras etapas de la pandemia entre las industrias esenciales y la disrupción que eso causó en las cadenas regionales de valor, dejó muy claro el grado en que nuestras industrias están hoy entrelazadas y forman parte de la misma cadena de suministros.
Cuando el presidente López Obrador llegue a Washington para marcar el fin de una negociación, -que no se vio desprovista de sobresaltos- y marque la entrada en vigor del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), llegará como el representante de un país distinto al que los estadounidenses percibían en 1990.
No solo llega con la legitimidad de haber recibido más del 53% del voto popular y con un 60% de popularidad a un año y medio de su mandato, algo de lo que pocos mandatarios del mundo pueden presumir. Sino que también llega como un gobernante con una vocación de diálogo, que tiene cercanía con la gente y que ha implementado ambiciosos programas para mejorar sus condiciones de vida y lograr un país más igualitario.
Llega además precedido de una trayectoria como gobernante honesto, que libra día con día una batalla contra la corrupción arraigada en todos los sectores a lo largo de muchas administraciones pasadas. Llega representando a un país en plena transformación, que busca despojarse de una fama que lo colocaba en los primeros lugares de los índices mundiales de corrupción. Una corrupción que gobiernos y sectores productivos bien saben que, aunque combatirla implica cambios que a veces desconciertan, son necesarios para que México sea un socio que de certezas de largo plazo a las inversiones.
López Obrador Llega como un presidente que tiene un proyecto claro para el país, que no gobierna a contentillo sino con un proyecto al que se ha comprometido a lo largo de dos décadas.
El presidente tiene claro el sentido y objetivo de su visita a los Estados Unidos: marcar el inicio de una nueva etapa en la que el T-MEC será un factor de recuperación económica para la región de norteamérica, una recuperación que requieren las economías de los tres países y que podrá lograrse de manera más cabal si se logra en conjunto, aprovechando las oportunidades de la plataforma exportadora que juntos hemos construido.
El presidente no llega a Washington como en 1990 a convencer a gobiernos y sectores productivos que valía la pena sumar nuestras capacidades. Llega a celebrar una certeza: que juntos somos más fuerte y que esa realidad no la puede borrar ningún gobierno y no la puede obviar ningún sector productivo de la región.