Dice la Constitución: “(Artículo 39). – La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Y también dice:
“(Artículo35). – VIII. Votar en las consultas populares sobre temas de trascendencia nacional o regional, las que se
sujetarán a lo siguiente:
“1o. Serán convocadas por el Congreso de la Unión a petición de:
a) El presidente de la República;
b) El equivalente al treinta y tres por ciento de los integrantes de cualquiera de las
Cámaras del Congreso de la Unión; o
c) Para el caso de las consultas populares de temas de trascendencia nacional, los
ciudadanos, en un número equivalente, al menos, al dos por ciento de los inscritos en la
lista nominal de electores, en los términos que determine la ley…”
Y sobre esas bases se hizo la Ley Federal de Revocación del Mandato presidencial, con la idea (falsa), de darle poder al pueblo.
Pero la verdad es que el pueblo, así como una entidad etérea, indefinible, no existe o existe en un inmenso colectivo, plural, inconexo, culturalmente distinto y a veces hasta con diferente lengua, como para no concebirlo monolíticamente en un todo verdaderamente difuso, cuya repentina voluntad se expresara simultánea y uniformemente.
Por eso resulta ilusorio –o demagógico–, decirles a los pueblos creadores de sus revoluciones. En México el pueblo fue llevado a la leva de un puñado de caudillos enfrentados por el poder. Y así nos fue. Los vencedores dominaron el país durante casi un siglo.
El pueblo es, para cada partido, su clientela. Y hablo de los partidos, porque como toda forma de asociación, ésta con fines políticos, le da cuerpo a las ambiciones personales de sus dirigentes, revestidas en el utópico interés general, del cual se sirven, cuando bien les van las cosas.
Así pues la figura del mandato revocado, o la revocación del mandato presidencial, no es sólo un derecho ciudadano, es una herramienta disponible por ley, para el uso indiscriminado de cualquier opositor, de cualquier partido inconforme con un resultado electoral; de cualquier movimiento de masas alentado por una inconformidad legítima o ilegítima, no importa. La búsqueda del poder no distingue esos matices cuando se trata de llegar a la silla.
Lo hemos visto con este gobierno cuya raíz se hunde en los métodos de la agitación política, el bloqueo, la marcha, la pedrea. La movilización social.
Quienes se definan a sí mismos como “luchadores sociales” (en el pasado agitadores políticos) tiene ahora una herramienta cuyos alcances podemos imaginar fácilmente si volvemos al año 2006.
Andrés Manuel podría haber sostenido intermitentemente, como sostuvo, su lucha con el Zócalo[RC1] lleno y la ocupación[RC2] del Paseo de la Reforma, durante la primera mitad del gobierno de Felipe Calderón Y promovido una revocación del mandato, con muy buenas posibilidades de lograrlo. Lo mismo pudo haber hecho cuando Vicente Fox lo desaforó.
Eso, podría ser suficiente para darles la razón a los promotores de esta figura revocatoria, pero no habría sido el, pueblo quien se alzara en petición[RC3] del desplazamiento presidencial; habría sido una corriente política experta en la subversión, lo cual significa, rascar el suelo, revolver lo de abajo, mover el piso.
¿Ha querido Morena imponer esta figura para cuando no tenga en sus manos el Poder Ejecutivo, como le va a ocurrir alguna vez?
No lo sé, pero por lo pronto ha construido un arma en cuyo uso tiene expertos. Con la revocación del mandato en marcha, nadie podrá gobernar tranquilo.
Los opositores pueden jalar el gatillo. La ley le ha puesto una pistola en la cabeza.
Cómo dice Pancho Cárdenas, al tiempo.