En los amplísimos senderos de la burocracia, así sea disfrazada de innovación tecnológica o de gobierno digital, están día con día los tributos al poco lúcido Epimeteo, hermano de Prometeo, quien tenía una característica absolutamente opuesta a quien puso el fuego al servicio de los hombres: llegaba con retraso a todo.
Miraba más el pasado, y menos el futuro (sin alusiones patrióticas, vaya usted a creer). Además, era imprudente, descuidado, tonto, pues, o como se dice en el México profundo, bastante pendejo.
Tanto lo era como para irse de bruces con una hórpila llamada Pandora, cuyo cofre abrió de par en par—entre otras cosas, con lo cual desperdigó por el mundo todos los males conocidos y algunos por llegar, dejando únicamente la esperanza para consuelo de quienes con ella se satisfacen mientras la realidad les demuestra lo contrario.
A Prometeo la divinidad le impuso un terrible castigo, como todos sabemos. Un águila voraz devora desde entonces sus entrañas interminables y lo somete a un a tortura cotidiana como si estuviera (el ave); ofreciendo una conferencia de prensa matutina cuando en las bardas todavía no hay sol, ni se prepara aún el caldo en las fondas.
Así de cruel fue el castigo.
A Epimeteo le fueron diferentes las cosas: se casó con Pandora, aunque no hay versiones para comprobarlo, pero como se trata de mitologías, no es tampoco necesaria la exactitud científica. Es como la vida en México: nunca sujeta a verdades completas, solamente indicios, suposiciones, versiones acuñadas de acuerdo con el interés de cada lapso de nuestra accidentada historia.
Si hace siete años nos bastaba con la verdad histórica, ahora nos satisface la verdad histriónica. ¿Y la verdad; verdaderamente verdadera, desnuda o monda y lironda? Quien sabe, todavía no se escribe o todavía no se inventa. Vamos a ver.
Pero a cada paso Don Epi nos bendice con su ejemplo. Ahora se ha trasladado a vivir a Coahuila, donde –como todos sabemos—hace ya muchas semanas la burocracia de un ente extraño llamado Protección Civil, hace como si de veras quisiera entrar al fondo de la mina inundada, un pozo muy profundo, ya no sólo de carbón, sino de agua.
Agua mucha agua cuyo volumen en cientos de metros cúbicos se ha ido extrayendo constantemente desde entonces mediante un poderoso sistema de bombeo, pero como dice la conseja popular éramos muchos y parió la abuela, porque cuando se quiso sacar el agua para ir a buscar a los mineros ahogados, una maligna conexión con otras galerías, de otro socavón, saltó un nuevo torrente subterráneo y lo avanzado se fue –literalmente—al caño, porque el agua volvió y la esperanza se fue.
La verdad la esperanza se había ido a las 72 horas después del accidente, no nos hagamos los Epimeteos.
Y en esas condiciones nos encuentra una nueva solución del todopoderoso gobierno: vamos a hacer un tajo gigantesco hasta llegar al sitio donde perecieron los mineros. Y vamos a sacarlos del entierro accidental, para darles la sepultura ritual ritual. Eso vamos a hacer y para ello la artística coordinadora de la Protección Civil gubernamental, ha dado un plazo exacto: entre seis meses y un año.
¡Ah!; bueno, menos mal. Lo sabe todo con tal precisión como para igualar un semestre con una vuelta entera al sol. Eso es talento.
Pero no se quedan ahí las cosas.
Esa búsqueda y recuperación de restos, no va a interrumpir otro proyecto similar en la mina también coahuilense de Pasta de Conchos, con una pequeña diferencia: eso sucedió en el lejano 2006.
Tres gobiernos neoliberales y cuatro años de “revolución de las conciencias” y no se ha logrado nada. ¡Viva México!
MUSTANG
Don Marcelo usó el Ford eléctrico para presumir quién sabe cuál cosa. Y alguien escribió en la culta prensa mexicana, ahora el Mustang “ruge” con vatios… El león relinchó de gusto.