Ariel González
Estamos a punto de ver cómo se materializa la más cara aspiración del populismo de la 4T: demoler al Poder Judicial y ponerlo a su servicio bajo la farsa de una elección popular de sus integrantes. Será por las “buenas” (corrompiendo o amenazando al o a los senadores más vulnerables del bloque opositor de 43, como ya hicieron hace unos días con dos que traicionaron al PRD y a sus electores), o por las “malas” (usando la infame “aritmética” de Morena, donde 85 son 86 y háganle como quieran). Pero será. Y en uno y otro escenario quedarán abiertas las puertas de una crisis constitucional, política y económica.
Que el Presidente López obrador diga que no va a pasar nada, no tiene nada de extraño toda vez que su mentalidad autocrática le hace creer y confiar en que él tiene todo bajo control. Y hay que decir que es probable que su pronóstico se cumpla parcialmente, puesto que quizás los mercados y actores económicos, por ejemplo, reaccionen lentamente ante la aprobación de su reforma, de tal manera que le faciliten al jefe del Ejecutivo decir: “se los dije, no pasó nada” (cuando en realidad estará pasando de todo, pero a un ritmo que tal vez ya no le tocará a él vivirlo en Palacio Nacional).
En lo que respecta a Claudia Sheinbaum, la Presidenta electa, es claro que su única opción es decirles a los actores económicos y financieros, un día sí y otro también (con tono abúlico y con argumentos muy poco convincentes), que no hay nada qué temer. Sin embargo, debería ser ella la primera en temer que sea aprobada mañana.
Para empezar, esta puede ser la primera gran mentira que sus electores y la sociedad en su conjunto le reclamarán al comenzar su gobierno y tal vez durante los próximos seis años si, como señalan diversos analistas, los efectos de la reforma –junto con el estancamiento y los factores críticos de la economía– son duraderos.
Las advertencias que viene recibiendo López Obrador sobre los efectos perniciosos que traerá su reforma son innumerables, pero él –una de sus especialidades– las ignora o minimiza, incluso las ridiculiza. La Presidenta electa hace, a su manera, otro tanto, porque no sabe decirle que no “al mejor presidente de la historia”; pero hacer como si nada pasara o seguir el ejemplo de su mentor y aferrarse a los “otros datos” no impedirá el creciente desorden político y mucho menos el deterioro económico ya visible que puede convertirse en una crisis abierta y de grandes proporciones.
Lo malo de la soberbia es que viene casi siempre acompañada de terquedad. No sé en qué medida AMLO y Sheinbaum lo son (no sé si sirva de consuelo, pero me parece que el primero es más terco que soberbio, mientras que la segunda es tal vez más soberbia que terca), pero ambos adoran el poder absoluto y creen que a estas alturas de su éxito no hay nada que los pueda detener, además de la certeza ideológica de que están en lo “correcto” y lo “justo”.
Sin embargo, nuestra moneda ya ronda los 20 pesos por dólar. Entre el 2 de junio y hoy ha sufrido una pérdida de 17 por ciento. ¿No debemos temer una devaluación mayor? La inversión fija bruta, lo mismo que la extranjera (con la que hacen cuentas alegres a partir de la reinversión de ganancias), el empleo, el déficit público histórico que ya tenemos, la inflación y otros indicadores, ¿no reflejan que algo anda mal? La percepción de las calificadoras internacionales, de inversionistas muy importantes, así como de analistas y estudiosos muy solventes, ¿de veras no son para preocuparse?
Los diputados y senadores que constituyen la servidumbre legislativa de Morena han sido instruidos para aprobar, a cualquier precio, la Reforma Judicial del Presidente López Obrador. Lo hacen a toda prisa, sin conocer y menos aún reflexionar sobre sus repercusiones; lo hacen, pues, irresponsablemente, sin preocuparles que, en breve, lo aprobado se vuelva en contra del país en más de un sentido.
Tenía razón Elías Canneti cuando decía que “quienes actúan bajo una orden son capaces de perpetrar los actos más atroces. Y cuando la fuente de la que emanan las órdenes se agota y se les obliga a volver la mirada sobre sus actos, ellos mismos no se reconocen”. No creo que nuestros diputados y senadores de Morena tengan suficientes escrúpulos para arrepentirse algún día, pero una cosa sí les debe quedar clara: no tendrán a quién culpar.
Quién lo iba a decir: los más comedidos inquisidores del Poder Judicial, los más radicales críticos de la “tiranía de la toga” y defensores de la democracia popular entendida a la manera de Pol Pot o de Kim Il Sung, no fueron sacados de las catacumbas izquierdistas de los años 70 u 80, sino del PRI, del PAN y, por supuesto, del mismo Poder Judicial (con una ministra, Jazmín Esquivel, que no ha podido demostrar la autoría de su tesis de licenciatura; un ex ministro presidente, Arturo Saldívar, acusado de extorsión; una ministra militante “a mucho orgullo” como Loretta Ortiz; y una “ministra del pueblo”, Lenia Batres, impuesta por el Sr. Presidente).
Estando en manos de personajes como estos, ¿qué podríamos temer?
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez