Hace unos días me compartieron un texto que abordaba desde una doble arista -psicológica y jurídica- un fenómeno llamado “violencia filioparental”. En principio, me resultó un término ajeno hasta que su lectura fue llevando mi alma de padre, negada a la aceptación de verse reflejada, frente a una realidad que hoy día, con consecuencias sucesivas y vigentes, decido liberar mediante un legítimo ejercicio de catarsis.
Esta violencia, que se define como la ejercida de hijos a padres, se estima un tema tabú, de los que menos se visibilizan, hablan o denuncian debido a una primerísima razón moral y en segundo lugar, por vergüenza, por repercusión social o por temor a sufrir un mayor grado de violencia por parte de un hijo en plenitud de edad, que de suyo, ante un padre adulto mayor, llevará todas las de ganar. En efecto, la vulnerabilidad de un ser humano frente a un hijo que decide convertirse en verdugo de su progenitor quitándole sus propios medios, es algo que desarma, confunde y pasma hasta el carácter más templado.
Por nadie pasa la idea de una ruptura filial, menos aún cuando está a la vista lo que uno puede llegar a confiar y a apostar para lograr la realización, la felicidad y la independencia de un hijo. El sentirse orgulloso de ellos, es una condición dada desde su primer aliento.
Como hijos que todos somos, asumimos que la transmisión de valores será igual de generación en generación, y que como el apellido mismo, el “ser” a carta cabal, la honorabilidad o la honra de la palabra, serán como un “don” implícito en la genética.
Mi papá, Don Diego, dejó un tiempo su granja a mi cuidado, y nunca pasó por mi mente el perverso intento de despojarlo, como tampoco así que algo similar me pudiera ocurrir a mí, creyente de los valores de la juventud, padre de tiempo completo y educador por vocación.
En este Día del Padre, los invito a REFLEXIONAR sobre algo que me sucedió el miércoles 13 de junio de 2018, fecha que me marcó por el atentado a mi persona realizado por uno de mis hijos: él junto con mi propio abogado y notario, irrumpieron en las instalaciones de la empresa educativa que fundé en 1989, a fin de destituirme basándose en un poder notarial que con toda confianza había yo otorgado a mi hijo años antes. En la notificación notarial decía que mi hijo se vendía y se compraba a sí mismo (sin precio alguno) la participación social de mis empresas y que, por tanto, al ya no ser socio, quedaba yo fuera, destituido de mi puesto como Presidente, dejándome en completo estado de indefensión y sin absolutamente ningún medio de subsistencia. Como no me encontraron en mi oficina aquel día, fui convocado al siguiente a una comida en el Restaurante Josecho, a la cual no asistí intuyendo la ignominia, por lo cual insistieron en una tercera ocasión para notificarme, ahora en mi propio domicilio. La “caza” de mi hijo con el notario a las afueras de mi hogar, fue algo perturbador e inenarrable.
Ante los amplios poderes y una donación que había hecho a su favor (y que ingenuamente pensé que mi hijo respetaría hasta mi muerte, conservándome el usufructo vitalicio), poco podía hacer para salir avante. Lo único que me salvaba en ese momento, era hacerlo del conocimiento público, aunque fuera sin detalles.
Consulté e invertí todo en abogados, teniendo siempre la misma respuesta: “Lo mejor será un acuerdo, porque si bien lo que su hijo pretende no es moral ni legítimo, podría invocar que sí es legal, y por otro lado revocar la donación por causa de ingratitud le representará mayor tiempo y desgaste”.
Sufrí un daño moral irreparable que en mi calidad de padre no quise llevar a tribunales. Después de días de insomnio e incertidumbre que incluyeron la intimidación de una infundada acusación penal en mi contra, firmé un acuerdo de permuta con la sensación de que mi hijo estaba permanentemente apuntándome a la sien y cedí, entre otras cosas, la propiedad de mi escuela primaria.
Fue así que mi propio hijo, rebasado por la ambición de quedarse con mi patrimonio aún estando yo en vida, revocó mis poderes el día 14 de junio de 2018, tal y como consta en la escritura 35422, inscrita el día 29 del mismo mes y año ante el Registro Público de la Propiedad del Estado de Querétaro, violentando así el citado acuerdo apenas unas horas después de haberlo firmado.
El ver a mi hijo exonerado socialmente por el desconocimiento de la mayoría de la población ante este hecho inhumano, ha sido en mucho, parte de una injusticia. Mi hijo no tenía el derecho de despojarme, nada era suyo, y mientras trabajó para mí, cubrí sus expectativas y exigencias de alto ejecutivo, sólo para que me dejara la empresa inmersa en un caos administrativo y financiero que a mi edad -siempre planeada como un tiempo de cosecha y remanso- estoy debiendo afrontar sin descanso a fin de sacar adelante en aras del enorme compromiso que tengo con la sociedad, con mis alumnos y colaboradores.
Como padre, me queda la conciencia tranquila de haber hecho lo correcto; la vida compensa y lo que parecía un reto insalvable, con la ayuda de Dios y de todo un equipo, lo estamos superando con creces. La Prepa se ha mantenido porque nunca dejé de nutrir su filosofía y sus ejes educativos rectores y ahora, con renovada inspiración puedo decir que estoy, como expreso siempre a los jóvenes, empezando desde cero, “en la mejor etapa de mi vida”, dignificando a la institución y orientando, con mayor conciencia a mis estudiantes para que no fallen en principios torales como el respeto a sus padres, la dignidad, la rectitud y la honra de su palabra.
Espero que esta reflexión ayude a muchos padres e hijos en la toma de decisiones vitales: los padres deben tener cuidado en dar y los hijos en requerir, ambos con la ética y el humanismo por delante. Los papás no debemos vivir en función de los hijos PARA ESTAR VERDADERAMENTE PRESENTES EN NUESTRA PROPIA VIDA.
Aprecio la lectura de este episodio que ahora envío al archivo muerto de mi mente, porque hay cosas más hermosas e importantes que realizar. Mis proyectos y el amor, hoy iluminan mi vida.
Nota final: Enfatizo que las autoridades de Querétaro se han mantenido justas e imparciales ante estos hechos, dando otra muestra del privilegio del estado de derecho prevaleciente en nuestra entidad.