Dalia Elena Gutiérrez Gutiérrez
Leer por primera vez Rayuela, de Julio Cortázar, podría asemejarse a emprender un viaje a solas hacia un lugar desconocido. Y, al mismo tiempo, sentir que se visita un espacio común que, en otro multiverso, ya fue recorrido. ¿Déjà vu?
Sobran sugerencias para los lectores primerizos sobre qué camino seguir, dónde iniciar y hasta qué vale más la pena disfrutar, pero al final es el viajero quien -si así lo decide- diseña su propio itinerario, se pierde en el camino, toma un descanso cuando necesita y, por tanto, vive sus propias experiencias.
Finalmente es el lector quien tiene completa libertad ante esta novela del autor argentino, llamada por algunos “antinovela” y nombrada por su creador como “contranovela”. Cortázar nació en Bélgica el 26 de agosto de 1914, creció en Argentina y el próximo 12 de febrero, pero de hace 40 años, falleció en París.
Hay más de 600 mil resultados en internet con instrucciones para leer esta obra de 1963, y entre ellos, más de 16 mil tutoriales en YouTube. En cualquiera de estos, el lector encontrará que hay dos maneras principales para comenzar el viaje.
Una es de forma lineal, del capítulo 1 al 56, prescindiendo del resto; la otra es por la secuencia establecida por el autor en el tablero de direcciones que aparece en el libro. Pero la realidad es que también puede leerse de principio a fin o por el orden que se desee.
¿Y de qué trata Rayuela? Pues la historia que el lector encontrará en esta obra central del boom latinoamericano dependerá del viaje que se decida emprender.
La sinopsis dirige la historia a Oliveira y La Maga, dos amantes en París, que “andaban sin buscarse, pero sabiendo que andaban para encontrarse”. Una relación apasionada, pero asimétrica: él de Argentina, analítico y frío; ella de Uruguay, enamorada y pasional.
Él que todo cuestiona todo, ella que no necesita explicaciones.
Horacio (Oliveira) vaga por las calles parisinas en busca de algo (y de la Maga), que el lector podrá -o no- descubrir al pasar de las páginas, navegando entre metáforas, preguntas sin respuestas, incontables referencias literarias y musicales, y “ríos metafísicos”.
Con su “Club de la Serpiente”, pasan madrugadas bebiendo, escuchando jazz, hablando sobre arte, literatura y filosofía, de todo y de la nada, como hacen los amigos. Seguirles los pasos a los personajes te absorbe, te formulas muchas preguntas, te gustaría andar con ellos.
El nombre del libro hace referencia a ese juego infantil ya no tan popular como antes. Rayuela, bebeleche, avión, que se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. En lo alto está el Cielo, abajo la Tierra, y es muy difícil llegar.
Pero poco a poco “se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo”.
Sea cual sea el capítulo que se elija para iniciar, el lector emprenderá un viaje en el que Oliveira busca, encuentra y sigue buscando. ¿Encontrará a la Maga?
Amor, celos, muerte, vida, son lugares comunes “del lado de allá”, pero también “del lado de acá” y seguro “de otros lados” también. Será por eso que visitar Rayuela es como descubrir una ciudad desconocida, soñar un largo sueño en el que pasan muchas cosas acaso de manera acelerada y se dicen demasiadas cosas importantes y, al mismo tiempo, reencontrarse con viejos amigos. Amigos de toda la vida, quizá los mejores.