ESTRICTAMENTE PERSONAL
Los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump hablaron por teléfono el sábado pasado. Según el mexicano, Trump expresó su solidaridad ante lo ocurrido en Culiacán. Trump no dicho nada de esa llamada, ni la Casa Blanca la ha registrado, pero fue confirmada por el embajador de Estados Unidos en México, Christopher Landau, quien escribió a propósito, un cáustico mensaje en su cuenta de Twitter. “Expreso mi solidaridad total con las fuerzas de seguridad de México y el apoyo de mi gobierno a la lucha contra el crimen organizado trasnacional. El bien siempre derrota al mal. México no está solo. Juntos venceremos”.
El mensaje de Landau revela voluntarismo –“juntos venceremos”-, empatía con el discurso religioso de López Obrador –“el bien siempre derrota al mal”-, pero, sobre todo, hay un deslinde. La solidaridad de la que habló el presidente no fue para todo el gobierno, sino para las fuerzas de seguridad, a quienes les ordenaron desde la Ciudad de México que liberaran a quien habían capturado—lo que nunca hubiera sucedido en Estados Unidos. Después vino la llamada a la acción, el apoyo de Washington a la lucha contra el crimen organizado trasnacional, que es donde las maderas están crujiendo.
En la víspera, Eric Trump, el tercer hijo del presidente, colocó en su cuenta de Twitter un video de 47 segundos de la cadena de televisión CBS sobre la balacera en Culiacán. “Esto es una locura”, apuntó. “La falta de leyes en México es la principal razón por la que necesitamos un fuerte muro”. Esto, sin saberlo en ese momento, era la primera llamada de lo que vendría después. Richard Glenn, subsecretario de Estado adjunto para Narcóticos Internacionales y Asuntos Legales, testificó el miércoles en el Congreso en una audiencia sobre los presupuestos para el próximo año, donde fue sutilmente crítico de México.
En su declaraciónescrita entregada al Congreso, Glenn afirmó que “un nuevo avance alarmante” es que las operaciones de tráfico de fentanilo en México se están incrementando y evolucionando hacia la producción. México, recordó, es el país donde se origina la mayor cantidad de heroína y metanfetaminas que se consumen en Estados Unidos, y la principal ruta de trasiego de la cocaína sudamericana. Sin establecer un vínculo abiertamente, dijo que las organizaciones trasnacionales criminales, como llaman a los cárteles, perpetúan la violencia y la corrupción, con lo cual aumentaron los homicidios este año como nunca antes.
El testimonio de Glenn fue retomado por los medios mexicanos con el ángulo que México no estaba suficientemente comprometido en la lucha contra el crimen organizado, lo que motivó una respuesta del presidente López Obrador en su conferencia de prensa diaria, sugiriendo que era una intromisión en los asuntos internos de este país, sin respeto a la soberanía. Nadie preguntó su definición de soberanía, pero en materia de seguridad, la queja estadounidense es que han inyectado recursos a México para cambiar las condiciones del narcotráfico, y no se han alcanzado los objetivos. La comparecencia de Glenn era, precisamente, para solicitar más recursos al Congreso para México.
El gobierno de López Obrador mantiene ese tipo de cooperación en secreto, y permitido misiones especiales de fiscales estadounidenses encabezadas por la DEA, para revisar lo que están haciendo con el Cártel de Sinaloa, por ejemplo, y se llegado, incluso, a aceptar a la delegación estadounidense lo que siempre estuvo prohibido y es regulado por convenciones internacionales: utilizar equipos de combate en territorio mexicano.
Apenas hace dos semanas estuvo en México Kirsten Madison, asistente del secretario de Estado, Mike Pompeo, para Narcóticos Internacionales y Asuntos Legales, acompañada de sus contrapartes de la DEA y del Pentágono, para discutir sobre la siguiente fase de la cooperación en materia de seguridad, incluyendo la necesidad de que México desarrolle una estrategia amplia e integral de todo el gobierno para el combate contra el narcotráfico, que incorpore metas y objetivos. Casi más de lo mismo, aunque la queja de los estadounidenses es que hoy no ven que López Obrador esté dispuesto a hacerlo.
En mayo del año pasado, cuando Glenn testificóante el mismo Subcomité de Asuntos del Hemisferio Occidental del Congreso, sobre el crimen trasnacional, la película era diferente. Detalló cómo la reorientación de la Iniciativa Mérida para combatir el modelo empresarial de los cárteles de la droga, que llevaba a la reducción de la producción, estaba teniendo éxito, con una mejor capacidad de las autoridades mexicanas producto del entrenamiento que estaban recibiendo a nivel federal y estatal.
Ese lenguaje desapareció del nuevo mensaje de Glenn. La cooperación existente se ha venido reduciendo. No lo dicen abiertamente, pero la laxitud en el combate a los cárteles de la droga y la reducción de presupuestos para combatir el crimen trasnacional y para los programas de erradicación de cultivos de heroína, se ven con preocupación en Washington. Las declaraciones de López Obrador de repudio a la Iniciativa Mérida, como lo plantea el presidente, es por los equipos y armas para combatir el crimen organizado. En Washington no se entiende del todo el discurso, porque desde hace varios años la Iniciativa Mérida no ha estado enfocada al abastecimiento de pertrechos de guerra.
El presidente López Obrador, podrían empezar a asimilar los estadounidenses, no entiende muchas cosas de muchos temas, como el de la seguridad, y su retórica suele estar anclada en viejas ideas y prejuicios como los tiene sobre la Iniciativa Mérida. Lamentablemente para él y para todos, su equipo de seguridad parece estar en la misma línea cognitiva. Los choques serán cada vez más frecuentes y al final, terminaremos perdiendo todos. De esa forma, Culiacán no será un síntoma, sino la enfermedad, de no cambiar el rumbo que siguen las cosas.