ESTRICTAMENTE PERSONAL
POSTALES: Las Maldivas
MALÉ.— Esta ciudad mide seis kilómetros cuadrados, pero todo está apretado. Es natural. Con mil 102 personas por kilómetro cuadrado, es una de las ciudades más densamente pobladas del mundo, que combina su saturación, por si no fuera suficiente, con decenas de miles de automóviles y motocicletas. La vida aquí tiene un significado muy distinto al de otras naciones. Malé, no sólo es el centro político y económico de un archipiélago de mil 190 islas en el Océano Índico, sino el eje de la cruzada contra el cambio climático. Los maldivios saben de lo que hablan. Con el 80% de su superficie total con una altura máxima de un metro sobre el nivel del mar, será cuestión de tiempo, pero no más de lo que resta del siglo, para que el deshielo de los polos haga que el mar se los trague. En este lugar del mundo no hay retórica. La lucha por no desaparecer bajo el agua es permanente.
Este archipiélago es lo más plano que existe en la Tierra, y la inexistencia de topografía es lo que lo hace la zona más vulnerable del mundo frente al cambio climático. Pareciera que el destino manifiesto de los paraísos es ser los primeros en desaparecer. Las Islas Maldivas pueden entrar en esa categoría cuando se observan sus 26 atolones desde el aire, una serie de islas que forman cadenas con estructuras bordeadas por playas de talco blanco y mares turquesa que abrazan sus masivos arrecifes de coral, y que ya tienen escrito, de no hacerse nada, su certificado de defunción.
¿Qué sucederá si el peor escenario se materializa? Toda su infraestructura de vivienda y de las pocas empresas que existen quedaría sumergida en el mar. Igual pasaría con sus cinco aeropuertos –dos de ellos internacionales, que son vitales para el turismo-, y sus 128 puertos y marinas, que se encuentran en la parte costera. Cualquier inundación por lluvias o por eventos extraordinarios como el tsunami de 2004, provoca daños materiales y desplazamientos en estas islas. Y cada año, se agrava. En el 62% de las 200 islas habitadas y en el 45% de las 80 que son destinos turísticos, se ha reportado erosión en sus playas. Aguas más calientes también irán destruyendo el ecosistema coralino.
La cruzada contra el cambio climático fue llevada a todos los foros internacionales por el ex presidente Mohamed Nasheed, quien en 2008 comenzó a pedir ayuda al mundo para que, mientras comprometía a su nación a establecer una tasa de cero emisiones de dióxido de carbono, lo apoyaran a comprar tierras en otras partes del mundo para establecer ahí la nueva patria maldiva. Lo escucharon con atención y compartieron el drama en muchos de los organismos internacionales donde tocó la puerta, pero no le dieron muchas expectativas de respaldo financiero. Los principios no funcionan cuando hay dinero involucrado.
Cinco años después, cuando llegó a la Presidencia Abdulla Yameen, hubo un cambio de estrategia. Ni neutralidad con el carbón, ni compra de tierras. Buscarían la sobrevivencia de manera agresiva. Turismo masivo en islas rentadas y mega desarrollos urbanos levantados en islas artificiales, sería el camino. Con esos recursos se reubicaría a miles de maldivios en las zonas de mayor vulnerabilidad a las nuevas tierras fortificadas contra el cambio climático. Igualmente, reubicarían a los habitantes de las casi 191 islas que tienen menos de cinco mil habitantes cada una, y rentarlas para entregarlas a quienes quieran invertir.
La estrategia se ha convertido en acción. A la vista de Malé, a mil 300 metros, se está construyendo sobre la isla Hulhumale, la “Ciudad de la Esperanza”. La isla comenzó a surgir de entre el mar en 1997 y apenas hace una década se colocaron las bases de su infraestructura. Ahora es la vanguardia del futuro y sobrevivencia. La isla tiene dos kilómetros cuadrados, pero está diseñada para acomodar a 130 mil personas, que podrán vivir tranquilos porque está fortificada con muros que se levantan tres metros sobre el nivel del mar. Más de una decena de nuevas islas artificiales se están construyendo.
El plan, altamente controvertido para quienes piensan que los ideales son primero, es audaz y quizás la solución que cambie el destino de las Maldivas. Con esta estrategia el gobierno piensa llevar el turismo, actualmente de 1.3 millones al año, a 10 millones. No es un turismo barato. Hoy en día varias de las islas de los atolones son ocupados las grandes cadenas hoteleras del mundo, que llegan a cobrar por un palafito –construidas sobre el mar- estándar, hasta siete mil dólares la noche. Los sueños del gobierno son captar la atención de universidades de alto prestigio para instalar campus en el archipiélago y centros de alta tecnología en el futuro mediato.
La belleza de esta región coralina ya ha sido vista con ambición por algunos. Los saudíes, por ejemplo, van a invertir 10 mil millones de dólares en desarrollar el atolón Faafu, a dos horas y media en bote desde aquí, donde viven mil 500 personas. El atolón, con una forma casi de circunferencia, tiene 30 kilómetros de largo por 27 de ancho, donde los saudíes quieren hacer algo similar a la Rivera Francesa, que combine destinos turísticos con viviendas de lujo. Los maldivos piensan que no fue renta lo que se hizo, sino una venta. El presidente Yameen lo ha negado, pero hace tres años modificó la Constitución para poder vender territorio a extranjeros. Soberanía contra sobrevivencia es el dilema. Difícil, viviendo en la realidad maldivia, la decisión.