ESTRICTAMENTE PERSONAL
Golpe de Estado en la Casa Blanca
Hay de golpes de Estado a golpes de Estado. Unos, abiertos y sin matices, derrocan a un régimen e instauran otro –como tantos conocidos en América Latina-, y otros son técnicos –como el que hizo el presidente Ernesto Zedillo cuando para impulsar su reforma judicial, disolvió la Suprema Corte de Justicia, uno de los tres pilares del Estado-. En Estados Unidos, se está dando un golpe de Estado técnico de los generales de cuatro estrellas al presidente Donald Trump. Los generales copan los principales cargos en la administración Trump y los puestos estratégicos dentro de la Casa Blanca. La militarización del gobierno es una realidad que debía preocupar enormemente en Estados Unidos al haberse perdido el equilibrio con los civiles pero, paradójicamente, está resultando en un alivio para muchos que consideran que los generales están proveyendo consistencia y racionalidad, como dijo el senador Richard Blumenthal, ex militar y miembro del poderoso Comité de Servicios Armados. Las noticias tranquilizadoras no son sólo para aquella nación. También para México.
Trump respeta a los militares. El último en llegar a su círculo íntimo fue el general retirado John Kelly, a quien designó secretario de Seguridad Interna, y que recientemente nombró jefe de Gabinete en la Casa Blanca. Previamente llamó al general H.R. McMaster como consejero de Seguridad Nacional, en sustitución del general, Michael Flynn, efímero en ese cargo, el primer militar en la historia en ocupar ese lugar. El trío de generales lo corona el secretario de la Defensa, Jim Mattis, al frente del Pentágono, que tradicionalmente ocupa un civil, que sirve de contrapeso del poderoso jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. Los tres, según un reporte en The Washington Post, se han ganado la confianza del presidente. Otros ex militares en puestos de relevancia son el director de la CIA, Mike Pompeo, el procurador general, Jeff Sessions, los secretarios de Energía Rick Perry, y del Interior, Ryan Zinke, y el nuevo director de la Oficina Federal de Prisiones, Mark S. Inch.
Los civiles no ocultan su satisfacción, ya que mientras el presidente Trump transgrede y patina, los generales proveen “una firme mano en el timón”, añadió el senador Blumenthal. Por ejemplo, en medio del escándalo de violencia racial en Charlottesville hace dos domingos, donde Trump fue contradictorio y se inclinó por el respaldo a los grupos supremacistas, cinco generales miembros del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas afirmaron que estaban en contra de la intolerancia y el racismo. Dos momentos adicionales clave para entender su influencia sobre Trump, fue la llegada de Kelly a la Casa Blanca, donde lo primero que hizo fue establecer una clara línea de mando –todo, por diseño institucional, tiene que pasar por él antes de llegar al presidente-, y despidió al nuevo director de Comunicaciones, encargado de las estrategias de información y propaganda, antes de que hubiera tomado posesión, y empujó al ideólogo de la extrema derecha, Steve Bannon, a que renunciara. Bannon había impulsado con éxito de lograrlo, que Trump autorizada la privatización de la guerra en Afganistán, pero fue derrotado por los generales que, el viernes pasado, mientras el ideólogo empacaba sus cosas, se reunieron en Campo David con el presidente para presentarle el nuevo plan de intervención en aquella nación, que anunció el lunes.
No deja de existir preocupación por la creciente presencia e influencia de los militares en el gobierno de Trump, como lo ha venido registrando el portal liberal ThinkProgress. “Por supuesto que hay gente preocupada por esto”, le declaró Sheri Berman, profesora de Ciencia Política en la liberal Barnard College, la universidad privada femenina más importante de Estados Unidos. “Aunque las relaciones de los militares con los civiles en Estados Unidos son diferentes de lugares como Egipto o Pakistán, hay preocupación que un cambio pudiera ocurrir en Estados Unidos”.
Por el momento, lo que hay es alivio. México se puede sumar a ese creciente grupo que respiran confianza a través de ellos. Los generales en el poder conocen muy bien México. Kelly, por ejemplo, fue el jefe del Comando Sur, donde pese a que México no estaba en su jurisdicción, conoció y mantiene una gran amistad con el general Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa, y el almirante Vidal Soberón, secretario de la Marina. Mattis y Pompeo, sin tener esa vieja relación, han establecido una buena comunicación con los mexicanos. Pero el diálogo fluido no es lo único importante. La visión de los generales es estratégica, no reduccionista, es racional no intempestiva, y entienden que países como México son vitales para la seguridad nacional de Estados Unidos, no piezas desechables para satisfacer clientelas electorales. Sus ópticas favorecen una buena relación con México, y ayudan a contener a un presidente capaz de violentar toda norma y toda ley.
“Nuestra democracia se asienta sobre el control de los civiles sobre los militares”, escribió este jueves Jonathan Capehart, miembro del Consejo Editorial del Post. “Como estadounidense, está en nuestro ADN el temor a la influencia de los militares sobre el presidente. La preocupación y la desconfianza sobre las intenciones de la jerarquía militar creó un aura de preocupación por la cual el presidente debe ser protegido. Pero en giro loco que sólo Trump pudo haber logrado, los generales que rodean al presidente son los únicos que protegen nuestra democracia, de él”. Por ahora así es. La mala noticia de la militarización de la Casa Blanca, increíblemente, es una razón hoy para celebrar.