Hay dilemas que nacen de la necesidad de llenar el vacío de la conversación, de encontrar rivalidades donde solo hay compañeros, de ensombrecer lo que, por naturaleza, debería brillar. Y entre esos dilemas, uno se ha ido alimentando, como una planta venenosa, en los rincones de la televisión deportiva mexicana: la comparación entre Raúl Jiménez y Javier Hernández, dos nombres que, en el fútbol, se sienten como un eco lejano pero poderoso, dejando su huella en cada jugada.
Este “debate”, que crece gracias a las tertulias vacías y programas que solo reciclan opiniones sin fondo, busca poner en una balanza lo que no se puede comparar. ¿Quién ha tenido la mejor carrera? ¿Quién ha sido el verdadero heredero del gol? Raúl, en su camino de recuperación tras una lesión que puso su vida en pausa, o Chicharito, cuyo paso por el fútbol europeo ha finalizado y él se acerca a su final, desvaneciéndose poco a poco en los últimos capítulos de una carrera gloriosa.
Pero, ¿cómo podemos medir la grandeza de un futbolista solo con números? ¿Solo con los goles que se convierten en momentos fugaces? Raúl Jiménez, cuyo viaje aún sigue adelante, cuya historia se construye día tras día con esfuerzo y determinación, no puede ser juzgado como si ya hubiera llegado al final de su carrera. Cada vez que toca el balón, cada vez que la red se mueve con su toque, se siente que el fútbol de verdad no vive del pasado, sino del deseo de seguir adelante. Este hombre, que casi pierde la vida en un campo de juego y regresó con una pasión renovada, ha recorrido un largo camino, desde su infancia en el Nido de las Águilas hasta ser una de las figuras más respetadas en la Premier League. No se le puede evaluar desde la comodidad de un programa de televisión.
Y en el otro lado, ahí está Chicharito. Ese niño de Guadalajara que cruzó océanos y fronteras, que con su gol ante Francia en Sudáfrica hizo latir el corazón de todo un país, que rompió redes en la Premier League, en la Bundesliga, que vistió la camiseta blanca en el Bernabéu, y que convirtió su sueño europeo en una realidad. Hoy, aunque su carrera esté cerca de su ocaso, su legado sigue intacto. Su historia no es solo de goles, sino de esa magia que tiene el futbolista que sabe adaptarse, que conquista con su instinto y su carácter. Cada gol suyo, esa mezcla de suerte y talento, sigue siendo un recuerdo imborrable.
Uno, con todo un futuro por delante; el otro, con el horizonte a sus espaldas, sabiendo que las estrellas que una vez brillaron empiezan a desvanecerse, pero sin perder nunca su fulgor. ¿Quién de los dos ha sido mejor? El debate es absurdo, pero persiste porque, a veces, el fútbol necesita figuras a las que podamos poner en un pedestal, para comparar, para decidir. Pero la verdad es otra: ambos, de diferentes maneras, han sido grandes.
No importa si uno creció en el Nido del América y el otro en las Chivas. En ese rincón del campo, donde el balón es el verdadero rey, no existen colores que dividan. Solo hay un alma mexicana que late con fuerza, buscando siempre la gloria, sin importar la camiseta que lleve puesta. Cada uno, a su manera, ha dejado una marca que jamás se borrará en los corazones de aquellos que tuvieron el privilegio de verlos jugar. Y esa marca, para quienes entendemos lo que significa el fútbol, no se desvanece con el paso de los años; al contrario, se multiplica y se convierte en una memoria colectiva que seguirá viva por siempre.
Al final, este no es un duelo entre dos futbolistas. Es una danza que habla del país entero, un país que se encuentra en cada gol, en cada victoria, en cada lágrima que cae tras una derrota. Raúl y Chicharito no son rivales, son leyendas paralelas que, en algún rincón del alma futbolera mexicana, se abrazan como hermanos. Y así, uno al final de su carrera y el otro aún con un Mundial por disputar, lo único que nos queda es saber que ambos han colocado a México en un lugar donde el fútbol se vive en su máxima expresión, en ese espacio donde los sueños se hacen realidad.
Y en ese campo, no importa quién fue el mejor. Lo que importa es que ambos, con sus goles, su esfuerzo y su pasión, han dejado una huella profunda de lo que significa ser mexicano. Como el balón, que nunca se detiene a preguntar quién lo patea, pero que siempre sabe que su destino es el gol. No olvidemos nunca que, en la memoria de los pueblos, los héroes nunca se miden, se recuerdan.