Del Zócalo a Los Pinos
@rcastellanosh
COLOSIO: FUENTE OVEJUNA
La historia de la humanidad está plagada de magnicidios políticos por venganza, castigo, afanes revolucionarios, incluso para imponer “la paz”. En la mayoría de los casos se presenta una mezcla de todas las cerrazones que conlleva la lucha por el poder; desde el asesinato de César el 15 de marzo de 44 a. C. a manos de su protegido y discípulo Bruto, en complicidad con Casio y Casca, los asesinatos por motivos políticos son recurrentes.
Bruto era hijo de Servilia, la más famosa amante de César. Se murmuraba que era su hijo, ciertamente César lo amaba como si lo fuera. Casio estuvo con César en la guerra civil; sin embargo, al no haber saqueos ni botín que repartir, ni siquiera cargos en el Estado, resentido decidió participar en el complot contra César; Casca –enemigo de siempre- fue perdonado por César en dos ocasiones de ser ejecutado, sus biógrafos aseguran que tenía más formación de gangster que de Senador de Roma. Como se advertirá, la historia es cíclica.
El 14 de abril de 1865, el presidente Abraham Lincoln fue asesinado por John Wilkes Booth. Su muerte nos muestra cómo en un hecho aparentemente producto de afanes personales de venganza por la derrota del Sur en la Guerra Civil, o de protagonismo para “pasar a la historia”, pueden haber otras motivaciones. No son pocos los historiadores que sugieren que Wilkes formaba parte de una conspiración que involucraba a miembros del gabinete de Lincoln.
En el siglo XX, los magnicidios se volvieron más frecuentes, más impactantes y tuvieron consecuencias mayores. El 28 de junio de 1914, el heredero de la corona del imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa Sofía Chotek, fueron asesinados en Sarajevo por Gavrilo Princip, miembro del movimiento que reivindicaba la independencia de Bosnia. Apoyado por los servicios de inteligencia Serbios, el atentado supuso el estallido de la Primera Guerra Mundial un mes después.
De la misma época data el asesinato del Zar de Rusia, Nicolás II, de la familia imperial de los Romanov, de su esposa la zarina Alejandra y de sus cinco hijos, Olga, Tatiana, María, Anastasia y Alekséi ocurrido el 17 de julio de 1918. El fusilamiento estuvo a cargo de un grupo de bolcheviques comandados por Yákop Yurovski. Como autores intelectuales, citados en el diario de León Trotski se señala –sin que se haya probado con datos duros- a Vladímir Lenin y Yákov Sverdlov; el propio Trotski murió el 21 de agosto de 1940, un día después de ser atacado con un piolet por Ramón Mercader, de origen español, quien se hacía pasar como periodista belga.
Larga es la lista de personajes que murieron en similares condiciones; Gandhi -30 de enero de 1948-; John F. Kennedy -22 de noviembre de 1963-; Martin Luther King -4 de abril de 1968- ; Robert Kennedy -5 de junio de 1968-; Aldo Moro -9 de mayo de 1978-; Anwar Sadat -6 de octubre de 1981-; Indira Gandhi -31 de octubre de 1984-; Olaf Palme -28 de febrero de 1986-; Rajiv Gandhi -21 de mayo de 1991-; Isaac Rabin -4 de noviembre de 1995-; Benazir Bhutto -27 de diciembre de 2007. En otro contexto, el de la justicia divina o del pueblo, podemos apuntar las ejecuciones de los dictadores Leónidas Trujillo -30 de mayo de 1961- y Anastasio Zomoza -17 de septiembre de 1980-.
En México, también tenemos nuestra historia. El 22 de febrero de 1913 fueron asesinados el Presidente Francisco I Madero y el Vicepresidente José María Pino Suárez; Venustiano Carranza murió en similares condiciones la noche del 21 de mayo de 1920; Emiliano Zapata fue traicionado y ejecutado el 10 de abril de 1919 en Chinameca; Francisco Villa fue emboscado el 20 de julio de 1923 en Parral, Chihuahua; Álvaro Obregón, ya presidente reelecto, mientras celebraba su triunfo en el restaurante la “Bombilla” de San Ángel, murió a manos de José de León Toral, quien militaba en el bando cristero.
Así llegamos al 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurinas, Baja California, Federico Arreola en su libro “Así fue. La historia detrás de la bala que truncó el futuro de México” narra aquel momento:
“¡Vámonos! Le dijo Luis Donaldo a su jefe de ayudantes cuando terminó su discurso en el acto de Lomas Taurinas, que resultó tan desorganizado como cualquiera de los de la etapa de Michoacán. El mayor Castillo se puso delante del candidato y empezó a caminar, guiándolo. Los guardias del Estado Mayor Presidencial iban rodeándolo. Castillo caminaba detrás del coronel Del Pozo, los dos tenían que empujar a la gente para abrirse paso. Yo estaba con el doctor Castorena y Tere Ríos, la secretaria del candidato, esperándolos más adelante, casi donde se habían estacionado los vehículos”.
“De pronto, el caos. El doctor y yo corrimos hacia donde estaba Luis Donaldo, cuando nos dimos cuenta de que algo muy grave había pasado. Llegamos y lo vimos tirado en el suelo, sangrante, con la masa encefálica fuera de su cabeza. Castorena se puso a trabajar de inmediato en la tarea de intentar salvarle la vida a nuestro amigo; algunas personas cargaron a Luis Donaldo y lo subieron a su camioneta. El vehículo arrancó sólo para detenerse unos cien metros más adelante, como que alguien había tomado la precaución de tener una ambulancia estacionada por ahí cerca, una coartada adicional nunca sobra; se decidió que lo mejor era trasladarlo a ese vehículo que presuntamente estaba bien equipado para un caso de urgencia como el que se estaba enfrentando”. Horas después lo declararon muerto.
Arreola agrega “En algún momento apareció por el hospital el Gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltronres. Cuando esté se acercó a Diana Laura para consolarla, la señora le dijo: “esto no estaba en los planes Manlio”. Beltrones respondió “en los nuestros no, pero sí en los de alguien más”. Ojala Beltrones un día revele en quien pensó cuando menciono lo anterior”. Concluye Federico.
En marzo de 2014 se estrenó “Colosio: El asesinato”, película de Carlos Bolado. La cinta (en la que los personajes cambian de nombre pero no del supuesto rol que jugaron en la vida real) está basada en un dato duro: las contradictorias declaraciones del Fiscal especial del caso, el primero, Miguel Montes García quien dijo “a Colosio no lo mató un loco, sino una conjura” versión de la que luego se retractó.
Como se advertirá y como se deduce en todos los casos aquí enunciados; las razones, motivos y autores intelectuales del magnicidio de Luis Donaldo Colosio, es posible se inscriban y encuentren en los entretelones de la cruenta lucha por el poder que se libró en el grupo compacto que gobernaba; aunque como reflexiona el personaje que supuestamente encarna a Gutiérrez Barrios en la película de Bolado, al ser cuestionado por el investigador: ¿Quién fue?… ¡Fuente Ovejuna!
¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?
RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh