El cantado relevo en la Secretaría de Hacienda por fin se dio. No es un secreto que el secretario saliente había externado su deseo de renunciar desde el inicio de esta administración y que se quedó por la petición expresa de la presidenta electa y por su propia responsabilidad, tratando de conservar la precaria estabilidad conseguida.
Ramírez de la O es un economista respetado, serio, que accedió a ser secretario de Hacienda, en el sexenio de López Obrador, después de varias peticiones presidenciales para que aceptara. Lo hizo una vez que Arturo Herrera renunció después de la elección de 2021, habiendo sido culpado de los malos resultados electorales por no haber bloqueado económicamente a gobernadores opositores, por lo que no cabe duda que Ramírez de la O aceptó, a sabiendas de que el gasto público debería tener connotaciones políticas o no serviría a la voluntad presidencial.
Llegó además en plena ola de la pandemia de COVID19 en la que fue notoria la renuencia gubernamental para respaldar a los sectores productivos, pequeños y medianos empresarios los que tuvieron que soportar la crisis sin una política de soporte como la hubo en otros países. Si ello fue sugerencia del recién llegado secretario o decisión presidencial es algo que ahora entra en el espacio de juicio a su actuación al frente de la dependencia que marca las políticas públicas.
Es inevitable al término de su mandato, hacer el juicio sobre su actuación; ya lo han hecho analistas importantes y salvo algunas excepciones le han respetado el prestigio, aunque no avalen el desempeño. A juicio personal creo que fue un secretario mediocre, afectado por su falta de comunicación y carencia de explicaciones de las determinaciones hacendarias. Que tuvo el mérito de mantener, aún en sus menores niveles las calificaciones internacionales, a pesar del crecimiento exorbitante de la deuda nacional y el déficit gubernamental más alto de la historia. Esto no denota una gran capacidad para el diseño de políticas públicas, pero si la habilidad de renegociación de la deuda para llevarla al largo plazo.
A él se le adjudica la arquitectura del plan de austeridad, así como la expansión del gasto público en el último año de su mandato, llevando a la cuenta pública a un déficit de 5.7% del PIB, casi dos billones de pesos, lo que resulta por sí mismo incongruente y es creíble solo por su incapacidad de decirle que no al presidente, como sí lo hicieron sus dos antecesores.
También trató, no sé si por voluntad o por mandato, de rescatar la deuda de PEMEX, en cuyo empeño logró reducir el monto de la deuda total de 132 mil millones de dólares a 99.4 mil MDD, gracias a transferencias directas por 9 mil MDD y privilegios fiscales y apoyos por más de 174 mil millones de pesos y de aumentar la deuda con proveedores hasta los 400 mil millones de pesos. Magia pues, sacando de un lado para ponérselo al otro, nada genial, solo habilidad para patear el bote.
Se dijo también que supervisó los proyectos de infraestructura sexenales, desde el Tren Maya hasta la Refinería Olmeca; de ser cierto esto último, tren y refinería, fue un pésimo supervisor, pero un eficiente proveedor de recursos para obras que costaron mucho, mucho más de lo proyectado.
Finalmente, al renunciar dijo que fue de especial importancia cumplir con las instrucciones de la presidente Sheinbaum para que en el presupuesto 2025, en la política fiscal y financiera se diera prioridad a la población más desprotegida, así como a la inversión en un marco de normalización de la deuda pública. Más allá de esta declaración de propósitos lo que se aprecia en el contexto es una falla grave en las estimaciones del crecimiento contenidas en el presupuesto, pues el 2.3% proyectado se contradice con la estimación del Banco de México de 0.6% y el pronóstico sobre el precio del dólar en 18.50 también hará imposible el cumplimiento, a la par que los ingresos petroleros disminuirán por las fallas estructurales de Pemex y la inversión tampoco llegará en los niveles requeridos porque en las estimaciones hacendarias nunca consideraron los riesgos de la llegada de Donald Trump al poder, aun cuando todos los analistas lo calculaban como riesgo.
Hay poco pues a favor del secretario para calificar positivamente su labor. Sea culpa directa de su ineficiencia o de su incapacidad para oponerse a los ocurrentes designios de su presidente, la realidad es que las finanzas nacionales son deficitarias y las políticas diseñadas en su Secretaría no sacarán al país del estancamiento y una muy posible recesión mientras se sigue debilitando las capacidades institucionales del Estado. Nada para tirar cohetes y mucho por componer. Colofón: fue un administrador que logró mantener a flote el barco a pesar de su capitán empeñado en estrellarlo.