VENENO PURO
Sirva como recordatorio sin ganas de molestar a nadie sino de poner los puntos sobre las íes. ¿Vamos a ir o no sobre la encuesta para determinar si se lleva a proceso o no a los ex presidentes? En realidad, el ejercicio sobraría si, de verdad, estuviéramos en un Estado de Derecho en el cual la justicia funcionara sin necesidad de recoger opiniones o solicitar permisos para refugiarse en estos desde la cima del poder o acaso para evitar represalias cuando los que ejercen el gobierno hoy dejen de hacerlo en 2024 o antes. Va otro amable recordatorio. Los crímenes políticos del pasado si se quedan detrás del velo de la impunidad socavan el perfil de la República y nos convierten, a todos, en reos paralizados de una historia… sin memoria. Y aunque parezca una paradoja, así es si consideramos, claro, la ambigüedad tremenda de quienes insisten en olvidar como si se aplicara así un ungüento al pasado que todavía tiene repercusiones en el presente. Los magnicidios, por ejemplo, de 1993 y 1994 –el término alude a quienes son personajes de alto rango y no sólo a los jefes de Estado como piensan algunos erróneamente-, marcaron una seria desviación de la cual no hemos salido siquiera para enderezar la ruta porque algunos criminales se quedaron atados a los veneros económicos de cada sexenio, incluso dentro del gabinete presidencial donde pululan siniestros como Bartlett, Durazo, Ebrard y los entenados de Zedillo, el mayor beneficiario del asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Y si nos asomamos a la realidad actual no podemos negar que los homicidios –lo fueron- de la pareja Moreno Valle, el 24 de diciembre de 2018, están bajo el manto de la impunidad aun cuando, en vida, hubiese sido detestable e incluso fraudulenta; pese a ello, jamás debió ocupar la gubernatura de Puebla el principal adversario de Martha Erika Alonso Hidalgo, la mujer del senador cacique, siguiera como una mínima señal de decoro político y, al hacerlo, por supuesto que las sospechas aumentaron aunque tal le importe un bledo al presidente.
La lista de pendientes es larga. ¿Se terminó el huachicoleo, emblema de los primeros meses de la administración en curso? Pus no. Siguen las explosiones, ahora por Baja California pero también en Veracruz, como signo de la nueva violencia. Desde enero estalló un ducto de PEMEX en Tlahuelilpan, Hidalgo, dejando un reguero de 135 cadáveres cuyas muertes se minimizan al calificarlos como delincuentes así fueran familias enteras, desesperadas, que succionaban los veneros del oro negro para intentar sobrevivir ante la muerte que los acechaba.
Y luego llegaron las matanzas en medio territorio nacional; incluso, en Yucatán, el hotel de las familias de los narcos, los estallidos de almacenes y comercios comienzan a encender las alarmas. Todo ello pareciera un mal menor ante la claudicación vergonzosa, el 17 de octubre en Culiacán, al dejar escapar al socio de las altas esferas de la política, Ovidio Guzmán, bajo el pretexto de que se optó por “proteger” a las familias que siguen bajo el gobierno de los “capos”. ¿Acaso no sucede lo mismo con cualquier persecución?
El triunfo de la falacia fue, en 2019, y es, en 2020, la mejor arma de la 4T.
La Anécdota
Salí a la calle, relativamente temprano, luego de haber cenado solo y sin desvelarme el día de Año Nuevo. Nadie respondía al teléfono así que me quedé esperando que volviera la vida a las rúas y al imprescindible celular que marca ahora no sólo nuestras horas sino acapara cuanto interesa a la gran mayoría. Apuesto a que si compite AMLO contra los usuarios cibernéticos, sus 30 millones de votantes –algunos de ellos ya dispersos-, sencillamente no serían suficientes.
Hasta el gobierno estaba paralizado y tal me pareció, reflexionando sentado en una banca pública, que resultaba un buen argumento para los anarquistas. Si cada quien fuera capaz de gobernarse a sí mismo, con los límites de la moral interior, ¿seríamos más felices?
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