EL CRISTALAZO
Curioso el caso de Eduardo Medina Mora de quien extrañamente —si se comparan sus méritos visibles con sus ascensos fulgurantes— no se conocen luces por encima de la capacidad para trepar la escalera meritoria en los brincos sexenales.
Extraño caso, pensaba yo, de aquel quien para salvar el escaso pellejo rescatable, se “autoimpone” la condición derivada del artículo 98 de la Constitución (la renuncia al Presidente), para despojarse de la protección contenida en el artículo 111 (el fuero), y se queda en un limbo horrible de ciudadano común, condición nunca imaginada en sus largos años de altanería burocrática (quien no llega al umbral de metro setenta siempre es altanero), siempre sonriente con el de arriba y toda la vida déspota y atrabiliario con el de abajo.
—De una vez les digo —externó satisfecho en los primeros días de la tragedia de la guardería ABC, de Sonora, concesión de la familia Calderón-Zavala—, no se va a castigar a nadie por este accidente.
Cuarenta y ocho horas fueron suficientes para el deslinde de responsables y la comprensión de una desgracia más allá de las palabras mismas.
Pero no fueron sólo esos los pecados de Medina Mora. Su colección de fracasos es apenas comparable con los premios recibidos por naufragar en una y en otra encomienda, excepto si la orden hubiera sido hundir los barcos con la maestría de un sabotaje interno, como sucedió con el Cisen, ahora desaparecido por obra y gracia de la demagogia, o como sucedió con las operaciones de imaginaria limpieza de la Procuraduría General de la República (ahora maquillada como Fiscalía General de la República, con iguales resultados), cuyo ejemplo mayor de desaseo y mendacidad fue “el michoacanazo”. Y sin embargo, Medina Mora subía y subía hasta conocer Saint James, el parlamento británico y la Casa Blanca, en calidad de embajador.
El servicio exterior mexicano, pobrecito, entre el gay power; el drink power y el basurero. Con apenas algunas notables excepciones.
Pues hoy Medina Mora recurre a la rogativa, y casi le suplica al Señor Presidente la admisión del amargo papel en cuyo texto estampó su firma de renuncia, con un visible apresuramiento de quien mira en el andén cómo arranca sin él, el último tren de la salvación. Ya lo ha perdido, es obvio.
Hoy, aun antes de la nueva embestida la de Unidad Inteligencia Financiera, cuyas pesquisas lo ligan con la delincuencia organizada, Medina Mora se acoge a este texto:
“Con fundamento en el artículo 98, tercer párrafo, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, someto ante usted mi renuncia al cargo de ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para el que fui electo por el Senado de la República.
“Ruego a usted que acepte esta renuncia y acorde a lo previsto en la Constitución la someta a consideración del Senado”.
Si bien a la mañana siguiente de ese jueves fatal (para él), el presidente ya había aceptado el ruego, con toda claridad había dictado una sentencia. Lo hizo obviamente en ese lenguaje suyo, tan elusivo y taimado, entre la Sibila e Ignacio de Loyola, con el cual dejó claro el motivo de tan resonante renuncia: lo estoy investigando.
Obviamente no dijo el Señor Presidente lo estoy investigando. No tendría cómo decir eso.
Él no pierde su tiempo en cosas cuyo desarrollo le tocan a cualquiera de sus dos fiscales: Santiago Nieto, desde la Unidad de Inteligencia Financiera y el ya dicho Alejandro Gertz desde una fiscalía tan autónoma como las respetuosas sugerencias y recomendaciones; solicitudes y peticiones de las cuales acusa recibo cada mañana. En fin.
Pero el caso es misterioso, no en cuanto al futuro del exministro ni a la imaginaria complicación del Senado para aceptar una renuncia en la cual ni siquiera se explican las graves razones para presentarla. El Senado soportará los alegatos jurídicos de dos o tres señores panistas muy celosos de la ortodoxia constitucional; una mujer priista alzará su voz en el nombre del respeto a la Gran Norma y el hijo el Espíritu Santo y los jugadores del dream team de Ricardo Monreal, quien ya había aplazado este debate por varios meses, acatará la instrucción del Palacio Nacional y recibirá la terna para hallarle sustituto a modo al incómodo señor Medina Mora.
Tan, tan.
Por voluntad del señor Ministro; exministro o como se le llame ahora al ciudadano Medina Mora, este texto constitucional no ha servido para nada. Ni a él, ni a los Senadores:
“Artículo 111. Para proceder penalmente contra los diputados y senadores al Congreso de la Unión, los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral, los consejeros de la Judicatura Federal, los secretarios de Despacho, el Fiscal General de la República, así como el consejero Presidente y los consejeros electorales del Consejo General del Instituto Nacional Electoral, por la comisión de delitos durante el tiempo de su encargo, la Cámara de Diputados declarará por mayoría absoluta de sus miembros presentes en sesión, si ha o no lugar a proceder contra el inculpado”.
Hoy resulta francamente misteriosa la razón por la cual EMM se despojó voluntariamente de la protección del fuero. Especialmente cuando venía venírsele encima el ferrocarril de la venganza. Es tan misterioso como el nombre de Yeidckol o las habilidades de una contadora para equivocarse primero y resultar favorecida con el perdón de muchos millones de pesos de impuestos, para después desaparecer de la escena y dejar su sitio al facilote expediente de la mala prensa y las peores intenciones de los conservadores, sin haberse ahorrado —dice—ni un céntimo. Vaya cara dura.
Pero ésa es otra astracanada, la cual —como todas las cometidas por los incondicionales del señor Presidente—, pasará de noche en mar de los cinismos, las contradicciones, la doble moral y la historia pícara de la IV-T… ¡chu.chu.chu…!
Misterio también la breve y ridícula historia de Jesús Orta en la Secretaría de Seguridad (para chiste u oxímoron) de esta capital.
Víctima de una idea improvisada por improvisados, como la señora Regenta y sus cerebrales asesores, de cuyo conjunto no se logra la unidad, Orta quiso ser el experimento de cómo resultaría una jefatura policiaca sin policías al frente como si eso fuera una novedad. Ya estuvieron ahí Enrique Jackson y David Garay (son dos ejemplos, nada más) y no se llegó a los desfiguros de una autoridad impecable y diamantina, lástima el mal sentido de lo diamantino.
Orta fue un cero a la izquierda o mejor dicho, un cero de la izquierda la cual ahora vuelve grupas y pone a García, al poco tiempo de conmemorar la matanza de Tlatelolco en la cual se vio envuelto otro García. Aquel, Barragán; este Harfush.
También parece chiste u oxímoron. Últimamente todo en este gobierno parece chiste, pero malo. Quizá porque, como recurso, la risa es el reflejo de un dolor callado todos somos Garrick y nadie nos cambia la receta.
Justo el día cuando el Señor Presidente alababa la estrategia de estabular a la burocracia vestida de ridículo blanco, con el cursi nombre del cinturón de paz, en las calles, ese día corren al lelo cuya obediente parálisis generó hasta la falsa necesidad del cinturón pacífico, conformado por los peones de la hacienda de la señora Regenta.
Si el Marqués de Croix les pedía a los primeros novohispanos, súbditos al fin, callar y obedecer, esta señora les ordena a sus empleados ( y no salgan con su mamila del voluntarismo), callar y formarse en las calles, con o sin riesgo de ser agredidos por los vándalos anarquistas (tan anarquistas como para ignorar la doctrina madre del anarquismo “magoniano”, tan caro a la IV-T), a quienes nadie les toca un pelo.
Ellos son pueblo enmascarado. También parece chiste.