EL CRISTALAZO
El 14 de octubre, día de san Calixto Papa, el Señor Presidente, pleno y dichoso, se dispuso antes del alba a presentarles a los mexicanos, una vez más, su estrategia de seguridad y paz. Ignoraba en ese momento cómo 14 policías michoacanos iban a ser asesinados, mientras en el bello y severo salón de la Tesorería en el Palacio Nacional, él pronunciaba estas palabras:
“…Es muy importante el que todos los mexicanos conozcan qué se está haciendo para garantizar la paz y la tranquilidad en el país. Es nuestra principal preocupación y ocupación. Todos los días tratamos este tema, es el gabinete que más se reúne, porque estamos diario de seis a siete de la mañana todos recibiendo informes, tomando decisiones para garantizar la paz y la tranquilidad en el país”.
El planeta, mientras tanto —dice la NASA—, impulsado por los vientos cósmicos, se lanzaba por una extraña carretera sideral para acortar su distancia con Marte, planeta rojo al cual los antiguos le consagraron la guerra.
“…Y ahí es donde nos encontramos ahora, acercándonos a Marte, desde atrás, a una velocidad relativa de 37.820 km/h (23.500 mph)…”
A partir de esa mañana la negrura o el rojo de la sangre, como se quiera, tiñeron la semana presidencial.
Al día siguiente, en las cercanías de Iguala, en el estado cuyo nombre lo dice todo, Guerrero, el “soldado desconocido” abatió —herido y moribundo— a doce criminales, él solito, en una nueva versión de Rambo, dicen unos y en un nuevo Tlatlaya, dicen otros. El primer héroe militar de la IV-T, cuyos esfuerzos y devoción por la patria, fueron explicados así por el Señor Presidente:
“…una rutina de vigilancia de una patrulla del Ejército con un grupo, con una célula de presuntos delincuentes; y se encuentran frente a frente, le disparan a un cabo que va adelante con ametralladora, el que va encabezando el convoy, y lo hieren, él es el que al final pierde la vida; y él con la ametralladora, todavía herido, dispara y le quita la vida a los agresores…
“Es muy lamentable que esto pase, no queremos enfrentamientos, no queremos la violencia. Vuelvo a hacer un llamado a que se abandonen las armas, no queremos que con la violencia se resuelvan los problemas…”
Pero los problemas, la realidad, los hechos, las marañas de una vida complicada, la situación real del país, no se ajustan, por desgracia a los buenos deseos del Señor Presidente cuyo verbo pacificador no tiene tregua.
Nos lo dice y nos lo remarca y recalca a cada mañana, tanto como lo repiten sus funcionarios, sus empleados entre los cuales nadie destaca ni por sus luces ni por sus resultados, porque los hechos de cada día nos confirman sospechas anteriores: la (in) Seguridad Pública está en manos de un inepto, cuya capacidad de envoltorios verbales supera la aceleración con la cual la Tierra se acerca a Marte. Lo demás, puro rollo.
Sin embargo iban a llegar momentos de gozo: el jueves, por fin, removidos los obstáculos de los “saboteadores jurídicos”, de los malos mexicanos cuya ambición se les congestiona en la entraña por el derrumbe de sus negocios en Texcoco, iban a presenciar cómo con platillos y tambores, bandas de guerra, vuelo de aeronaves y estrépito de motoconformadoras, manos de chango y buldóceres, se iniciaban las obras del aeropuerto militar y civil de Santa Lucía, devoción de los ciegos, por cierto, porque ya iba siendo tiempo de poner en claro las cosas. Se trata de un asunto de SEGURIDAD NACIONAL, así con mayúsculas patrióticas y deslumbrantes. Y para eso las motobombas lanzan chorritos de agua, mientras aún se escuchan las conmovidas palabras del abogado presidencial, Julio Scherer Jr.
“…Un Estado de derecho implica también impartir justicia; es decir, dar a cada quien lo suyo, dar libertades e igualdades… Aquí, hoy, ya todos somos iguales…”
Pero ya sabemos, hasta en los iguales hay unos más iguales y otros más desiguales, porque ese mismo día, por la tarde, la realidad les tiró el tepache. O mejor dicho, los hombres del presidente miraron impotentes cómo se alzaba un monstruoso Leviatán rebelde, dueño de una contundente capacidad de fuego y furia.
Ya todos sabemos el ridículo de Culiacán y la forma pía como se quiso disfrazar una pifia colectiva.
La verdad es simple: quisieron detener a un narcotraficante buscado en los Estados Unidos, y por mal hacerle el trabajo a la DEA y a los gringos se enfrentaron a una rebelión de sicarios —cuya organización supera a la suya y no lo sabían—, con tanquistas rudimentarios, ametralladoras de altísima potencia, bazucas y bloqueos carreteros, incendio y llama y sólo pudieron escapar del pantano, capitulando y entregándoles al detenido, por cuya salud ahora se teme. Informes de inteligencia lo reportan casi muerto… de risa.
No es tan fácil vencer a la guerrilla de los narcos, como frenar hondureños hambrientos y africanos famélicos en Chiapas.
Soldados, guardias nacionales, el inepto secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, haciendo pucheros en el mando de las explicaciones sin explicación y leyendo un boletín de pena en el cual se dice, se tiraron como El Borras (le ganaron al Borolas), pero no confiesa cómo pueden hacer algo tan mal, sin contar con las reacciones, sin cercar al objetivo, sin establecer los perímetros, sin asegurar la ciudad; en fin, a tontas y a locas; todos con el rabo entre las patas, mientras el ejército del Cartel de Sinaloa, escondía —disfrazado de militar—al capo liberado.
Pero eso no fue nada.
El fracaso de una política no es lo suficientemente aleccionador para repararla. No, la contumacia se afirma sola. Vamos bien, vamos muy bien, dijo después el Señor Presidente cuya explicación fue celestial:
“…Nosotros no queremos muertos, no queremos la guerra. Esto les cuesta trabajo entenderlo a muchos, pero la estrategia que se estaba aplicando anteriormente convirtió al país en un cementerio y eso ya no lo queremos. Lo he dicho una y mil veces, nada por la fuerza, todo por la razón, el derecho…”
Pues el cártel de Sinaloa entiende muy a su modo y conveniencia, cuál es su razón y cuál es su derecho.
Pero a pesar de todo, el general secretario, Cresencio Sandoval, se debe tragar este sapo y decir:
“…Los efectos negativos de esta acción precipitada y mal planeada tuvieron como consecuencia a la población civil: un fallecido, tres de ellos auto patrullas (¿?), 19 bloqueos de diferentes vialidades, 14 agresiones con armas de fuego al personal del Ejército Mexicano y Guardia Nacional que acudieron en apoyo de la policía ministerial y de la Guardia Nacional que se encontraban comprometidas, resultando (del) Ejército y Fuerza Aérea, siete elementos de tropa heridos por armas de fuego, un oficial y ocho elementos de tropa retenidos y liberados sin lesiones, ocho vehículos militares y un helicóptero con impactos de armas de fuego.
“En (de) otras fuerzas de seguridad, un policía estatal y dos policías heridos.
“En instalaciones en Culiacán se agredió al cuartel general de la novena zona militar, el C4 de la policía estatal y el puesto de vigilancia de Limón de Ramos.
“En el municipio de El Fuerte, el puesto de vigilancia de estación (falla de transmisión) de 51 personas privadas de su libertad en el Centro Penitenciario de Aguaruto, sustrayendo cinco armas largas y dos cortas, falleciendo un interno que disparó un arma de fuego en contra de la policía preventiva, recapturándose hasta el momento a seis evadidos. Con lujo de violencia y usando armas de fuego, agredieron las instalaciones de las familias de los soldados…”
Y ante esto, solo queda una frase final del Rey del Rollo, Alfonso Durazo:
“…Nos enfrentamos a grupos… estos grupos son resultado —aunque a algunos actores políticos interesados, del pasado, no les guste reconocerlo— de décadas de corrupción política y abandono social…”
Lindo, muy lindo…