EL CRISTALAZO
Impulsado por el enojo ante una crítica en el fondo sin importancia (una opinión de Enrique Krauze en favor de Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco), encendido y desafiante, el Señor Presidente ha mostrado el maniqueísmo como estructura de su gobierno: todo pensamiento divergente del suyo ha quedado oficialmente proscrito.
Si la penosa frase sobre la oposición moralmente derrotada ya era para preocupar, esta declaración con la cara pintada, el cuchillo en los dientes y los atabales a todo estruendo, consterna.
“…que se definan, nada de medias tintas, que cada quien se ubique en el lugar que corresponde, no es tiempo de simulaciones o somos conservadores o somos liberales, no hay medias tintas.
“Lo que decía Ocampo, ese gran liberal Melchor Ocampo, aplica ahora, decía: ‘Los liberales moderados no son más que conservadores más despiertos’, es decir, no hay para donde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país, se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos a costa del sometimiento y del empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos.
“Es tiempo de definiciones”.
Pero el tiempo de definiciones también acarrea un tiempo de exclusiones (el siguiente paso es la persecución), y de acuerdo con la Constitución de este país (texto cada día más inútil por sus frecuentes distorsiones y cambios, pero vigente al fin y al cabo), el gobierno es nacional. No es legal el anatema a las minorías, por pequeñas como estas sean.
Tomar como ejemplo a Melchor Ocampo, es olvidar el triste papel de este michoacano ( y hasta de su jefe, Benito Juárez), en el tratado con Mc Lane, en la más vergonzosa cesión de soberanía registrada en nuestra historia con los Estados Unidos, cuya ratificación jamás se logró ni aquí ni allá. Pero se firmó.
Y ya ni hablar del pobre concepto intelectual de don MO en cuanto a la mujer expresado en su ridícula y longeva epístola conyugal. Pero cada quien sus héroes.
Krauze ha exagerado al comparar al gobernador Alfaro con Mariano Otero (este no tenía poder alguno; era un diputado de 25 años aquel 11 de octubre de 1842). Ese gran tribuno, entre otras cosas, fue un promotor del acuerdo, como base de la unidad nacional.
Y su célebre discurso (seis horas continuas), se basa en una simple idea:
“… nuestra verdadera dificultad está en fijar los limites del poder general y del poder que se deje a cada sección de la república para sus necesidades interiores. Todo lo demás (el federalismo) de aquí́ dimana…”
Hoy el “poder general (la Presidencia nacional), gobierna sin y a veces en contra de quienes no respaldan sus proyectos y hasta supersticiones y caprichos ( no mentir ni engañar impide el coronavirus).
Los ciudadanos tienen el derecho de manifestarse contra el gobierno, pero el gobierno no tiene derecho de oponerse a los ciudadanos.
Pero el Presidente no tiene pudor en trazar una línea: de aquí para acá; conmigo. De aquí para allá, en mi contra.
Y esa división nacional o polarización como se le llama con un sentido más o menos eufónico, ya se nos ofrece como ideología, abierta y francamente, en el peor de los momentos: la vida nacional se ha dificultado por el distanciamiento y la clausura de muchos servicios y comercios; se ha empobrecido por la pérdida de millones de empleos y ahora se ha envilecido con las hordas anarquistas cuya paternidad muchos suponen pero nadie puede probar.
Tenemos además una ominosa perspectiva en cuanto a las posibles defunciones por la epidemia. Ya ronda los 40 mil difuntos, en medio del imaginario discurso de la doma del virus.
Por si fuera poco vivimos en el desempleo, la reclusión, la depresión, el hastío; los combates políticos y las incursiones del terrorismo anarquista de oscuro patrocinio; la confusión sanitaria, la saturación hospitalaria, la incordia y la plaga incontrolable con los crematorios encendidos a mañana, tarde y noche.
Pero en lugar de atender lo vital correctamente, el gobierno se enfrasca en una discusión anacrónica entre conservadores y liberales, como si el tiempo no hubieran pasado.
Terminaba Otero:
“…veo que hasta cierto punto se quiere desacreditar a la causa por sus defensores, y continuando en vindicarla de los sofismas con que se les ataca diré́ que ni veo tampoco con qué razón puede temerse que los estados no crezcan ni prosperen…”
–0–